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“Matrix Resurrections”: Neo a través del metaverso

Más de veinte años después, Lana Wachowski regresa, sin su hermana, a la franquicia que encumbró a Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss para una cuarta entrega
La Razón
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  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Es cierto. Primero «Jurassic Park» (1993) consiguió el primer personaje completamente animado por ordenador de la historia del cine –el imponente Braquiosaurio del principio del filme–, y luego «Toy Story» (1995) fue el primer largometraje exclusivamente dependiente de lo digital, y ambos títulos dieron un vuelco a lo que se suponía debía ser la ayuda computacional y convirtieron a los efectos especiales generados por ordenador en el nuevo epicentro de la industria del cine. Ninguna de esas dos obras maestras, eso sí, puede decir que inventara una nueva forma de rodar cine y de usar esos efectos, tan nuevos como caros, tal y como hizo «Matrix» en 1999, elevando el uso de lo digital al arte.
La espectacular película de las hermanas Wachowski –salieron del «armario» trans unos años después de estrenar su saga enterrando sus nombres masculinos– no solo llevó a la gran pantalla tesis elusivas del cine moderno y del «blockbuster» como el mito de la caverna o la teoría del genio maligno, de Descartes, sino que además lo hizo en gloriosas secuencias de acción que mezclaban lo mejor del cine «Wu Xia» de artes marciales con la más alta tecnología de cables de acero, cámaras de ultra-velocidad y montaje adrenalínico. Todo ello, gracias al carisma de Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss, envuelto en la estética ciber-punk de finales de siglo pasado e imbuida por la música de los clubes de tecno de Berlín y Nueva York.
La última carcajada
Dos décadas después de revolucionar el cine, los efectos especiales y hasta la forma de explicar la filosofía en los colegios, Lana Wachowski –su hermana Lilly lleva un tiempo alejada de las cámarasvuelve a «Matrix» para una cuarta entrega y para, en cierto modo, remendar el sonoro fracaso de la segunda y la tercera parte de la trilogía, que no terminó de convencer a críticos ni a público en su complicación.
Entre medias, su filme ha sido interpretado y utilizado por quienes veían en él una metáfora de la transexualidad y de escapatoria de lo binario en el género, pero también por quienes han tergiversado su mítica escena de la pastilla azul y la roja como imagen central y mito del «trumpismo». En esa dualidad, tan absurda como justificada por el compromiso explícitamente político de la película original, la directora ha decidido poner orden a través de la ironía: en «Matrix Resurrections» todo lo que ocurrió en los tres primeros filmes parece producto de las alucinaciones que sufre Neo, ahora un afamado diseñador de videojuegos que ha utilizado su presunta experiencia psicótica en la matriz para revolucionar los límites de su campo. No hay que ser un genio, eso sí, para ver que ello sirve a Wachowski para dejar las cosas claras y, en cierto modo, reírse del mundo.
Esa última carcajada, que en «Matrix Resurrections» va desde el total desdén hacia Warner Bros. como productora del filme hasta la devastación de los mitos que generó la película original –la directora prescinde de Laurence Fishburne como Morfeo y de Hugo Weaving como el Agente Smith–, pasando por la crítica explícita a quienes veían en la película de 1999 solo un montón de acción o una excusa para justificar el criptofascismo (así lo llega a verbalizar un personaje), es la gran tesis de una película tan grande y bien curada como ciertamente farragosa y perezosa en su último acto.
Al reparto, además de Reeves y Moss, se suman caras conocidas, como Neil Patrick Harris o el siempre excelente Jonathan Groff («Mindhunter», «Hamilton»), pero la ironía de la realizadora, al contrario que en el filme original, aquí solo parece justificar sus ansias de contextualidad. Además de ahondar en la idea del metaverso, esto es, un universo digital dentro de uno real, se llega a mencionar explícitamente a Facebook, dejando de lado cualquier sutileza por la que se elevó al filme primigenio. Más allá de lo argumental, que refrenda hasta la condición de «elegido» de Neo, la película resulta una especie de contestación filosófica a las Wachowski del pasado, un ejercicio de expiación de los propios mitos.
Con el tiempo, es posible que encontremos en la nueva «Matrix Resurrections» ciertas respuestas al mundo de hoy, ese que quiere trabajar en meta a costa de quemar hectáreas y hectáreas de selva para sus servidores, pero de momento la cinta solo se puede entender como un amasijo de ideas casi indignas de quien firmara la original y obras tan reivindicables como «Speed Racer». «Matrix Resurrections» o, lo que es lo mismo, Neo a través del metaverso, es el producto de una mente brillante, pero también el síntoma más grave de una industria siempre codiciosa: «Vamos a hacer la cuarta parte de Matrix, contigo o sin ti», le espeta un jefazo al personaje de Neo en la película en otra burda transfiguración de la realidad a través de la película, que, al contrario que la original, olvida asumir la inteligencia del espectador. Aunque Wachowski haya negado su interés en una nueva trilogía, no es difícil adivinar hacia dónde va este nuevo reinicio.