Exposición excepcional

Cuando París fue una fiesta para los artistas catalanes

Una gran exposición se adentra en los creadores que, al igual que Picasso, se instalaron en la capital francesa

FOTODELDÍA GRAFCAT1105 BARCELONA 21/11/2024.- El París que conocieron los creadores originaros de Cataluña a principios del siglo XX, en plena efervescencia del arte moderno y las vanguardias, se muestran desde hoy jueves en el Museo Picasso de Barcelona en la exposición 'De Montmartre a Montparnasse. Artistas catalanes en París, 1889-1914'. EFE/Quique Garcia
Una imagen de la exposición 'De Montmartre a Montparnasse. Artistas catalanes en París, 1889-1914"Quique GarciaAgencia EFE

Dice el escritor Enrique Vila-Matas, a quien nunca le falta razón, que París no se acaba nunca. Eso mismo debieron pasar la corte de artistas catalanes que entre 1889 y 1914 se fueron a la capital francesa con las ganas de cambiar el mundo, aunque en algún casó fue la propia ciudad que los acabó devorando. Ese es el eje principal de una importante exposición que puede verse ahora en el Museu Picasso de Barcelona, el espacio adecuado porque el pintor que da nombre al centro fue uno de los principales responsables de que muchos compañeros de armas pictóricas siguieran ese camino.

Pero antes, mucho antes de que Picasso fueron Ramon Casas y Santiago Rusiñol quienes abrieron la puerta para entrar en Montmartre y Montparnasse. En el primer barrio se habían instalado Degas, Renoir, Van Gogh o Toulouse-Lautrec, entre otros, creando un universo único del que también formó parte una colonia de catalanes, con los dos modernistas citados que entre 1890 y 1892 vivieron, pintaron y se hicieron bohemios en el Moulin de la Galette. Igualmente en Montmartre vivieron y sobrevivieron Picasso y su fiel amigo/escudero Carles Casagemas, además de Isidre Nonell, Manolo Hugúe, Ramon Pichot o Joaquim Sunyer. Picasso acabaría formando parte de la cartografía parisina, ya fuera en el Bateau-Lavoir o en la Rue des Grands Augustins. Casagemas, por su parte, se quitó la vida en el Boulevard de Clichy y sus retos están en el parisino cementerio de Saint-Ouen.

Por otra parte, Montparnasse, hogar de escultores como Camille Claudel y Antoine Bourdelle, fue también el hogar de Josep Clarà, Pablo Gargallo, Enric Casanova o Xavier Gosé. Igualmente hubo catalanes en el Barrio Latino y en ambas orillas del Sena, como pasó con Hermen Anglada Camarasa, Marià Pidelaserra, Emili Fontbona o Pere Ysern. En el mapa también aparecieron Isaac y Laura Albéniz, Pau Casals, Josep Maria Sert, Miquel Blay o Ismael Smith, entre otros.

De todos estos nombres encontramos su huella en la exposición comisariada por Vinyet Panyella y Eliseu Trenc, y que cuenta con 200 obras firmadas por 80 artistas, entre conocidos y rescatados para la ocasión, un conjunto procedente de numerosas colecciones privadas y públicas de dentro y fuera de nuestro país.

París era sinónimo de libertad y reconocimiento. Eso es lo que fueron a buscar buena parte de los catalanes que allí llegaron, especialmente en Montmartre. A este respecto, el pintor Miquel Utrillo escribió en abril de 1890 que «para ciertos artistas, Montmartre es un Parnaso cuyo ambiente sugiere grandes creaciones, y en su intransigente criterio sólo reconocen talento a las camarillas que anidan en los pliegues de la pintoresca joroba parisiense. Por último, para los revolucionarios de oficio, para los perpetuos descontentos, Montmartre encarna un moderno monte Aventino en donde suena feroz la primera campana que congrega a los amotinados y cuyas calles se erizan por sí solas, cubriéndose de barricadas apenas rugen los nacientes clamores de una convulsión popular». Y allí se fueron muchos, especialmente, como ya se ha dicho, Casas y Rusiñol que pintaron ese Montmartre. Los dos harían un libro –el primero como ilustrador y el segundo como escritor– titulado «Desde el Molino», publicado en 1894, y que arroja mucha luz sobre ese tiempo y ese espacio.

Esa es una de las grandes virtudes de la exposición que, además de la pintura y la escultura, se fija en la letra impresa generada alrededor de París, ya fuera en artículos o en libros. como puede ser «Diario de un estudiante en París» de Gaziel o «Escenes de la vida bohemia» de Henry Murger, con prólogo de Santiago Rusiñol.

La muestra también nos lleva a los lugares comunes de muchos de esos creadores, como los burdeles –tan frecuentados por Picasso y Ricard Canals siguiendo la estela de Toulouse-Lautrec– o los locales dedicados al mundo del espectáculo, más allá del Moulin de la Galette o el inolvidable circo Medrano.

Una mención aparte la merece en el Museu Picasso la huella que ellos dejaron, sobre todo al incluir en su repertorio creativo los tópicos de la cultura folklórica española. Esos temas llegaron a alcanzar un gran éxito por parte de los clientes que acudían a las galerías de arte donde podían encontrarse escenas flamencas por Ricard Canals. cupletistas por Xavier Gosé, bailaores y bailaoras por Pau Roig o toreros por Marian Andreu, aunque para ello tuviera que acudir a Ismael Smith para que se disfrazara de un peculiar diestro con una rosa en la boca.

Fue una vida marcada por la alegría de vivir, aunque todo aquel universo empezó a romperse en pedazos cuando en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial. Eso supuso el retorno de muchos a Cataluña, aunque con alguna excepción, como Pablo Picasso que prefirió seguir en la ciudad que lo acogió y donde renovó el arte en el siglo XX.