Cuentos y leyendas

Silbán, el Gigante del Sobrarbe y sus insoportables lamentos: la leyenda romántica que mata al malvado monstruo del Pirineo Aragonés

Cayó en una venenosa trampa por estar ciego de amor

Silbán, el Gigante del Sobrarbe
Silbán, el Gigante del SobrarbeCreative Commons-Google

Cuenta esta leyenda de origen pirenaico, que Silbán era un ser de gigantescas dimensiones que vivía en la comarca oscense de Sobrarbe. De aspecto nada amable, por su descuidada y abundante barba, su largo pelo repleto de piojos y un aspecto sucísimo, este terrorífico gigante, según cuenta la tradición popular, se divertía atemorizando a los habitantes de Tella, localidad de Huesca, y no solo eso: les robaba impunemente parte de sus ganados, de lo único que subsistían.

Más cosas sobre él. Ataviado solo con pieles naturales de macho cabrío, el gigante de Sobrarbe se escondía en una oscura cueva, denominada desde entonces como Espluca de lo Silbán, en lo más alto de una pared vertical de rocas calizas. Vivía tristemente alejado de la civilización, porque además a nadie se le ocurría acercarse por sus dominios: era temido por todos los vecinos de Tella. Es más, nadie mencionaba su nombre. Pavor es lo que le tenían.

Pero aquí viene su verdadera historia de transformación. Era un día más, en el que el monstruo salía de su madriguera con la seguridad de robar reses a los ganaderos, pero sobre todo con el objetivo de divertirse con tal fechoría por el terror que en dichas incursiones ocasionaba entre los tranquilos vecinos del Pirineo. Pues bien, esa jornada de maldades fue muy diferente a las demás para el malvado gigante. Él todavía no lo sabía, pero su destino viraría rápidamente hacia una historia mortificante de amor. La razón, una jovial pastorcilla. Marieta se llamaba.

Aquí la leyenda deja patente un posible ‘agujero’ en la historia que se ha difundido de generación en generación. Pese a que en ningún momento se dice que Silbán también se alimente de personas, a Marieta -la leyenda afirma- sí que tenía la clara intención de devorarla. Pero esta, que era una zagala avispada, enseguida supo ver que únicamente colaborando con el atroz gigante podría librarse de una muerte casi segura.

Así pues, sin pensarlo dos veces la raptó y la encerró en su triste cueva. Allí la joven pastora se ofreció a ponerla en orden y limpiarla. También le cocinó y, además, tuvo el detalle durante todos los días que duró su encierro a servirle un cuenco de leche caliente por las mañanas. Poco a poco el Gigante empezó a verla con otros ojos. Y es que cambió sus ganas de engullirla por todo lo contrario: se enamoró perdidamente de ella.

Marieta, aprovechando uno de los descuidos del gigante ya relajado y enamorado, escapó de su raptor y pudo volver a Tella. Allí, la joven compartió con todos sus paisanos la terrible vivencia. El gigante había pasado y pisado líneas rojas, por lo que todo el pueblo ‘a una’ se armó de valentía para terminar con tantos años de miedo y opresión. Leche con veneno marcarían su triste final.

Cuando Silbán confirmó que Marieta había huido, salió furioso de la cueva a buscarla pero, tras haber avanzado solo unos metros hacia el pueblo, le llamó la atención un cuenco con la leche, como los que le preparaba su joven rehén. Lleno de ilusión por pensar que era un regalo de su amada, se lo bebió casi sin respirar y, tras algunos espamos, subió de nuevo a su cueva. Se desconoce si el gigante murió allí o no, pero lo cierto es que jamás volvió a aparecerse a nadie nunca más. El mito dice que si se guarda silencio, algunas noches se escuchan los lamentos y sollozos del Silbán, siempre enamorado de su pastorcilla. Le mataron de amor…