Viajes
¿Cómo se inició la Ruta de la Seda?
Es de sobra conocida la extensa ruta que unió Europa y Asia desde la Edad Antigua hasta el comienzo de la Moderna. La pregunta que falta por contestar es cómo, cuándo y por qué se creó esta intrincada red de caminos entre ambos extremos del mundo conocido.
Una ruta de tres mil años con un nombre de dos siglos
A lo largo de mil años, hasta el descubrimiento del cabo de Buena Esperanza por navegantes portugueses, y la posterior apertura de una vía marítima que uniese China y Europa, las relaciones comerciales entre ambos territorios pasaba por una extensa ruta que atravesaba Asia Central. En 1877, el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen acuñó el nombre por el que la conocemos ahora: La Ruta de la Seda. Un intrincado sistema de caminos que recorría un tercio del planeta, a lo largo de 8.000 kilómetros, semejante a las venas surcando un cuerpo vivo. Una ruta que ha forjado leyendas del calibre de Marco Polo y ciudades de cuento como Bujará y Samarcanda. Incluso permitió la difusión de la religión budista desde la India hasta el extremo oriente.
Era lenta y escabrosa de recorrer. En ocasiones, las carreteras ascendían a los 3.000 metros y atravesaban desiertos cocidos al fuego lento del sol, o zonas donde el invierno gélido cubría de nieve, durante siete largos meses, hasta donde alcanzaba la vista. Si el mercader sobrevivía a los bandidos en Asia Central, las revueltas dinásticas chinas y las amenazas del mundo islámico en su conquista territorial, podía tardar hasta seis años desde que salía de Roma hasta que regresaba.
Unió dos tierras tan dispares como lo fueron Oriente y Occidente, transportando perlas, satén, rubíes, seda y especias. Pero la Ruta de la Seda comenzó milenios antes de que el Imperio Romano se interesase por los bienes asiáticos. Fueron los emperadores de la dinastía china de Xia quienes iniciaron las relaciones comerciales con pueblos de Asia Central, a comienzos del segundo milenio antes de Cristo. Su interés se dirigía especialmente al jade, un mineral por el que los emperadores estaban dispuestos a pagar cualquier precio y apenas podía explotarse en contados lugares, entre ellos los territorios situados en el extremo occidental de lo que hoy conocemos como La República Popular China. A medida que la ruta comercial se afianzaba, fue extendiéndose a tierras más lejanas, entre Uzbekistán y Afganistán, de la misma manera que los productos que se comercializaban adquirían mayor variedad.
La entrada de los europeos en la Ruta de la Seda
No fue hasta el siglo IV a. C cuando la ruta rozó los límites del mar Mediterráneo y comenzaron las relaciones, tímidas en un principio, con los nacientes estados europeos. Tuvo que se Alejandro Magno quien, tras tomar el control de Asia Central durante sus conquistas, afianzó definitivamente el comercio entre ambos extremos del mundo conocido y estabilizó el uso de la ruta. La ambición que impulsaba al joven emperador pasaba precisamente por fundir las culturas griega y persa en una sola, y la Ruta de la Seda le otorgaba los medios necesarios para conseguirlo. Pero pocos años después, Alejandro murió prematuramente y su imperio comenzó un rápido periodo de decadencia que pasó el relevo de la supremacía europea a los romanos. Hacia el siglo II a. C, la ruta entre Roma y Xi´an (capital china del momento) ya estaba perfectamente establecida y el comercio se intensificó. El control de los romanos sobre Asia Central permitió garantizar la seguridad de los comerciantes y, para entonces, la seda ya se había convertido en el producto estrella que todas las familias acaudaladas deseaban. Encontraban en este producto una fibra elástica y resistente, que además poseía un gran aditivo para aumentar su interés. Al proceder de tierras tan remotas, rápidamente se transformó en un artículo de lujo.
La ruta se dividía en dos partes, repetidas veces a lo largo del camino, con el fin de garantizar la llegada de la mayoría de las mercancías. El largo camino que separaba los extremos del mundo estaba cargado de peligros y bandidos que amenazaban diariamente la seguridad del producto. En el desierto de Taklamakán, los caminos recorrían tanto su parte septentrional como meridional, y en Palmira (actual Siria), seguía sus últimos pasos hacia Constantinopla o El Cairo.
El robo de los capullos de seda
Se ha dicho que el mayor interés de la ruta era la seda, ya que no fue hasta el siglo VI cuando descubrieron los europeos el método de fabricación de las codiciadas prendas. Fueron unos monjes cristianos quienes metieron en sus sacos los capullos de seda con que se manufactura, y tras sortear los controles chinos llevaron el secreto a tierras europeas. Pero no fue hasta finales de la Edad Media cuando su fabricación en Europa adquirió dimensiones significativas. Europa es una tierra pobre en diamantes, perlas, oro y jade; por aquella época se enzarzaba en cruentas guerras y la economía del continente era frágil. Es por esto que pese a tener un sentido bidireccional, la ruta llevaba más bienes a los europeos que a los chinos. Estos últimos simplemente se contentaban con recibir los beneficios económicos que reportaba.
El comienzo del fin en la Ruta de la Seda vino condicionado por las invasiones mongolas del siglo XIII. Pese a que los kanes procuraron mantener el flujo de mercancías, la inestabilidad en ciertos territorios propició los asaltos de bandidos a los comerciantes, tornando el viaje en uno cada vez más peligroso. Y con la conquista otomana de Constantinopla, que había sido hasta el momento el nexo de unión entre Oriente y Occidente, la ruta cayó en picado. Los marineros portugueses abrieron la puerta a las vías marítimas, más seguras pese a la piratería, y la obsoleta Ruta de la Seda terminó por transformarse en una ruta comercial restringida a la zona de Asia Central.
Desde el siglo XIX, el romanticismo aventurero de exploradores europeos ha otorgado una nueva faceta a la ruta. Por ella caminan, pedalean y conducen cientos de aventureros todos los años, buscando los misterios que envuelven sus ciudades más emblemáticas. Ellos se cruzan en Asia Central con caravanas de camiones que aprovechan los caminos para llevar productos de una ciudad a otra, y nostálgicos imaginan los años en los que era habitual que los transportes cargaran las riquezas más deseadas por el mundo occidental.
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