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Olfato
¿Por qué somos incapaces de saber si 'olemos mal' o no?
Aunque el aroma corporal pueda llegar a ser realmente intenso, el propio en muchas ocasiones no lo apreciamos
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Desde que son pequeños, a los niños en España (al menos hasta hace algunos años), siempre se les enseñaba la canción de 'Pimpón' ("Pimpón es un muñeco de trapo y de cartón, se lava la carita con agua y con jabón...), por la que aprenden la importancia de una higiene íntima básica. Cuando no se ha alcanzado el suficiente grado de conciencia, no hay mejor manera de que se memoricen lecciones importantes con estrategias de este estilo.
Sin embargo, cuando uno ya llega a la etapa adolescente o adulta, ya adquiere un grado mayor de propiocepción, y es capaz de discernir entre lo que conviene y lo que no... al menos en teoría. En la práctica, vemos cómo todos los humanos nos dejamos arrastrar de alguna manera u otra por opciones subóptimas o directamente catastróficas, y después sufrimos las consecuencias.
El famoso 'Rey Sol', Luis XIV de Francia, a pesar de pertenecer a la más alta realeza, afirmaba solo haberse bañado en un par de ocasiones a lo largo de toda su vida. Especialmente durante la Edad Media y la Edad Moderna, las gentes eran más bien reacias hacia todo lo que implicase un mínimo de higiene personal. Por muchas canciones que se enseñen en la infancia, cuando uno se hace mayor queda solo en su mano el actuar mejor o peor.
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Hay en otras ocasiones que no se actúa 'mal' a propósito, sino por falta de información. El ser humano no es una máquina, y nuestro cerebro no evoluciona al mismo ritmo que lo hacen las costumbres, lo que provoca que en más de un aspecto cotidiano de la vida diaria haya contradicciones entre el cuerpo y la mente. Uno de los terrenos donde más se deja notar es en la higiene personal.
¿Por qué somos incapaces de saber si 'olemos mal' o no?
El olor corporal no es estanco, sino que varía mucho con la edad y los cambios en la producción de hormonas. Por ejemplo, las personas mayores tienen un aroma corporal muy característico, que como ya explicábamos hace algún tiempo en LA RAZÓN, se debe a la reducción de antioxidantes, que evitan que en la piel se produzca la 'molécula 2-noneal'.
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A pesar de que se mantenga una buena higiene íntima de forma regular, algunos factores (deporte, falta de ventilación, cambios hormonales, etc.) pueden hacer que una persona desprenda mal olor, incluso habiendo tomado una ducha antes. Los desodorantes son muy útiles en su labor, pero 'no hacen magia', y si el olor es muy intenso o penetrante acabará destacando por encima de todo.
Suele provocar una gran sensación de vergüenza cuando otra persona, normalmente un amigo o conocido de confianza, es la que tiene que indicarnos que olemos mal. Y es que en muchas ocasiones no somos capaces de captar nuestro propio aroma corporal, y no es debido a un mal funcionamiento de nuestros sentidos, sino todo lo contrario.
El hecho de dejar de sentir el olor que nosotros mismos desprendemos se debe a un proceso importante fundamental para la supervivencia que lleva a cabo nuestro cerebro, y se conoce como 'adaptación olfativa'. Este provoca que se pierda mucha sensibilidad hacia aromas ya conocidos, centrándose en los que nos resultan novedosos.
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Si nuestro cerebro no primase unos olores sobre otros y percibiésemos todos a la vez con la misma jerarquía, se formaría un guirigay en la pituitaria que nos dejaría incapaces de distinguir ninguno de ellos con un mínimo de seguridad. Así lo explicaba el farmacéutico Álvaro Fernández (@farmaceuticofernandez) en su cuenta de TikTok.
Un proceso similar ocurre, por ejemplo, cuando dejamos de percibir que llevamos puestos los calcetines, las gafas o un gorro porque hace frío. Aunque al principio pueda resultar molesta la sensación que la presión de la goma elástica puede generar sobre la piel, al poco tiempo dejamos de notarla. El cerebro es incapaz de enfocarse en todos los estímulos a la vez constantemente, por eso a veces precisa 'olvidar' o 'ignorar' algunos y centrarse en los que considera más relevantes o novedosos.
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