Lugo
Un fino intelectual
En mi primer encuentro con el cardenal Rouco me impresionó su profunda humanidad y su fineza intelectual. Le conocía por su labor como arzobispo de Santiago de Compostela y luego al frente de la archidiócesis de Madrid así como por su importante papel como presidente de la Conferencia Episcopal, pero la primera aproximación había sido, tiempo atrás, gracias a su extraordinario estudio sobre la Iglesia y el Estado en la España del siglo XVI. Algunos medios de comunicación y la izquierda habían proyectado la imagen de un prelado distante y duro cuando no es más que un hombre consciente de su labor al servicio de la obra de Dios. Un joven con una fuerte vocación que emprendió un difícil camino desde Villalba, un pueblo de Lugo, hasta asumir las responsabilidades más importantes de la Iglesia en España. Un intelectual formado en la Pontificia de Salamanca y luego en Múnich, en los años sesenta, con un currículo académico de gran solidez en teología, derecho canónico e historia. El trato personal muestra que nada tiene que ver con esa imagen interesada que algunos han intentado transmitir. Es la interesante mezcla de un sacerdote preocupado por sus feligreses y un intelectual dispuesto a defender con firmeza sus convicciones. Esto hace que sea un adversario incómodo en un mundo donde impera la superficialidad ideológica y la inconsistencia intelectual.
Rouco ha afrontado misiones muy difíciles a lo largo de su vida y hubiera sido muy feliz siguiendo su carrera docente en la Universidad de Múnich o en la Pontificia de Salamanca, pero Pablo VI y luego Juan Pablo II y Benedicto XVI decidieron que siguiera un camino más duro al servicio de la Iglesia. Es un hombre austero y sencillo, como el resto de obispos que saben que los cargos no son honores sino responsabilidades. La brillantez con que ha resuelto las diferentes misiones pastorales, con la guinda final de la extraordinaria celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, es el mejor legado de este sacerdote de Villalba dotado de una fina ironía y una gran agudeza intelectual. Le queda todavía mucho por hacer en las diferentes responsabilidades que lleva a sus espaldas. La más importante es defender los valores de la familia, que son los que han hecho fuerte a España a lo largo de la Historia. Una sociedad sin valores y principios no tiene futuro, pero nuestro país, afortunadamente, los tiene y muy firmes.
✕
Accede a tu cuenta para comentar