Tribuna
La Unión Europea se equivoca
La eventual entrega a Ucrania de los activos rusos confiscados corre el riesgo de acabar siendo una mera medida de distracción política
La prolongación en el tiempo de los conflictos en el Este de Europa y en Oriente Medio está trastocando los planes geopolíticos de estadounidenses y europeos. Como consecuencia de ello, EE.UU. y las potencias europeas se ven obligados a desconcentrar su atención, esfuerzos y recursos entre Ucrania e Israel –con la mirada de unos y otros siempre puesta en Asia Pacífico y el Mediterráneo–. Esta situación está conduciendo hacia una tácita división del trabajo en el espacio euroatlántico. Es lo que parece derivarse, al menos, de las recientes medidas comerciales adoptadas por EE.UU. respecto a China y el anuncio de la UE de poner en marcha una política de confiscación de activos de Rusia. Concretamente, los «ingresos extraordinarios generados por los activos inmovilizados» rusos depositados en bancos europeos.
¿Tiene EE.UU. recursos suficientes para lidiar con un eventual tercer frente, en Asia Pacífico? ¿Pretenden los europeos sostener su apoyo económico a Ucrania recurriendo a la confiscación de activos? El tiempo dirá. Mientras tanto, lo que la lógica indica es que la política comunitaria de confiscación de activos tendrá un impacto limitado, más simbólico que económico. La entrega a Ucrania de los activos rusos confiscados no va a debilitar estructuralmente a Rusia ni va a reforzar coyunturalmente a Ucrania. Al igual que la política comunitaria de imposición de sanciones no ha servido para acelerar el fin de la guerra ni para debilitar los esfuerzos de guerra rusos –se ha topado con la realidad de que fuera del bloque occidental nadie ha querido asumir el coste de ejecutarlas–, la confiscación de activos tampoco va a lograr acercar el objetivo de la derrota estratégica rusa.
Bien al contrario, con esta política confiscatoria lo que hace la UE es marcar un gol en contra de su propio marco. Al margen de eventuales contramedidas que la acción comunitaria pueda originar en la parte afectada, la decisión de la UE generará en el corto plazo perjuicios al euro, a los bancos y a las entidades financieras comunitarias, ya que socava la seguridad jurídica de sus clientes. En el medio plazo, esta política de confiscación de activos, aunque solo afecte a los ingresos generados por estos, lo que hará es quebrar la confianza de los inversores de los países asiáticos, árabes, latinoamericanos y africanos. Pues, estos entenderán que, si en alguna ocasión sus intereses se colocan, geopolíticamente, en lados opuestos a los de la UE, correrán la misma suerte. A la larga, esta política reforzará el marco argumental de quienes sostienen que el «orden basado en reglas» que defiende la UE no es sino un arma geopolítica al servicio de la hegemonía estadounidense. Sin duda, esto limitará la capacidad de la UE para hacer creíble su predisposición para vincularse con los países del llamado Sur global a través de esquemas relacionales respetuosos y apegados al derecho internacional.
Asimismo, la eventual entrega a Ucrania de los activos rusos confiscados corre el riesgo de acabar siendo una mera medida de distracción política. Dadas las elecciones al Parlamento Europeo, no es descartable que exista la tentación de disimular el hecho de que el gasto público del Estados miembros se está desplazando progresivamente hacia el ámbito de la defensa. Y, aunque no necesariamente en detrimento del ámbito social, sí con un elevado coste para los niveles de bienestar social que la UE se propone alcanzar mediante el pilar europeo de derechos sociales.
Ante esta realidad, dos hechos empiezan a vislumbrarse. Por una parte, la opinión pública occidental se ha acostumbrado a las guerras en el Este de Europa y en Oriente Medio, por lo que será cada vez más difícil interpelarla desde los sectores políticos. Parafraseando a Mario Benedetti, en las alertas de la élite política occidental y las de sus opiniones públicas las prioridades son distintas. Aunque puedan compartir las mismas alertas, el orden de las prioridades de unos y otros puede no ser el mismo. Por la otra, la élite política occidental empieza a caer en la cuenta, obligada por la prolongación del conflicto y la ineficacia de las sanciones, que sus recursos son limitados, lo que convierte el «as long as it takes» en un bonito eslogan.
A las puertas de un crucial proceso electoral, la guerra en Ucrania parece estar entrando en un ciclo en el que ningún Estado miembro de la UE quería llegar. Una etapa dominada por un creciente desinterés por parte de la opinión pública comunitaria, un acuciante agotamiento financiero y una progresiva fatiga del ejército ucraniano. Y, aunque en la OTAN confían que los últimos paquetes de ayudas aprobados por EE.UU. y la UE marcarán un punto de inflexión, tampoco ocultan su temor a un eventual colapso del frente de guerra ucraniano. Si esto ocurre, las consecuencias que se derivarán para la UE, la OTAN y EE.UU. serán considerables.
Youssef Louah Rouhhoues analista de asuntos internacionales.
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