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El buen salvaje

Trump, la tribu progresista está de bajona, ¿qué hacemos?

Resulta que millones de votantes no desean que Blancanieves sea negra por decreto y que después de Malasaña o de Brooklyn hay vida y que en esa vida hay cervezas

El periódico «The Guardian» ofrece psicoterapia a sus periodistas «traumatizados» por el arrollador triunfo de Donald Trump. En España no habría profesionales suficientes para atender la demanda de todos los colegas que necesitan urgentemente de atención especializada en caso de que nuestras empresas ofrecieran ese servicio. No entienden, y eso que analizan multitud de enigmas políticos, por qué el señor naranja (un color que estaba en la nómina del Tarantino de «Reservoir Dogs») ha arrollado a la buena de Kamala Harris.

Algo tendrán que hacer los periodistas si son capaces de amputar las flores secas hasta quedarse con el tronco de la información y, sin embargo, no pueden entender a un votante de Trump. Queridos, algo estáis haciendo mal. Vuestra misión era acercaros a los ciudadanos, pero resulta que la gente no os entiende. En Estados Unidos una aplastante mayoría de redactores simpatizan con los demócratas mientras que los periodistas que votarían a los republicanos se reducen en porcentaje. Fuera de la Fox, da cierta vergüencita adherirse a la fachosfera. Cierto es que Trump es un fenómeno que traspasa ideologías. Trump no es de derechas ni de izquierdas. Trump es Trump. Por eso ha vencido. Lo llamativo es que las cabezas tan bien amuebladas de nuestros ensayistas políticos no lo vieran venir. La progresía relata que en el mundo occidental hay que seguir determinadas normas, de tal manera que si no se cumplen se está fuera del sistema.

Las élites, a las que pertenece la Prensa, compran el discurso; el centro derecha también lo compra. Posicionarse contra el aborto, exigir igualdad real entre hombres y mujeres, dudar ante las terapias trans en menores de edad o desbaratar la farlopería de un colectivo Lgtbi en el que la mayoría de los que son Lgtbi no se sienten representados, es ser radical. Pero resulta que millones de votantes no desean que Blancanieves sea negra por decreto y que después de Malasaña o de Brooklyn hay vida y que en esa vida hay cervezas. Se ha esparcido la idea según la cual si no pensamos como los neoprogres estamos fuera del sistema.

Podría tener su lógica, hasta cierto punto, que sectores ideologizados estén en «shock». Pero ¿la Prensa? ¿Acaso quieren los medios convertirse en partidos políticos?