El bisturí

Otra víctima colateral de la nauseabunda guerra contra Ayuso

Sánchez ha intentado involucrar a Juan Lobato para que participara en el nauseabundo contubernio

Cuando llegó al poder tras prosperar la moción de censura contra Mariano Rajoy, Pedro Sánchez tuvo pronto claro que el siguiente paso en su carrera para perpetuarse era conquistar Madrid y derribar a su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, con el fin de silenciar toda voz opositora en el futuro. Al igual que siempre han hecho los presidentes populistas suramericanos con sus rivales políticos, el jefe del Gobierno español diseñó una estrategia para socavar la imagen de la dirigente madrileña antes de darle la estocada definitiva y librarse de la que entonces empezaba a ser ya una dolorosa china en su zapato.

En contra de la opinión de muchos de sus allegados en el partido, Sánchez vio rápido que el verdadero contrincante no era ni Pablo Casado, ni ningún barón autonómico del PP, ni José Luis Martínez-Almeida, sino la compañera de éste en la Comunidad de Madrid. De ella se temía su sorprendente conexión con la calle, pero se pensaba que podría ser una pieza relativamente fácil de batir redoblando los ataques, a la vista de su candidez, de su aparente menor formación comparada con la del alcalde y de las dudas iniciales que suscitaba en parte de su propio partido.

Dentro de esta estrategia, la pandemia se conformó como un inmenso campo de pruebas en el que minar ese verso suelto que mezclaba el verbo directo y ácido de Esperanza Aguirre con una capacidad innata para trasladar los mensajes a la gente de a pie.

Desde entonces, Díaz Ayuso ha sufrido una verdadera cacería en la que Sánchez iba incorporando nuevas y más potentes escopetas con cada fracaso cosechado, sin lograr nunca la cabeza de la dirigente popular. La batería de medios empleados contra ella no es baladí. En este tiempo ha habido de todo. El inquilino de Moncloa lanzó contra ella a la jauría mediática que bebe de su mano, nombró ministros ex profeso cuyo único fin ha sido el de horadarla, se decretaron medidas coercitivas sobre los madrileños como castigo recubiertas de apariencia epidemiológica, se rastrearon sus cuentas y las de sus familiares más cercanos, se intentó desprestigiar a amigos personales y se azuzó contra ella a sindicatos, pancartistas y actores y actrices de la ceja. Todos los intentos de hundirla pincharon en hueso. A medida que superaba una crisis, Díaz Ayuso se hacía más fuerte desatando la ira del presidente, que se volvía a su vez más débil.

El resultado de esta persecución ha sido, desde luego, desesperante para Sánchez, quien, inasequible al desaliento, decidió sin embargo utilizar a toda la artillería aprovechando la deuda tributaria de la pareja de la madrileña. En esta nueva fase de esta guerra sucia entraron en juego Hacienda, el fiscal general del Estado y la delegación del Gobierno. También se intentó involucrar a Juan Lobato para que participara en el contubernio, pero tan nauseabundo debió parecerle el montaje, que decidió cubrirse las espaldas en lugar de hacerlo, en una decisión que le honra como político, pero por la que ha sido «linchado» por el aparato del partido, forzando su dimisión. Es una víctima colateral más de la izquierda y la ultraizquierda, como otras anteriores, en su pugna estéril contra Díaz Ayuso, que les tiene tomada la medida a Sánchez y sus corifeos y les gana siempre por la mano.