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Quisicosas

Otra vez covid

Nuestra generación será para siempre la del Covid-19, como otras han sido las de la peste o la gripe española. Somos los del virus chino

Por tercera vez he padecido al oscuro pasajero, que diría Dexter. No le faltó detalle en esta visita: garganta escocida, fiebre, cefaleas, cansancio extremo, dolores musculares, pérdida del gusto y unos diez días de convalecencia, hace ahora un mes. Pleno al quince. Como buena asmática, me aterrorizan los síntomas bronquiales, pero esta vez he percibido que, de esos, los más temibles, ni rastro. Como si el «bicho» hubiese perdido el aguijón. La nueva variante se llama «Pirola», un divertido nombre que no encubre nada gracioso.

Mi relación con cada ola del virus ha sido tempranera. El caso inicial de covid-19 en España fue diagnosticado el 31 de enero de 2020, en La Gomera, y el primer fallecimiento se produjo el 13 de febrero en Valencia. Cinco días después, el 18 de febrero, yo ya estaba contagiada. Lo recuerdo porque presenté un concierto de Ainhoa Arteta en el Auditorio Nacional, a favor de la Fundación de lucha contra la ELA. Y lo hice en condiciones lamentables. Atribuí los síntomas a una gripe y, entre bambalinas, justo antes de salir al escenario, apenas me sostenía. Tan mal me encontraba que me peinó mi hija, en lugar de la peluquera, pese a la importancia del acto. Fue un sufrimiento dirigirme al público y, para evitar toser y que la fiebre me subiese, me dopé con corticoides, jarabes, antipiréticos. Un mes después se decretaba el estado de alarma. Viéndome en las fotos con Doña Sofía, con Ayuso o los dirigentes de la Fundación del querido Paco Luzón, me hago cruces ¡me pregunto cuántas personas contagié aquel día! He recibido la vacuna dos veces y, a pesar de ello, he enfermado tres de covid, nunca tan violentamente como la primera. A lo peor, de no haberme inyectado, también esta vez el virus me hubiese atacado los pulmones. O no.

A la voz de «covid» nos viene a la mente el momento en que se nos prohibió salir de casa. El pasillo se convirtió en zona de paseo, colocamos sillones bajo la ventana soleada y yo puse un purificador de aire en el salón del que aún me pregunto si serviría para algo. Nuestras terrazas (qué gozo los que las teníamos) fueron aire puro, lugar de reunión vespertina (cuando aplaudíamos a los sanitarios) y escenario de creatividad insólita, desde conciertos a mítines. Celebramos la Semana Santa viendo al Papa en San Pedro, solo, en impresionantes imágenes televisivas. Hicimos reuniones virtuales con los amigos, sesiones de deporte «on line» y descubrimos «influencers». Nuestros padres son «los de la transición» y nuestros abuelos «los de la guerra civil». Nuestra generación será para siempre la del Covid-19, como otras han sido las de la peste o la gripe española. Somos los del virus chino.