El buen salvaje
Leonor y Letizia, las reinas que España no esperaba
Leonor abre un tiempo nuevo, que no es poca cosa aunque suene a frase hecha y a coletilla de discurso zarzuelero, en una época en la que los barcos de Turner naufragan frente a acantilados artificiales
La actualidad se difumina en la luz de una estampa de Turner, tan violenta que provoca más miedo del que sienten los marineros de sus cuadros, invisibles, como nosotros, dentro de barcos que se los tragan en la tormenta. Eso somos: fantasmas en una galerna. Si el presente ya es incierto, el futuro es un salvoconducto a lo indecible. Hay unos pocos monstruos que anidan en la política que vienen a asustarnos en una historia de este Halloween eterno que parecía de broma, como la idea de pasar una noche de terror en casa de los Panero. Pero resulta que todo es verdad.
Esa es una de las razones por la que nos entusiasma la Princesa Leonor, porque es un pasadizo casi secreto hacia la luz, un cuento de Alicia sin «¡que le corten la cabeza!», el asidero de un porvenir rotundo de tan liviano. Nos encanta que una joven a punto de cumplir dieciocho años sea la promesa de un futuro chachi, sin dragones ni mazmorras. Tanto es así que lo único que me interesa de todo lo que pisará el Congreso el próximo martes es la Familia Real. Cuanto peor resulta el devenir político más resalta esta Monarquía de Felipe VI a la que doy las gracias con la cabeza debidamente inclinada.
Leonor resulta ser una Princesa inesperada aunque la viéramos crecer y tuviéramos cada año una felicitación suya en Navidad. La Reina Letizia, a la que se recibió con algún mohín de escepticismo, por no elevar el nivel del adjetivo, es la guía perfecta para una muchacha de la que dicen que es «normal» cuando no puede serlo. Aceptemos esa media verdad. Ambas son las reinas que nos han traído los Reyes Magos, que es el padre. Si España no tuviera reyes, estos reyes y esta Princesa quiero decir, hoy sería casi el final de un camino. Con ellos, el trayecto sigue porque los que llevan el mando del tren se apearán tarde o temprano, una tarde antes de que anochezca, mientras que los demás seguiremos con la corona puesta hasta que el cuerpo aguante, como en un «after hour» dorado y sin resacas. Al cabo, no solo somos los reyes de nuestras casas sino reyes de España porque los que ostentan esa representación nos la ceden un poco.
Leonor abre un tiempo nuevo, que no es poca cosa aunque suene a frase hecha y a coletilla de discurso zarzuelero, en una época en la que los barcos de Turner naufragan frente a acantilados artificiales. Todo es artificial. Menos ella, que sigue el curso natural de una Historia que, parece mentira, sigue haciéndonos soñar. Por eso la mayoría nos hacemos monárquicos cuando toca. Ahora, por ejemplo.
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