Opinión
La generación que lo hizo todo bien y está fatal
Mi hermano, psiquiatra, dice que ayudaría darnos cuenta de que la vida de bonanza de finales del siglo XX fue un espejismo
Tengo la sensación de que una gran parte de mis amigos está en tratamiento para la ansiedad o la depresión. ¿Es una percepción distorsionada o vivimos en un vórtice de dolor generacional?
"Con esfuerzo triunfarás"... Un lugar común que escuchamos millones de veces los “X” (nacidos entre 1965 y 1980); la última generación bajo el ideal de la meritocracia. Crecimos en la premisa de que el sacrificio garantizaba éxito y estabilidad. Ahora nos encontramos en un escenario donde el trabajo ya no significa casa, ni bienestar asegurado, ni jubilación.
Somos una promoción muy “tocada”. Nos sentimos estafados porque un esfuerzo máximo casi no nos permite conseguir lo que consideramos, por nuestra educación, mínimo (casa, ahorro, ocio…) ni tampoco nos conduce a brillar y a recibir la dosis de narcisismo o reconocimiento que consideramos justa. El cine y la TV nos atascaron de expectativas de lo que debería ser la vida totalmente inalcanzables: gente bellísima, millonaria y desocupada, dedicando su día a día a visitarse unos a otros, sexo en la encimera, whisky que no emborracha ni produce cirrosis
Mi hermano, psiquiatra, dice que ayudaría darnos cuenta de que la vida de bonanza de finales del siglo XX fue un espejismo. Que lo que tenemos ahora se parece más a lo que ha sido la existencia humana a lo largo de la historia y que una fórmula saludable para nosotros sería la austeridad, el esfuerzo, el ahorro, la inversión y la autosostenibilidad en la medida de lo posible.
En efecto, la mía es una generación de ansiosos descreídos en el bucle infinito de una experiencia vital de cautiverio y nuevas verdades, porque de niños nos vendieron una fórmula de éxito que sí, que funcionaba en aquellos años económica y moralmente, ya no.
Para arreglarnos la asimetría emocional que traemos, las redes sociales nos venden un paraíso irreal donde toda la gente se muestra guapa, estable, cuerda y feliz, paraíso al que nadie siente en realidad que pertenece desde el otro lado de la pantalla. Síndrome del impostor, una de las reiteraciones más habituales en cualquier boca de mediana edad.
Repaso otras palabras en desuso que en algún momento (bíblico) describieron virtudes también en desuso: abnegación, benignidad, longanimidad, mansedumbre… ¿Qué es esta mierda? En el siglo XXI, conceptos denterosos porque, como todos sabemos, “los mansos heredarán la Tierra”... Cuando los necios terminen de repartírsela.
No sabemos quiénes somos, las consultas rebosan, los profesionales de la salud mental no dan abasto, mientras, cultivar los peores defectos promete acercarnos a la felicidad o al menos al aplauso de los demás. No se me ocurre una civilización más desorientada que este templo al buenismo vacío que hemos construido.
Por ejemplo, la palabra modestia lo hace a uno poco competitivo en nuestra sociedad; cuanto mayor grado de impudicia, física y psicológica, uno despliegue, más papeletas tendrá para triunfar en cualquiera de sus acepciones. Si el pudor ha sido históricamente un sinónimo de nobleza, hoy lo es de marginalidad. Nos dijeron que el conocimiento nos haría libres, pero olvidaron mencionarnos que la ignorancia nos haría virales.
Ahora, para ser popular en cualquier ámbito de las relaciones humanas, ya sea uno tertuliano, político, dentista, columnista o personal shopper, hay que ser un poco chabacano y practicar la necedad, opinar rápido, pensar rápido, decidir rápido, leer rápido. El idiota triunfará en las discusiones o debates, no por su argumentario, ni su dialéctica, sino precisamente por su falta de empatía, rigor y delicadeza.
O si no, está la opción de convertirse en un experto en indignación selectiva. Nada genera más engagement que un enfado bien calibrado. Da igual el motivo o la temática elegida, el objetivo es lograr una furia de apariencia legítima para ganar seguidores, respeto y hasta un poco de envidia. En tiempos de sobreinformación, la capacidad de parecer afectado por todo es la nueva elocuencia.
Y aquí estamos, mirando al horizonte.