Al portador
Feijóo, el político obligado a desayunar todos los días
Feijóo, que esperaba casi un paseo militar por tierras gallegas, quizá ha tropezado dos veces en la misma piedra
Clemente Wenceslao Nepomuceno Lotario von Metternich (1773-1859), que ese era su nombre completo, canciller y ministro de Asuntos Exterior del Imperio Austrohúngaro, era un pragmático que pensaba que «con los asentimientos no se pueden evitar, lo que hay que hacer es dirigirlos». Fue el arquitecto del Congreso de Viena, que rediseñó el mapa europeo después de la derrota de Napoleón en Waterloo, justo donde Carles Puigdemont disfruta ahora de su exilio a la espera de la amnistía que le dará Pedro Sánchez tras las elecciones gallegas de mañana. Alberto Núñez Feijóo, que quizá ignore el consejo de Metternich, está en el filo de la navaja en las urnas en su tierra. El PP ganará los comicios con bastante holgura, pero unos cientos o pocos miles de votos pueden decidir si alcanza la mayoría absoluta o no. Si lo logra, será un éxito; si no lo consigue, el fracaso será mucho mayor. También el resultado de la letra pequeña de la proporcionalidad de la ley electoral, todo un verdadero arcano para la mayoría de los votantes, pero que decide elecciones y quita y pone gobernantes.
Pedro Sánchez, para echar al PP de la Xunta de Galicia y debilitar a Feijóo, confía en Ana Pontón y en el Bloque Nacionalista Galego. Sólo le ha faltado pedir el voto para esos indepes. El que el PSOE quede el tercero con el peor resultado en Galicia de su historia no le importa si envía a los populares a la oposición. Tampoco parece preocuparle que, en ese caso, su Gobierno y España estarían en manos de los «indepes» catalanes, vascos y gallegos. La Moncloa no es que «bien valga una misa» –paráfrasis de lo atribuido a Enrique IV de Francia (1553-1610)–, sino que lo vale todo para el jefe del PSOE. Feijóo, que esperaba casi un paseo militar por tierras gallegas, quizá ha tropezado dos veces en la misma piedra. La campaña electoral de los populares ha vuelto a ser manifiestamente mejorable, con errores de bulto, como la ya conocida como «comida del pulpo». Habló de la amnistía en el momento equivocado y todo se lio. Inexplicable, aunque el efecto electoral sea discutible. Feijóo, a pesar de su experiencia, se quedó tan sorprendido como cuando aterrizó en Madrid y un día preguntó «pero ¿cuántas veces se desayuna aquí a la semana?», ante la cantidad de esos compromisos, públicos y privados que tienen los políticos. Nadie moverá ahora la silla de Feijóo pase lo que pase mañana, pero si no hay mayoría absoluta el futuro será diferente, porque quizá ignore que lo que no se puede evitar hay que dirigirlo, como insistía Metternich.
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