Con su permiso
Estrategias
Ahora se ha convertido en referente de moda y estilo a cuenta de un abrigo que lució esta semana en el pintoresco foro de Davos
Virginia admira la inagotable disposición de Pedro Sánchez a ocupar cualquier espacio. Se maneja con destreza digna de envidia en la contradicción que define nuestra condición humana, porque carece del pudor con el que la mayoría del resto de sus congéneres se enfrenta a ella. O si lo posee no le pesa más que la autoexigencia de avanzar en la dirección que se ha propuesto. No es que haga de la necesidad virtud, es que su virtud esencial es el imparable empuje de lo que le marca su necesidad. El freno del hombre público es el juicio de sus acciones, pero él no sólo no parece conocer freno alguno, sino que es capaz de cosechar comprensión y hasta aplauso con una idea y su contraria, y no sólo entre sus adeptos más cafeteros. Sale de los juicios en gran medida indemne o reforzado.
Constata Virginia que tal cualidad no sólo se despliega en el ruedo político. Ahora se ha convertido en referente de moda y estilo a cuenta de un abrigo que lució esta semana en el pintoresco foro de Davos, que es un encuentro de poderosos cuya confluencia no va más allá de unos cuantos cuentos de futuro sobre la globalización y alguna exhibición pública de políticos de ambición universal. Llevó Sánchez a Suiza una prenda de abrigo de marca nacional y precio asequible, que por lo visto se agotó el poco de hacerse públicas las fotos del presidente con la prenda. Hay que reconocer, se dice Virginia, que el abrigo en cuestión es guapo y moderno: alargado, negro, sobrio y con una indiscutible apariencia de ser prenda calentita y confortable. No recuerda muchos casos en los que un político de tan alto vuelo haya sido capaz de disparar así las ventas de una pelliza. Como si de un «influencer» se tratara, lo que él lleva se vende como rosquillas. A ver, influencia tiene, y una aproximación a la raíz de ese término tan en boga y tan desquiciadamente mal utilizado, no aceptaría discusión sobre la pertinencia de considerar tal a Sánchez. Pero resulta, al menos para Virginia, realmente sorprendente y hasta meritoria esa cualidad de extender su universo de poder, su capacidad de mover voluntades, también al terreno de los impulsos, de las decisiones irracionales o de la compulsión en el consumo.
Sirve, como diría su suegra, para un roto y un descosido, lo cual en estricto sentido de coherencia política sería una cualidad de corto alcance, pero en el paisaje presente y, sobre todo, en la coreografía política dominante, en la plasticidad de ideas y criterios que ha impuesto él mismo, resulta de una eficacia fuera de toda duda. Ahí está, arrastrando al cambio a opiniones ajenas e influyendo además en las ventas de prendas deportivas.
Impecable, hasta plausible, piensa Virginia, la coherencia en su intencionado desorden, en el ajuste de palabras y hechos a la necesidad del momento, hasta en la explicación a sus vaivenes con aquello tan banal y tan profundo, tan cierto y tan falso (sanchismo puro) de que la verdad es la realidad, que dijo en una entrevista. Claro. Obvio. Incuestionable. Pero frívolo y argumentalmente tan flojito como que el hielo está frío o en el silencio no hay voces. Porque si decidimos que hay que cambiar la realidad, tomamos como verdad (que también lo es) que el hielo quema o que en el silencio se escucha mejor uno mismo, y podemos convertir una cosa y su contraria en hechos ciertos.
Virginia, que es muy de frases hechas, se acuerda de aquellos versos de Campoamor incorporados al refranero popular: «nada hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira». Y Sánchez se le antoja absolutamente caleidoscópico. Y en ello exitoso.
Hay, con todo, un territorio en el que ella estima que el actor principal del escenario político patrio refleja cierta torpeza o, al menos, inseguridad. Entendida la volatilidad de sus principios y compromisos como el reflejo de una forma precisa y estudiada de alcanzar sus objetivos, de una firme determinación de avanzar por el camino que él considera principal, o único, no le deja indiferente la inseguridad (política y acaso personal), la aparente debilidad que muestra ante las exigencias de los siete magníficos (y magníficas, vale) de Puigdemont. Parece como si no tuviera claro que si ellos tienen la sartén de la gobernabilidad por el mango de los siete votos, él posee también una baza de fuerza que acaso pese más que la que ellos enarbolan, y es el futuro de su resucitado líder carismático. Porque, a ver, piensa Virginia, si la derecha catalana puigdemoníaca tiene los votos para avanzar, Sánchez tiene la llave para lo que más desea la otra parte, que es el olvido de sus delitos y el regreso indemne, puro y casi agradecido de su jefe supremo. Puestos a perder, no es lo mismo una votación o hasta el gobierno, que un futuro luminoso de olvido de delitos y regreso a casa por la puerta grande. Porque si los indepes tensan la cuerda pueden llegar a romperla y ante el previsible cambio de ciclo político olvidarse durante un largo tiempo o quizá para siempre de amnistías, perdones y regresos.
Se pregunta Virginia si esa aparente ceguera es real o impostada. Acaso deba concluir que tratándose de Pedro Sánchez ha de tener un sentido estratégico que a ella hoy se le escapa.