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Escrito en la pared

Una emoción de altura

Nuestra sociedad no debe conformarse con la igualdad de los mediocres, sino que ha de obligarse a cultivar el mérito

Los Juegos Olímpicos deparan momentos intensos que nos identifican con los deportistas que compiten por lograr lo que otros no han conseguido, por vencer al contrario o por alcanzar el liderazgo de una clasificación colectiva. Sin duda, son muchos los espectadores que así alcanzan satisfacción o se abaten en la frustración como si vivieran por sí mismos ese instante fugaz que separa la gloria de la decepción. Y siendo los Juegos una contienda, parece haber siempre un reducido cogollo de vencedores a la vez que una extensa masa de derrotados. Pero no siempre los acontecimientos se desenvuelven de esa manera., pues excepcionalmente hay lances que arrastran a todos los que, presentes o en la distancia, sean atletas o público, los contemplan hasta experimentar colectivamente un triunfo que, paradójicamente, corresponde a un solo individuo.

Esto es lo que, al finalizar la sesión atlética del lunes de esta semana en el Stade de France parisino, el sueco Mondo Duplantis –portador ya de la medalla de oro–, animado primero por sus dos inmediatos competidores, el norteamericano Sam Kendricks y el griego Emmanouil Karalis –quienes habían obtenido las distinciones de plata y bronce– y coreado después por los 80.000 espectadores que ya no tenían ojos sino para él, se avino a batir el récord mundial de salto con pértiga que ya ostentaba. Fue un regalo, una ofrenda gratuita para todos, que cuajó a la altura de 6,25 metros al tercer intento. El estadio estalló, se llenó de emoción –y en nuestras casas los que lo vimos por la televisión nos contagiamos de ella–, como si aquél éxito fuera de todos nosotros, pues todos lo compartimos, no solo en su instante crucial sino también en los largos minutos en los que Duplantis, envuelto en la bandera de Suecia y acompañado por los dos atletas que le empujaron, dio la vuelta de honor exhibiendo su alegría y agradecimiento.

La lección de este acontecimiento es sencilla y señala que, en la rivalidad, con el vencedor, todos podemos salir ganando. Por eso, nuestra sociedad no debe conformarse con la igualdad de los mediocres, sino que ha de obligarse a cultivar el mérito para que sean quienes más valen los que muestren la senda del éxito.