Opinión

La destrucción de la autoridad

En Cultura hay personas que no tienen idea de lo que gestionan

Ilia Galán Díez

«¡Voy a matar a un político, el que sea!» Ese grito de una de las más célebres zarzuelas, que ahora en el teatro tan hermosamente se muestra, "La del manojo de rosas", de Pablo Sorozábal, es hoy un sentimiento creciente y, si bien no llega al atentado, sí que lleva años rumiándose en las sociedades occidentales. Esa obra, estrenada en 1934, muestra el ambiente cultural y político de la época previa a nuestra Guerra Civil, con una gran indignación, como la que hay hoy, entre los ciudadanos occidentales. Ahí se habla de matar al archiduque, como sucedió con la chispa que desencadenó la I Guerra Mundial, pese a que varios gobiernos intentaron evitarla, pero ya no hay archiduques o no pintan nada -se dice-, así que a cualquier político: los culpables, los que dirigen nuestras sociedades. Y es que el deterioro de las autoridades ha ido creciendo de un modo imparable en las últimas décadas y no solo en política.

El lento derrumbe de las clases medias, el deterioro de la vida común de la mayor parte de los ciudadanos mientras grandes multinacionales siguen enriqueciéndose de modo desvergonzado, la conciencia general de que el sistema democrático está en crisis, con falsos gestores, corruptos, y que habitamos una partitocracia más que una democracia ha inducido a un sentimiento de repulsión hacia quienes deberían ser valorados como nuestros representantes. Los partidos que surgieron en varios países, desde la izquierda, tanto en España como en Italia y otros lugares, acusando a los políticos de constituir una casta que se nutre de privilegios, al llegar al poder se convirtieron en casta y han fracasado en esa renovación «en nombre del pueblo». Occidente y, sobre todo, Europa, sigue percibiendo su lento hundimiento.

Con la reciente aparición en Madrid del célebre autor de la trilogía sobre M., Mussolini y el declive europeo, Antonio Scurati, se dialogaba con Javier Cercas sobre ¿Quo vadis, Democracia?, criticando los populismos crecientes, fundamentalmente los que vienen del lado derecho del espectro político, triunfando en muchas naciones democráticamente. No son fascistas, declaraba Scurati, pues aquellos proclamaban y ejercían la violencia.

Pero ofrecen soluciones radicales, un cambio La destrucción de la autoridad Ilia Galán Opinión de rumbo drástico ante modelos que ya no funcionan, mientras la izquierda se ha reducido a cuestiones en torno al sexo de los ángeles sin resolver los problemas sociales y económicos de las poblaciones. A esto se une el desprestigio de los partidos políticos tradicionales porque en vez de colocar al frente de sus ministerios a personas capaces, con conocimiento técnico, pusieron a los amigotes. El espectáculo bochornoso del desgobierno de ineptos, su ineficiencia, lo hemos sufrido con las trágicas inundaciones en Levante. Estamos acostumbrados a que el ministerio de cultura lo ocupen personas que no tienen idea de lo que gestionan -incluso sin estudios universitarios, necios absolutos-, pero esto sucede en no pocas carteras ministeriales y por parte de partidos diferentes. El resultado entonces es mediocre por preferirse a los «fi eles» por encima de quienes podrían ejercitar la función para la que son designados. ¿No podría hacerse leyes para evitar este bochornoso espectáculo? Es tan simple como que solo sean designados personas con conocimiento y capacidades adecuadas para cumplir con su cometido, como sucede con los funcionarios.

Si las élites políticas son denigradas porque el sistema no funciona con la mayoría, así sucede también con los intelectuales y con la prensa. Se mantiene el poder, potestas, pero no la autoridad moral, la auctoritas, que es lo que afianza una organización. Lo mismo ha sucedido con la prensa y el declive del periodismo, los jóvenes ahora se nutren de supuestas informaciones, sin contrastar, a través de las redes sociales. No se fían de las cabeceras tradiciones ni de la CNN, y no hay filtro alguno que atestigüe la veracidad de lo que sucede. También el sistema de enseñanza o de las artes se ha devaluado y ahora los alumnos insultan y pegan a los maestros. Se desconfía de las autoridades. La misma Iglesia ha sufrido intensamente la corrupción sacerdotal. En EEUU los seguidores de Trump han sido las masas, hartas de la inefi cacia demócrata, obsesionada con asuntos minoritarios o diferenciales. Los ricos votaron mayoritariamente esta vez a los demócratas y están hoy con la supuesta izquierda. Trump, popular, en cambio, ha unido, paradójicamente, a los descontentos con las élites, con el sistema, a los antisistema.

En las últimas elecciones de Liguria solo el 40% de quienes tenían derecho a voto lo ejerció. La victoria del ganador resultó un fracaso democrático, el pueblo ya no confía en un sistema que funciona para sus organizadores, la abstención crece. Pocos se sienten verdaderamente representados por unas siglas y apenas se ven intentos de cambio en los partidos tradicionales, de izquierda o derecha, cada vez más similares entre sí. Es la degradación institucional la causa del avance de los populismos, pues la democracia debería servir al pueblo, más que a los partidos.