El canto del cuco

Cuestión de confianza

Descartes, el filósofo francés, advierte: «Es prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han engañado alguna vez». Es lo que le pasa a Puigdemont con Sánchez. Se siente, según ha confesado, engañado por el dirigente socialista, y ya no se fía de él.

Existen dudas razonables de que el presidente Sánchez cuente ahora mismo con la confianza de las Cortes. No tiene la del Senado desde el principio de la legislatura y no es seguro que, un año después de la ajustada investidura, disponga de la imprescindible confianza del Congreso. Esta duda afecta de lleno a la legitimidad del ejercicio del poder, por lo que sería necesario despejarla cuanto antes. Uno de los aliados del Gobierno, Junts, la fuerza catalana que lidera Puigdemont, exige para mantenerle su apoyo que Pedro Sánchez se someta, para salir de dudas, a la cuestión de confianza, prevista en la Constitución. Esta confianza, según define el diccionario de la RAE, es la «relación que une al Gobierno con la mayoría parlamentaria que lo sustenta y cuya pérdida determina su cese». Pedro Sánchez, por si acaso, se niega a someterse a esta prueba, porque, por lo visto, no confía en sus socios.

En sus «Meditaciones metafísicas», Descartes, el filósofo francés, advierte: «Es prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han engañado alguna vez». Es lo que le pasa a Puigdemont con Sánchez. Se siente, según ha confesado, engañado por el dirigente socialista, y ya no se fía de él. Por lo que sabemos tras los últimos encuentros en Suiza para salvar la delicada situación, esto tiene mal arreglo. La confianza una vez rota no tiene compostura. Pasa como cuando una fina copa de cristal se estrella contra el suelo y se hace añicos. Sólo queda recoger los despojos cuidadosamente. Nos encontramos con un político habilidoso, un buen sofista, que acostumbra a «cambiar de opinión» en asuntos fundamentales. No le importa hacer lo contrario de lo que había prometido en campaña electoral ni de lo acordado con sus socios. Dice que hace de la necesidad virtud, y emplea la mayor parte del tiempo como gobernante en defenderse culpando a los que le critican.

Llega un momento en que los socios le echan en cara sus incumplimientos y le ajustan las cuentas. Esto ocurre cuando, en medio de la partida, descubren, en la penumbra del local, las manos de un tahúr al otro lado de la mesa. Y entonces se acaba abruptamente la partida. Es lo que puede estar a punto de ocurrir si se cumple el ultimátum de Puigdemont, y Pedro Sánchez, acosado de cerca por la corrupción –acoso que él atribuye a los jueces en connivencia con la derecha política–, se niega a someterse en el Congreso a la elemental prueba para comprobar si cuenta con la confianza de la Cámara o tiene que dejarlo. Veremos.