Marina Castaño

Eros y Tánatos

Volvamos al sexo, que es un tema sin fecha de caducidad. No olvidemos que el hombre (y la mujer) se mueve por tres resortes: el sexo, el estómago y el afán de mando. Hablemos de lo primero, que de lo segundo hemos hablado en las dos pasadas semanas y dejemos lo tercero para las columnas de tinte político. Ha muerto Nagisa Oshima, el director de cine japonés que escandalizó al mundo con la película «El imperio de los sentidos», donde nunca estuvieron más juntos Eros y Tánatos. Expertos dicen que «era una de las cintas que mejor entendió el sentido profundo de la provocación» y no puedo por menos que distar ampliamente de esa idea. En efecto, la película escandalizó, pero es que no hay nada más escandalizable que quienes propenden a ello. Y los ignorantes, también se escandalizan fácilmente los ignorantes, los que no saben (o no quieren) captar el sentido último de las cosas. Incluso quienes aducen razones morales, falsamente o hipócritamente morales y hasta estéticas. Ha pasado mucho tiempo, es cierto, y en aquel momento (1978) era difícil asimilar lo que este japonés quiso manifestar con aquella cinta, pero mucho antes, desde los antiguos amor, sexo y muerte han ido de la mano de una forma dramática y hasta descarnada, y en ese pozo profundo se regodearon muchos autores. Nagisa Oshima llevó hasta las últimas consecuencias la pasión entre un hombre y una mujer de una forma bellísima y sangrienta. Era yo una jovencita adolescente cuando, despistada como un pájaro loco y con mi habitual empanada, me metí en un cine de Amsterdam sin saber lo que iba a pasar por delante de mis ojos. ¡Y sin entender ni palabra, porque la película era en versión original subtitulada en holandés! Pero las imágenes eran tan elocuentes que muy bien podía haber sido una película muda. Bellísima y apasionantemente muda.