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Letras líquidas

Cicatrices

El Jardín del Turia, es el recordatorio permanente y bien tangible de una tragedia, pero también es el reflejo de la capacidad de recuperación y superación

Una mañana de domingo cualquiera una joven corre con el objetivo de prepararse para la maratón, una pareja pasea a su bebé de pocos meses en el carrito, un poco más adelante dos compañeros de trabajo circulan con las bicis en su habitual salida semanal, unas amigas de toda la vida, ya en los sesenta, toman café en una terraza mientras recuerdan el viaje de la primavera pasada a Egipto y un grupo de niños se lanza, eufórico, por los toboganes de Gulliver. El antiguo cauce del Turia vertebra Valencia. Y no solo porque recorra longitudinalmente, del Bioparc a la Ciudad de las Artes y las Ciencias, casi diez kilómetros del corazón de la ciudad. Ese jardín urbano, el Jardín del Turia, es el recordatorio permanente y bien tangible de una tragedia, pero también es el reflejo de la capacidad de recuperación y superación, y estos días mirarlo, o recordarlo, para quienes no estamos allí, pero lo vimos a diario durante años de nuestras vidas, es la metáfora perfecta del aprendizaje tras el drama. La riada de 1957 obligó a desviar el río y esa debe ser la mejor guía para afrontar el después que siempre viene después del catastrófico ahora, teniendo en cuenta, sobre todo, unas condiciones climatológicas y orográficas que auguran más excesos de la naturaleza. Averiguar qué ha fallado y mejorarlo es una obligación cívica y moral que nos debe impeler. A todos: científicos, responsables de protección civil, políticos y ciudadanos. Es el tiempo de las preguntas. ¿Cómo afrontar los fenómenos climáticos que vienen? ¿Replantearse la ordenación del territorio? ¿Cuándo determinar el riesgo real para la población? ¿Qué hacer ante una alerta roja? ¿Convertirla en negra? ¿Suspender lo cotidiano, como ya hicimos en pandemia? ¿Evacuar, tal y como se hace en Estados Unidos cada vez que se acerca un huracán? Debemos reconsiderar los sistemas de prevención, de reacción y los protocolos que nos damos porque es inasumible no dar respuesta a estas cuestiones. Nos va el futuro en ello, al menos, para convertir la tragedia en cicatriz. Aunque siempre dolerá cuando llueva.