Los puntos sobre las íes
Y aquí no dimite ni dios
Sánchez se ha cargado, seguramente para siempre, la doctrina de las responsabilidades políticas
Siempre he mantenido que esta legislatura es cuasiclónica de la que vivimos entre 1993 y 1996, en la que el PSOE salía prácticamente a escándalo de corrupción diario. Primero fueron los casos Juan Guerra y Filesa, anteriores incluso a esos comicios de 1993 que González ganó in extremis cuando todas las encuestas apostaban por Aznar, luego llegó el GAL, más tarde le tocó el turno a Luis Roldán, lo siguiente fueron las escuchas ilegales del Cesid, lo subsiguiente de lo siguiente se llamó caso Renfe con García Valverde de protagonista y para redondear la jugada descubrimos que el Ministerio del Interior era un nido de mangantes en el que se sisaban los fondos reservados. Felipe González estaba rodeado de corruptos pero jamás le tembló el pulso a la hora de agradecer los servicios prestados en tiempo récord a todos aquéllos que eran sorprendidos con las manos en la masa. El primer disgusto se lo llevó con Alfonso Guerra, que fue forzado a dimitir tras descubrirse que su hermano hacía business desde la Delegación del Gobierno en Sevilla. El GAL se cobró la cabeza tanto de Barrionuevo como de Rafael Vera. Los pinchazos telefónicos de los servicios de inteligencia pusieron de patitas en la calle al mismísimo Narcís Serra, sucesor de Guerra como número 2 del Gobierno. Lo normal cuando espías ilegalmente al mismísimo jefe del Estado y a media sociedad civil y parte de la otra. Roldán acabó en la trena por haberse metido en la butxaca dinero hasta de los huérfanos de la Guardia Civil y todos los capos de Interior tuvieron que coger los bártulos por el terrorismo de Estado y por comprarse fincas con dinero público. Pedro Sánchez venció aun perdiendo el 23-J del año pasado. Pero lo que no se consiguió en las urnas, gracias entre otras cosas a la inempeorable campaña del PP, lo va a lograr ese karma que te ajusticia cuando haces tanto mal en tan poco tiempo. Ya estamos en un revival de ese tardofelipismo en el que los españoles se preguntaban por la noche con qué nuevo caso de corrupción se despertarían al día siguiente. El final de esta historia de terror sanchista está escrito en las estrellas: Pedro caerá más pronto que tarde y Feijóo será el nuevo presidente. Pero la gran diferencia es que si bien entonces se depuraban responsabilidades políticas ipso facto, ahora no dimite ni dios. A Tito Berni se le echó del partido pero porque fue encarcelado, lo de menos es que cobrase coimas como si no hubiera un mañana, que se fuera de prostitutas en plena pandemia o se metiera más polvo blanco que el que delimita la banda de un campo de fútbol. Pero ni Armengol ni Marlaska ni Ángel Víctor Torres fueron botados tras conocerse que compraban mascarillas a Koldo a precios desorbitados. Sánchez tampoco coge el petate pese a que su mujer es cuatro veces presunta corrupta: le imputan apropiación indebida, intrusismo, tráfico de influencias y corrupción en los negocios. Y ahora que Aldama ha tirado de la manta la vida sigue igual. Los sobrecogedores Cerdán y Torres continúan en su puesto y, encima, se hacen los ofendiditos. Y ni María Jesús Montero ni su jefe de gabinete tienen la más mínima vergüenza torera pese a que también figuran directa o indirectamente en la lista de trincones. Sánchez ha descojonado el Estado, ha asaltado los demás poderes y ha pactado con ETA. Pero hay algo tanto más grave: se ha cargado, seguramente para siempre, la doctrina de las responsabilidades políticas. La enésima prueba de que esto ya no es una democracia sino una autocracia.