Espionaje
Un problema de credibilidad
La cuestión de fondo es la contradicción que supone tener que espiar a los que son tus aliados
Ahora resulta que también a Sánchez y a la ministra Robles les escuchaba Pegasus. Menuda casualidad. Junqueras no traga y dice que es una «coartada». La comparecencia tan sorprendente de Bolaños con la portavoz deja en el aire más dudas que certezas. ¿Por qué si el espionaje fue entre mayo y junio del 21 no ha salido hasta ahora? Curiosamente, dos días antes de que la responsable de Defensa comparezca en Las Cortes, lo que otorga a Margarita Robles sobrados argumentos para desviar la atención desde el espionaje al independentismo al espionaje al sanchismo. Bendito azar el del ciberespacio. Al jefe del Ejecutivo le sisaron nada menos que 2,7 gigas de conversaciones y videos. Parece fácil hackear a todo un presidente del Gobierno. ¿No debería el CNI proteger su teléfono móvil? Gran carajal el de la ciberseguridad. Y un gran problema de credibilidad en el Gobierno.
Ya sabemos que nuestros móviles nos escuchan más de lo que debieran, incluso cuando están apagados. Al rato de cualquier conversación mantenida con un tercero nos coloca el algoritmo el tema central de lo que hablamos en la pantalla del celular. A veces llegamos a tener la sensación de que nos descubren hasta el pensamiento. Algo que los agentes rusos/americanos/británicos/israelíes parece que ya pueden hacer sin mayor problema utilizando técnicas similares a la que propone Elon Musk en Neuralink. Estamos inermes en medio de este enjambre de ondas que maneja la inteligencia artificial, capaz de crear situaciones inexplicables como el denominado «síndrome de La Habana», caso en el que numerosos diplomáticos occidentales sufrieron el mal de la desmemoria. No sabían ni quiénes eran ni de dónde habían salido.
Nuestros espías patrios no llegan a tanto. Al menos eso parece. Tras el ridículo de no haber sabido encontrar las urnas del referéndum ilegal del 17, y después de la huida ignominiosa de Puigdemont, algo tenían que hacer para evitar que los delincuentes de antaño siguieran delinquiendo ahora. Y para eso contrataron el Pegasus israelí, que te infecta el teléfono y de camino a buena parte de los que interactúan contigo. Una manera casi escandalosa de escuchar. Por mucho que lo autorice un juez, el permiso de rastreo será para «fulano», no para sus contactos. Y Pegasus no discrimina. Todos los que caen en la red son contagiados.
El problema de fondo es la contradicción que supone tener que vigilar a los que son tus aliados. Margarita Robles tenía razón en su última intervención parlamentaria, cuando argumentaba que el Estado debe defenderse de quienes intentan destruirlo. Si les condenaron por sedición, si no se han arrepentido, si dicen que volverán a repetirlo, cómo no va a hacer el CNI su trabajo con relación, por ejemplo, a «Tsunami Democratic», grupo responsable de las algaradas que arrasaron calles y plazas de Barcelona en septiembre del 19, y a los que el propio presidente de la Generalitat arengaba al grito de «apreteu».
El problema es que el tono de la ministra de Defensa no está ahora bien visto. A Bolaños le molesta. A Sánchez también. Nadie ha salido en defensa de Margarita Robles. Hay que ganarse a ERC y Bildu aún a costa de dejar mal al CNI, a su directora y a la mejor ministra de del Gobierno.
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