Política
El uso del término «perdedores»
Está todo politizado: la enseñanza, la judicatura, lo literario, lo editorial... Y, lo que faltaba: ¡hasta los funerales!
Las dos primeras líneas de este artículo son una advertencia necesaria aburrida (con perdón), pero aseguro que el resto del artículo no va a serlo: este artículo es una reflexión hecha a modo de un espectador científico que se limita a analizar ciertos hechos de contenido sociológico: me refiero a la corrección del término «perdedores» que hemos oído y leído estos días continuamente en los medios, en relación con los libros (de la gran escritora Almudena Grandes) publicados como homenaje a «los perdedores» en virtud de los actos de contenido político y no solo literario, que hemos vivido las jornadas pasadas.
Así pues, lo interesante del fenómeno está en analizar el sentido del término «perdedor». Dicho término, según los diccionarios al uso, se asocia a una idea de fracaso o más concretamente a quien no obtiene lo que disputa. Y me permito reflexionar sobre si finalmente se dan estas notas conceptuales en el caso que nos ocupa, o si se dan más bien rasgos que se corresponden con una idea de «ganador», considerando que este último vocablo se asocia por su parte, en tales diccionarios al uso, a una idea de triunfo. Pues bien, ciertos hechos me llevan a plantear el debate sobre si no estamos ante una «forma singular» en el empleo del término «perdedor» en tales actos político-literarios, es decir, si no estamos ante una especie de «perdedor sui generis» o algo parecido:
Primero, es discutible si se da esa noción de «perdedor» cuando, en puridad, respecto de los presuntos perdedores sería difícil formular una opinión negativa mientras que, respecto de los presuntos «ganadores» (en lo que presupone este planteamiento), sería difícil en cambio exponer cualquier tipo de opinión positiva. Si la verdad del perdedor es incuestionable o incontestable, estamos entonces ante una forma cuando menos peculiar de ser «perdedor». Más bien, si ocurre esto, es porque el «perdedor» tiene poder, y si tiene el poder no puede ser el perdedor. Es debatible si esto era así ya incluso antes de 1975, pero hoy parece claro.
Segundo, no sé hasta qué punto se acompasa bien con la idea del «perdedor» el despliegue de «poder político» que hemos observado en dichos actos. Se trataría, nuevamente, de un singular enfoque del término «perdedor», cuando resulta que el supuesto perdedor es el poder mismo. Pero no hablamos solo del presidente del Gobierno…, sino también de poder literario, mediático y editorial. Las ideas y posicionamientos que simbolizan los supuestos perdedores son las ideas de los poderosos, que lo dirigen todo. Representan la idea del triunfo mismo, en su quintaesencia. Con lo cual, dicho sea objetivamente, la noción de «perdedor» está desfasada.
Tercero, una muestra empírica la encontramos asimismo en la actitud del Alcalde de Madrid, Sr. Martínez-Almeida. Si analizamos dicha actitud, observamos una posición incómoda o difícil, donde hay que medir cada palabra, y andarse con cuidado. Esto, otra vez, no puede ser sino muestra de que el presunto perdedor es el triunfador. Dudo que quienes han lamentado la ausencia de la Sra. Ayuso hubieran acudido al funeral de un literato tipo Sánchez Mazas si hubiera ocurrido hoy. Está todo politizado: la enseñanza, la judicatura, lo literario, lo editorial... Y, lo que faltaba: ¡hasta los funerales! En suma, quizás los realmente «perdedores» están en otro lugar. Son aquellas personas que no están en ninguna parte, alejados de todo poder político o literario, es decir, aquellos ciudadanos que no están porque no han tenido opción de estar. Este artículo es vuestro homenaje.
En general, vivimos en un país donde se da un uso singular al término «perdedor». Se dice así también que ETA es «perdedora»; pero si se observan las actitudes y maneras de sus políticos, lo que se verifican son rasgos y maneras de personas vencedoras. Los logros de facto de ETA son evidentes, si se observa que en el territorio de referencia prácticamente ha desaparecido lo español y sólo se manifiesta por doquier lo presuntamente vascongado. Por su parte, la bandera republicana, aparentemente símbolo de los perdedores, es una bandera que ondea (a la mínima ocasión) con el orgullo de los que mandan. En la opinión pública ha vencido el discurso cultural republicano porque no se puede decir nada diferente; en los medios televisivos se siente cómoda una persona de estas tendencias políticas y se hace sentir muy incómodo al defensor de valores distintos.
En conclusión, parece que estamos ante una idea de «pérdida» o «perdedor» peculiar asociada a una idea de triunfo, que los científicos literatos tendrán que estudiar más a fondo, a fin de introducir los matices pertinentes cuando analicen este fenómeno (por otra parte, para nada desconocido) de los «perdedores» en la literatura.
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