
Y volvieron cantando
Esa vetusta y adocenada marquesa
El trumpismo es un fenómeno tan inquietante para el statu quo mundial por la imprevisibilidad que brindan sus movimientos
Desde la Segunda Gran Guerra Europa se vino acostumbrando, sobre todo en materia de seguridad y defensa, a guarecerse bajo la tupida y resistente lona de los Estados Unidos vía OTAN, organización que estando ahí el tío Sam tampoco merecía grandes atenciones en materia de aportaciones por parte de quienes estaban más ocupados en facilitar su mutuo mercadeo de naranjas, aceites o lácteos además de montar un entramado de esas burocracias que no reparan en gastos empecinadas en crear normativas restrictivas hasta para el modo de anudarse la corbata. Pues bien, ahora resulta que con la vuelta de Trump a la presidencia de los Estados Unidos el mensaje del amigo americano a la vieja marquesa europea acostumbrada a no guardar cola en la panadería, es tan sencillo, gráfico y de confianza como que «si quieres una lona protectora, vas y tú, te la compras y cuentas con todas mis simpatías».
El trumpismo es un fenómeno tan inquietante para el statu quo mundial por la imprevisibilidad que brindan sus movimientos –dicho sea de paso nacidos de todo menos de la improvisación de unos descerebrados– como tal vez plagado de elementos que, para un elefante semi dormido sobre una nube y con una margarita en la boca como es la UE pueden resultarle una auténtica oportunidad para descender a la dura superficie cada vez más tomada por chinos, indios y demás emergentes a los que preocupan cosas que no se corresponden precisamente con la escala de valores de la señora Von der Leyen. Una oportunidad tal vez para espabilar.
Europa, o lo que es lo mismo, sus «líderes», –no solo jefes de estado y gobierno, sino sobre todo los dirigentes comunitarios con doña Ursula a la cabeza– ha mostrado en cuestión de días una debilidad trufada de creciente irrelevancia que pondría los pelos de punta a Schuman y otros pioneros, sobre todo en tres grandes áreas: la de la seguridad quedando al margen de la negociación inicial para que Ucrania claudique ante Putin con la anuencia de Trump, la económica contemplando como el trumpismo divide a la Unión negociando entre sus socios por separado el reparto de «pases vip» y la de la inteligencia artificial, dándose de bruces con su imparable desarrollo en EEUU o China mientras nos dedicamos a regular obsesivamente sobre lo que no controlamos. Eso sí, tenemos la Agenda 2030 para seguir poniéndonos «estupendos».
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