Sociedad

¿A qué huelen las calles de Madrid exactamente?

Nos preguntamos que, si fuese posible encapsular el olor de la capital, a qué se parecería

Fuente Monumento Cibeles
Fuente Monumento CibelesPIXABAY

Es muy complicado establecer un único olor para una capital estatal tan grande y diversa como es Madrid, pero lo que sí sabemos es a lo que no huele. A la dinastía de los Borbones, y en especial a Carlos III, los madrileños le deben que su ciudad no huela a inmundicia, pues fue él quien mandó construir el alcantarillado público a mediados del siglo XVIII.

Antes de que fuese instalado, los ciudadanos debían andar por las calles en un estado de alerta, atentos por si desde alguna ventana se escapaban los gritos de '¡Agua va!', y debían guardarse para que no les cayera encima el contenido de un orinal. Como los escolares japoneses en los simulacros de seísmo, los transeúntes estaban ya más que entrenados en guarnecerse de los desechos en su día a día.

Lo cierto es que hablar sobre 'a qué huele Madrid' puede tomarse como un folio en blanco donde proyectar cualquier idea propia o concepto grandilocuente que se quiera expresar. Resultaría tramposo decir que la capital tiene un aroma a panadería tradicional y bocadillo de calamares porque, por suerte o por desgracia, los millones de metros cúbicos de aire madrileño no están impregnados de esencia de 'fritanga'.

Bocata de calamares, lo más demandado en Valladolid
Bocata de calamares, lo más demandado en ValladolidGlovoShutterstock

Siendo extremadamente pulcros y analizando el olor de cada pequeño rincón de la ciudad, con una muestra tan grande probablemente la conclusión sería bastante simplona: que no huele demasiado, que tiene un aroma neutro. Cualquier magnitud, tomada en un conjunto lo suficientemente extenso, acaba resultando en algo mediocre y sin alma.

Obviamente, sabemos también que la mayor parte del universo está vacío, y por ello fijamos nuestra atención en lo relevante, en las estrellas, planetas y objetos que adornan la gran 'nada', porque es imposible fijarse en lo que no existe. Una bolsa de patatas fritas contiene casi tanto aire como tubérculo, pero la parte relevante es la segunda.

Para poder hacer una aproximación siquiera cercana al olor de Madrid, deberíamos tomar todos y cada uno de sus monumentos y lugares históricos, y no solo los que se visitan haciendo turismo, sino también aquellos que constituyen un emblema en cada barrio, porque la vida de una ciudad no la hacen sino sus habitantes en su quehacer diario.

¿A qué huelen las calles de Madrid?

No se puede hablar de un olor concreto, sino de distintos olores que van variando en función del tiempo, el espacio y el clima. Para quien tenga una visión nostálgica (o pesimista, que es prácticamente lo mismo) de Madrid, el olor pasado siempre será mejor, lo que no es verdad. Paco Umbral, que escribió durante largos años sobre la capital española, decía que "La ciudad ha perdido unas cosas y ha ganado otras. La nostalgia está bien para hacer literatura y cobrarla en las administraciones de los periódicos, pero una vida y una ciudad son siempre entrañables, atroces, sórdidas e irrecuperables".

Gran Vía de Madrid
Gran Vía de MadridPIXABAY (ataioli)

A medida que Madrid ha ido creciendo en población, primero del éxodo rural, luego del éxodo global, le ha ocurrido como al resto de grandes urbes occidentales, que se ha ido estandarizando. Ese "multihorterismo neoyorquizante" del que también hablaba este maestro de la pluma, no es sino la consecuencia del progreso y de la evolución natural de los tiempos.

Para poder hablar de un olor madrileño de verdad, entonces, no queda otra que mirarlo desde los destellos propios que lo diferencian de otras urbes mundiales, de rasgos propios, aunque evitando caer en el estereotipo deformante.

Madrid por estaciones

Durante el frío, Madrid huele más bien poco, a no ser que llueva, entonces huele a mojado. Lo bueno de una ciudad tan castiza es que nunca pierde parte de su esencia ni su gracia, y en los días grises a uno siempre se le puede alegrar el olfato cuando, caminando por la calle, le llega cierto aroma a café calentito, a churros o a castañas asadas, especialmente ahora que ha llegado el otoño.

Castañas tostadas de un puesto de castañas y boniatos en Barcelona | Fuente: Ayuntamiento de Barcelona / Europa Press
Castañas tostadas de un puesto de castañas y boniatos en Barcelona | Fuente: Ayuntamiento de Barcelona / Europa PressAJUNTAMENT DE BARCELONAAJUNTAMENT DE BARCELONA

Durante el verano, la capital huele muy distinto por el día que por la noche. Cuando cae el sol y se puede pasear a gusto porque las temperaturas bajas, llega cierto aroma penetrante a asfalto, que 'escupe' todo el bochorno que estuvo acumulando durante la mañana. Por suerte, no siempre es así, y no hay placer más reconfortante que cruzarse con los funcionarios de limpieza cuando empapan las calles con agua para aliviar el calor. En ese momento, Madrid huele a desahogo.

Madrid huele a 'currante'

Quizá esta sea una afirmación un tanto romántica de lo que significa una ciudad como Madrid, pero está libre de cualquier mala connotación. Como uno de los centros neurálgicos de España, ha constituido un lugar donde personas del resto del país, o incluso de otros lugares, han acudido en busca de oportunidades laborales. Si algo bueno tiene esta ciudad es que, para el que busca ganarse la vida, mal que bien, siempre tendrá un hueco y se le acogerá como a uno más.

Ser la mayor potencia y generadora de oportunidades de una capital europea, por contra, implica que siempre esté en movimiento. Madrid siempre huele a algo, y a algo distinto cada segundo, porque la ciudad nunca para quieta. Es imposible definir el aroma concreto del ajetreo, porque es un guirigay olfativo del que solo se puede sacar en claro que, desde luego, hay 'algo vivo', aunque no se puede concretar el qué.

En un espacio de 30 metros por la misma acera, pueden darse una docena de estímulos olfativos distintos. Es complicado decir a qué huele exactamente Madrid, pero vaya si huele, y mucho. Es un olor característico que solo se consigue mezclando el esfuerzo de cada habitante en el día a día con la gracia castiza del saber disfrutar de cada momento, porque puede que mañana ya no se repita del mismo modo.