Estallido en la "banlieu"
La ira de «Les Misérables» en Francia: «Esta vez fue Nahel, la próxima puede ser mi familia»
En Nanterre, la sensación de abandono del Estado francés se palpa desde el primer minuto
«Justicia para Naël. No lo olvidamos», reza una pintada a la entrada de la Cité Picasso, el conflictivo barrio de Nanterre donde vivía el adolescente de 17 años que murió por tiros de la Policía hace diez días y cuya muerte desencadenó una ola de ira violenta por todo el país que ha durado una semana y de la que Francia apenas se está recuperando. «Es mejor no bajar allí», advirtieron a LA RAZÓN varios vecinos durante el fin de semana pasado. Algunos periodistas acabaron con sus equipos de televisión rotos o salieron del lugar tras varias amenazas.
El lugar es reconocible por lo icónico de 18 altas torres circulares construidas en 1972 bajo el mandato de Valérie Giscard d’Estaing. Eran los últimos años de los llamados «Treinta Gloriosos», el período de gran prosperidad continuada de tres décadas en Francia desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Las torres encarnaban por entonces un punto de sofisticación para masas trabajadoras que encontraban en lugares como este una forma de dignidad. Una utopía humanista en hormigón que ha ido envejeciendo a peor, especialmente con la entrada del nuevo milenio. Como en otras muchas cités del país, esos suburbios del extrarradio multicultural y empobrecido, la sensación de abandono de los poderes públicos es palpable desde el primer minuto. En 2004, cuando era ministro del Interior, Nicolas Sarkozy definió este lugar como «uno de los más peligrosos de Francia» debido al tráfico de drogas que aún hoy es parte de su día a día. Al año siguiente, en 2005, la «banlieue» ardió con un caso parecido al de Nahel, con dos adolescentes musulmanes que murieron tras una persecución policial en Clichy-sous-Bois, otra de esas periferias complicadas de la capital. En aquel momento, Sarkozy echó gasolina al fuego llamando «escoria» a los primeros manifestantes y el resultado fue un incendio de tres semanas que dio la vuelta al mundo.
Estos días Francia busca similitudes y diferencias con aquella crisis, 18 años después. Muchos de los más de 3.500 detenidos de esta semana de altercados ni siquiera habían nacido entonces. Hablamos de una tercera generación de las cités, pero esta ya nativa digital y con las redes sociales como elemento que cambia la forma, pero no tanto el fondo. El polvorín de la «banlieue» es un problema estructural que presidente tras presidente ha ido aparcando. El cortoplacismo político ha ido haciendo el resto. Que el extrarradio multicultural era una bomba de relojería no era ningún secreto. La duda era cuándo la llama iba a prender. Y las señales iban apareciendo. Aunque con disturbios menores que en 2005, estas situaciones se reprodujeron en los últimos años. Por ejemplo, en 2017, con el caso de Théo, al que un policía penetró analmente con una porra. En 2020, con los incidentes en Villeneuve-la-Garenne, después de que un joven perdiera una pierna cuando un agente abrió la puerta de su vehículo para que chocara con su motocicleta y con el caso de la brutal detención del productor musical negro Michel Zecler.
Karim Bouhassoun, un hijo de los suburbios que consiguió estudiar en la prestigiosa Sciences Po, ensayista y autor del libro «¿Qué quiere la ‘banlieue’? Manifiesto para acabar con una injusticia francesa», relata para LA RAZÓN su plan cuantificado para que Francia logre resolver el problema que él mismo llama «Los 3 cincos»: 5 millardos (5.000 millones de euros) en 5 años en los barrios prioritarios que contienen 5 millones de habitantes. Un plan de inversión masiva liderado por «un ministro de la ‘banlieue’» considerando a estas zonas como «territorios especiales». Para Bouhassoun, la única salida es dotar de tal relevancia política a este problema estructural y que los habitantes de estas zonas se sientan acompañados del Estado. Dentro de su plan se desgranan puntos básicos como combatir el fracaso escolar, el de-sempleo juvenil o el desierto de ofertas culturales.
La prueba del sentimiento de abandono por parte del Estado es fácil encontrarla paseando por Nanterre. Cerca de donde vivía Nahel encontramos a Amir, un joven veinteañero magrebí de tercera generación. Nos asegura que no ha participado en los altercados, pero «comprende» los ataques a comisarías. «¿Usted cree que la Policía mata a chicos en barrios de ricos de París?». No solo la Policía está en su punto de mira, también los medios, que tratamos de «disturbios criminales» lo que en su opinión es «una revuelta justa». «Esta vez mataron a Nahel, pero el próximo podría ser alguien de mi familia», sentencia a este periódico. Leila, de 18 años, pasea con una amiga en el mismo lugar y coinciden en que «los disturbios son el único medio para que nos escuchen». Un sentimiento que ha acompañado a esta semana negra en Francia en estos barrios desfavorecidos y que llevan lustros de abandono.
Recorrer estas zonas durante los últimos días era casi sinónimo de cruzarse antes o después con una hogueras, con un automóvil calcinado o un centro comercial saqueado. Y todo ello, a diferencia de 2005, volviéndose viral a través de vídeos en TikTok y Snapchat, las dos redes sociales que Macron ha puesto en el punto de mira. Ahora el Gobierno busca la fórmula para poder controlar los contenidos de estas plataformas en caso de un estallido parecido. Un 30% de los detenidos en los últimos días eran menores de edad, según detalló el ministro de Justicia, Éric Dupond-Moretti, alertando asimismo del efecto «manada» de participar en los disturbios. El detenido más joven tenía once años.
«Todos los adolescentes de estos barrios tienen recuerdos de altercados negativos y violentos con la Policía», ha dicho en las páginas de «Le Monde» el sociólogo francés Fabien Truong, profesor en la Universidad de París-VII. Todos tienen claro que la víctima pudo ser cualquiera de ellos.
A estos factores hay que añadir el desencanto con Macron. Muchos de los habitantes de la «banlieue» veían con buenos ojos al dirigente centrista en sus inicios, cuando se presentaba como una especie de «Obama a la francesa» y mantenía un discurso de mayor tolerancia en temas identitarios que sus predecesores. De hecho, Macron sí tomó algunas decisiones puntuales al principio, como reducir de manera considerable el número de alumnos en las aulas de los institutos en estas zonas. Todo eso se fue desvaneciendo enseguida durante su primer quinquenio. En 2018, decidió abandonar un ambicioso plan para mejorar la situación en estas zonas. Ahora, el presidente marca su voluntad de actuar y ha encargado un informe para tomar decisiones al final del verano. Pocos tienen esperanzas en una voluntad política real de desactivar esta bomba de relojería.
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