Reino Unido
Truss acusa al “establishment” económico británico de su caída
La ex “premier” tory lamenta que no le concedieran tiempo para poner en marcha su criticada rebajada de impuestos
Todos los primeros ministros británicos aspiran a pasar a la historia, pero a ninguno de ellos les gustaría hacerlo por la razón protagonizada por Liz Truss. La que fuera líder “tory” apenas estuvo 49 días en el cargo el pasado otoño, durando así menos que la lechuga que compró el famoso tabloide “Daily Star” vaticinando que su programa económico, con los mayores recortes de impuestos desde 1972 para hacer frente a una deuda que roza el 100% del PIB, tenía poco recorrido.
Cuando se cumplen 100 días de su bochornosa salida, Truss ha regresado a la escena política culpando a la “ortodoxia” económica del Ministerio de Economía, de otros países y de sectores del propio Partido Conservador en el Gobierno de haber hecho descarrilar su mandato y su “plan de crecimiento”.
En un ensayo publicado en el “The Telegraph”, biblia para los “tories”, la ex “premier” asegura que creía que su receta para Reino Unido, consistente en recortar impuestos y eliminar algunas regulaciones, era la correcta. No obstante, según escribe, no tuvo éxito porque subestimó “la masa de intereses creados” y la ortodoxia. “No pretendo decir que no tengo culpa por lo ocurrido, pero en el fondo no tuve una oportunidad realista de poner en práctica mis políticas por culpa de una clase dirigente económica muy poderosa, unida a la falta de apoyo político”, matiza.
Tras la dimisión de Boris Johnson -forzada por sus propias filas- Truss fue elegida el pasado mes de septiembre tras unas largas primarias en las que se coló en la final en el último momento gracias al apoyo del ala dura de la formación. Pese a que Rishi Sunak era el gran favorito de los diputados, Truss acabó siendo elegida por las bases.
Sin embargo, su breve mandato fue todo un fracaso. Su gran apuesta de recortes de impuestos con el objetivo de impulsar el crecimiento de un país en recesión y con una inflación disparada del 9,9%, hicieron que la libra cayera a mínimos históricos respecto al dólar.
El Banco de Inglaterra se lanzó a comprar bonos británicos, después de que la industria de fondos de pensiones estuviera a punto de colapsar. Ante la preocupación de que los tipos de interés llegara al 6%, el número de hipotecas canceladas por algunas entidades llegó a duplicar el registrado en la pandemia. El propio Fondo Monetario Internacional (FMI) pidió Downing Street que revalúe su estrategia, por lo que a Truss no le quedó más remedio que presentar su dimisión.
En su primera gran incursión en política desde el abrupto final de su mandato tras poco más de seis turbulentas semanas en el poder, Truss escribe que supuso que al entrar en Downing Street su mandato sería “respetado y aceptado”. “Qué equivocada estaba. Aunque preveía la resistencia del sistema a mi programa, subestimé su alcance”, agregó.
Truss también dijo que había subestimado “la resistencia dentro del partido parlamentario conservador a avanzar hacia una economía con menos impuestos y menos regulada” y el impulso a nivel mundial para “limitar la competencia” entre las principales economías.
“Tal y como expuse durante la campaña por el liderazgo, quería apostar por el crecimiento (...) Pero esto no coincidía con las opiniones instintivas del Tesoro (Ministerio de Finanzas) o del ecosistema económico ortodoxo más amplio”, señaló.
Ante la caótica respuesta de los mercados a su estrategia, las propias filas conservadoras forzaron la salida de Truss y, mediante unas primarias celebradas por la vía exprés, eligieron a Sunak como tercer primer ministro en apenas tres meses.
El actual inquilino del Número 10 despierta más confianza en los mercados con la subida de impuestos y congelación de salarios del sector público. Sin embargo, no acaba de despegar en las encuestas. El hecho de que Truss se animara a criticarle veladamente en su artículo y de que Johnson siga también haciendo ruido con sus viajes a Ucrania y Estados Unidos para llamar la atención demuestra la débil autoridad que Sunak despierta entre los suyos.
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