Tribuna

Europa ante su futuro

Ningún gobernante ha comenzado su mandato legislativo con tal hiperactividad, en sus primeros cien días Biden firmó 42 decretos y 19 Obama

EEUU.- Trump mantendrá el veto a AP "hasta que" emplee la denominación 'golfo de América'
EEUU.- Trump mantendrá el veto a AP "hasta que" emplee la denominación 'golfo de América'Europa Press

En los primeros cien días de su anterior mandato Donald Trump firmó 33 órdenes ejecutivas, en este segundo lleva firmadas 60 en el primer mes. Las disposiciones recogidas en los decretos son de tal calado que algunos de ellos podrían haber marcado la legislación de cualquier presidente por si solos.

En las últimas horas la noticia gira en torno a las conversaciones con Rusia en Arabia Saudí para poner fin a la guerra en Ucrania ignorando tanto a la propia Ucrania como al resto de las naciones europeas. Los acontecimientos se suceden con tal vertiginosidad que las sorprendentes propuestas para comprar Groenlandia o apropiarse del Canal de Panamá suenan a anticuallas periodísticas aunque fueran lanzadas hace apenas cuatro semanas, las disposiciones para deportaciones masivas de emigrantes indocumentados han perdido interés informativo, e incluso comenzamos a relegar en la memoria la ocurrencia de solventar el milenario conflicto en Gaza construyendo resorts turísticos a medio camino entre Disneyland y la Rivera Maya; dejo en el tintero el asunto chino, los aranceles, Irán y Siria… etc. etc. etc.

Por cuestiones de espacio tampoco me extenderé con cuestiones de carácter interno, como la inconstitucionalidad de negar la nacionalidad a los hijos de emigrantes indocumentados que hayan nacido en Estados Unidos, el ya judicializado despido de empleados públicos en la administración federal, o la retirada de credenciales para la Casa Blanca a los periodistas de Associated Press por continuar utilizando en sus informaciones la terminología Golfo de Méjico en vez de Golfo de América tal como ha sido renombrado en uno de los decretos firmados.

La increíble laboriosidad del presidente tan solo es comparable a su capacidad para molestar, en generosa terminología, con actitudes de abusón de colegio a mandatarios políticos desde Colombia -encadenando a sus nacionales el ser deportados- a Ucrania -hace unos horas ha manifestado que Zelenski “no sabe negociar y es incompetente”-, pasando por injerirse en las próximas elecciones alemanas via Elon Mask -quien también criminalizó a Keir Starmer por encubrir delitos sexuales contra menores- actuando en línea con el propio Trump al cuestionar la política energética del Premier británico con los aerogeneradores en el mar del Norte. Todo ello sin mencionar el tradicional enfrentamiento con China y el más reciente con los miembros de la Alianza Atlántica.

Ningún gobernante ha comenzado su mandato legislativo con tal hiperactividad, en sus primeros cien días Biden firmó 42 decretos y 19 Obama. La del actual presidente parece dar la razón a quienes mantiene que Donald Trump ha adoptado los principios del Proyecto de Transición Presidencial 2025 (Project 2025) de la ultraconservadora Heritage Foundation dirigida por Paul Dans y recogidos en el volumen Mandate for Leadership: The Conservative Promise Es precisamente Dans quien firma el preámbulo del libro de donde se afirma que “La historia nos enseña que el poder del presidente para implementar su agenda logra pleno significado en los primeros días de mandato”.

El propio Trump ha negado esta interpretación en más de una ocasión afirmando que su agenda responde única y exclusivamente al interés del pueblo estadounidense y no de un grupo o tendencia en particular. Cierto es que el otrora eslogan relativo a recuperar la grandeza de la nación se ha convertido en filosofía de mandato y para lograr tal objetivo la propuesta presidencial parece ser la de proponer un nuevo orden mundial reorganizando (¿destruyendo?) el existente.

A Europa, que en su fuero interno apostaba por una reedición de mandato demócrata, la nueva forma de hacer política le ha pillado con el paso cambiado y trata de ajustarse al ritmo de la nueva marcha, de momento con más palabras que resultados. Fue Obama, y no Trump, el primero en focalizar el área Asia-Pacífico como referente económico mundial en detrimento del eje Atlántico; fue Obama, y no Trump, quien enfatizó la imperiosa necesidad de una mayor aportación europea a las arcas de la OTAN aliviando la carga económica que soportaban los Estados Unidos.

Inmersas en provincianas cuitas particulares, y posicionadas en la displicencia del aristócrata venido a menos, las naciones europeas hemos preferido permanecer ciegas a la nueva realidad geopolítica y económica que se estaba gestando. Ahora vienen las prisas. La pregunta tiene que ver con la capacidad de permanecer unidos y conformar un frente común político, económico, militar, y social. Solo así los ilustrados valores de las democracias liberales que han venido funcionando desde finales del XVIII podrán contrarrestar la nueva realidad mundial en la que poder económico y político van de la mano como nunca antes -y me refiero tanto a China como a Estados Unidos-.

De no lograrlo tan solo nos quedará el derecho al pataleo, y a soñar con que dentro de dos años -en las elecciones de medio mandato en Estados Unidos-, o dentro de cuatro en las presidenciales, se produzca un giro político en aquella nación. Incluso haciéndose realidad tal extremo el futuro europeo como sujeto agente en el panorama mundial continuará relativizándose si no asumimos que, más allá de las razones y desvaríos del actual presidente, el mundo del siglo XXI es y será distinto al ahora añorado siglo XX.