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Análisis

Dos titanes y un destino: así quieren reconfigurar el mundo Trump y Putin

Las similitudes entre los dos presidentes suponen un riesgo para la democracia en Estados Unidos

Reactions to US presidential elections in Russia YURI KOCHETKOVEFE

«Si la pelea es inevitable, tienes que dar el primer golpe» es una de las citas más famosas de Vladimir Putin. «Estás despedido», la más célebre de Donald Trump acuñada durante su exitoso programa de televisión «The Apprentice». El primero es un líder producto de una infancia dura en un violento edificio comunal de Leningrado, y el segundo un retoño rico del negocio inmobiliario que alcanzó la fama gracias a los programas de telerrealidad estadounidenses. Dos vidas como galaxias alejadas que, sin embargo, aspiran a un mismo destino que ambos creen manifiesto: dominar la realidad y moldearla a su caprichoso antojo.

Las carreras políticas de los dos líderes se caracterizan por un absoluto desdén hacia la autoridad moral y la esfera pública. Ambos se sienten elegidos por el destino. No obstante, esto es el resultado de dos procesos muy diferentes. En el caso del presidente ruso, la creencia nace de la ley del más fuerte que hace siglos que rige la sociedad rusa; y en el del magnate neoyorquino porque Dios lo ha salvado para rescatar a América, según ha declarado en varias ocasiones después del atentado que sufrió en Pensilvania durante la campaña electoral.

El totalitarismo hace años que resurgió en Moscú. La novedad es que, por primera vez, el inquilino de la Casa Blanca tiene como modelo a un dirigente populista y dictatorial con el que comparte una historiografía personal basada en una narrativa mitificada y falseada. El ruso con la idea de que fue un gran agente del KGB en la Alemania Federal, cuando en realidad estaba destinado en Dresde y no hizo nada para detener el colapso del telón de acero de la Unión Soviética.

«La mayor catástrofe geopolítica del siglo XX», según afirma. Y en el caso del 47º presidente vanagloriándose de ser un tiburón de Wall Street, aunque su carrera está plagada de desastres financieros y corrupción política. Sin embargo, de las catorce temporadas de televisión y de las décadas de autopromoción mesiánica ha aprendido que la fama es el mayor logro político en Estados Unidos.

Moldear la verdad

La realidad, según su prisma, a menudo basada en hechos imaginarios o tergiversados, les permite afirmar su derecho a decidir qué es verdad. Los hechos están para servir a la causa. Y los que no convienen son mentiras de Occidente, para Vladimir Putin, o falsedades de los medios tradicionales a los que Donald Trump tanto odia. En sus mundos, la realidad política se construye con narrativas favorables y no con hechos probados.

La verdad y la mentira son una herramienta. El mundo existe porque ellos lo hacen, motivo por el que aparejan sus destinos personales al orden social y el rescate de la civilización, cuyos límites físicos y morales empiezan y terminan en su propia visión de la realidad.

En el mundo de la posverdad y las redes sociales, la verificación exhaustiva de los medios ya no es suficiente. Esta es una carta que tanto Trump como el jefe del Kremlin juegan con una maestría que les granjea millones de seguidores. Con ellos comparten su propia realidad alentada por los medios de comunicación afines. En ambos casos, esa realidad converge en la repulsión hacia el gobierno democrático. Putin hace tiempo que eliminó a sus enemigos, sobre todo en el ejército, mientras el magnate neoyorquino se enfrenta a un escenario diferente.

Por eso, ahora está centrando sus esfuerzos en despiezar y controlar el Gobierno federal, aunque sin entrometerse en ciertos aspectos del Departamento de Defensa como la producción militar y la distribución del gran negocio que suponen las bases militares dentro de Estados Unidos, o en las operaciones sensibles de agencias como el FBI, la CIA o la NSA, entre otras, que Trump desconoce. Si se ven realmente amenazadas, pueden ser un enemigo más que formidable contra el que su famoso «estás despedido» implementado por el Departamento de Eficiencia de Elon Musk no será suficiente.

Las ambiciones ultra-nacionalistas y al expansionismo territorial convirtieron el siglo pasado en el más mortífero de la historia de la humanidad. La convergencia ideológica entre Trump y Putin es especialmente peligrosa para el orden mundial definido tras la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de evitar una tercera.

El Kremlin quiere volver a la Rusia imperial y recuperar el orgullo adueñándose de los territorios perdidos, mientras el magnate neoyorquino ha construido su carrera en base al «Make Amercia Great Again», que, ya sin careta, empezó su segundo mandato renombrado el Golfo de México como de América y hablando de anexionarse Canadá y Groenlandia por sus recursos naturales.

Oligarcas y tecnócratas

Los planes de ambos no serían posibles sin los valedores con los que ejercen el poder. Vladimir Putin mantiene a los oligarcas rusos atados con una correa corta. Por el contrario, Donald Trump convive con mil millonarios tecnócratas que solo actúan en beneficio propio y a los que, en realidad, no controla. No es algo nuevo en el Despacho Oval. En Estados Unidos, el presidente es tan fuerte como los titanes económicos que lo apoyen. Empresarios como J.P. Morgan o J.D. Rockefeller, y, ahora, Elon Musk o Jeff Bezos, son una prueba. Para conservar su apoyo, el hombre fuerte de la Casa Blanca debe contentarlos, mientras que en Rusia los oligarcas obedecen o desaparecen. Plata o plomo.

A diferencia del líder ruso, el actual presidente estadounidense necesita la adulación en el Versalles de cartón piedra que ha creado en Mar-a-Lago (Florida). La lisonja es parte de su droga del poder, algo que está en las antípodas del comportamiento de Vladimir Putin, que lo disfruta en solitario, motivo por el que sus interacciones sociales son tan teatrales como fruto del miedo. Su poder proviene de la fuerza, mientras que el del neoyorquino nace del compromiso, del Arte del Trato, como reza el título de su famoso libro.

Los machos alfa se parecen, pero las herramientas de las que disponen para imponerse son muy diferentes. Al menos, mientras Estados Unidos sea una democracia, aunque ahora esté en manos de un presidente que cree que «podría matar a alguien en la 5ª Avenida y no perdería votantes», según declaró. Por ello, el peligro político de ambos líderes es muy diferente: Vladimir Putin amenaza con conquistar el este de Europa y Donald Trump con desmantelar la democracia estadounidense.

Asalto al sistema

La senda del líder ruso para restablecer una Rusia totalitaria siguió una fórmula extremista acuñada en Europa durante el ascenso del nacionalsocialismo. Tras ser elegido democráticamente, aprovechó su popularidad y la urgencia de las crisis a las que se enfrentaba en Chechenia y en el este con el avance de la OTAN, para hacer desaparecer a los opositores y solidificar su control sobre el Ejército y el Gobierno. Así aumentó su autoridad hasta que esta fue el Estado en sí mismo. El poder ratificado por las urnas como arma contra la democracia.

La lección principal del asalto al sistema de Vladimir Putin es la vieja advertencia de que la democracia contiene las semillas de su propia destrucción, y puede acabar siendo simplificada en una forma de neofeudalismo como el que existe en Rusia, donde el pueblo-nación, o «Narod», debe ser servil y obedecer a los oligarcas, los Boyars, que gobiernan con mano de hierro según los designios del Vozhd, el líder, cuyo puesto depende de su brutalidad. En la política de Rusia no hay mayor crimen que perder el control. Este es un concepto aparejado al del señor feudal como protector y castigador del campesinado al servicio del poder.

La gran cuestión es si Donald Trump representa un peligro similar para la democracia. La Constitución americana de 1776, basada en la división de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, fue concebida con diversos controles y contrapesos que tenían en mente la posibilidad de que un presidente aspirase a ser un tirano como el rey del que se independizaban, el británico Jorge III.

En su mente, el gran peligro era toparse con un militar que emu-lase a Julio César, el primer emperador de la República romana que tanto inspiró a los padres fundadores. Durante 248 años lo han evitado. Sin embargo, ¿la estructura social y política del país polarizada por el bipartidismo, los intereses económicos y el estancamiento legislativo está preparada para el tsunami de Donald Trump, en el que las aguas de la mentira y la verdad se han diluido y ya no cuentan para tomar decisiones?

En caso negativo, la democracia estadounidense cuenta con el cortafuegos político que suponen las Constituciones estatales para luchar contra una posible dictadura federal.

Además, si Trump tuviera dicha intención tendría que apoyarse en el Ejército y eso, en una sociedad armada hasta los dientes, probablemente resultaría en una segunda guerra civil; aunque ese es un escenario remoto. El peligro inmediato es que el presidente cambie la Enmienda 22 y acceda a un tercer mandato. Estados Unidos se enfrenta a uno de los mayores desafíos de su existencia: luchar contra el mismo populismo que engendró los monstruos del siglo XX (nazismo y comunismo).