Opinión

Pedro Castillo, el golpista del sombrero

El ya ex presidente de Perú se presentaba como el demócrata frente al autoritarismo de Keiko y ha acabado cometiendo un autogolpe como Alberto Fujimori en 1992

Manifestación contra el ex presidente Pedro Castillo ante el Congreso de Perú
Manifestación contra el ex presidente Pedro Castillo ante el Congreso de PerúMartin MejiaAgencia AP

Cuando Pedro Castillo se enfrentó a Keiko Fujimori en la segunda vuelta presidencial en Perú, toda la izquierda lo apoyó con el pretexto de que su adversaria representaba la dictadura de su padre. Supuestamente, Castillo era el demócrata frente a la opción autoritaria del fujimorismo. Claro, nadie se dio a la tarea de comprobar los avales democráticos de Castillo, quien ahora frente a una investigación en su contra se sacó de su característico sombrero un último conejo, disolviendo el Congreso y el Poder Judicial para erigirse dictador mediante el eufemismo de Gobierno de Excepción. Exactamente igual a lo que hizo Alberto Fujimori en 1992, un truco nada nuevo que le salió muy mal.

Finalmente terminó destituido y detenido, ya no solo por la presunta corrupción, sino también por el intento de golpe de Estado. Lo sustituye constitucionalmente ahora una mujer, lo que nos hace recordar a la nunca bien ponderada por el falso feminismo Jeanine Áñez, la presidenta que sucedió a Evo Morales en Bolivia después de otro intento de golpe de Estado, pero que terminó presa mientras el golpista sigue mandando sin límite ni medida después de casi dos décadas. Ojalá que en Perú todo esto sirva para fortalecer la democracia, a partir del consenso institucional y social de que no se puede permitir nunca más un cierre del Congreso que entronice a un dictador que concentre todo el poder.

Ante lo sucedido vale la pena recordar al presidente de la democracia venezolana Carlos Andrés Pérez, que ante un juicio político que para muchos fue injusto, asumió las decisiones de la institucionalidad democrática con una gallardía y civilidad imposibles de identificar hoy en casi ningún lado. Dejó la presidencia, fue enjuiciado y pagó condena, sin pasarle por la cabeza en ningún momento usar su poder para atentar contra el sistema. Pedro Castillo, en cambio, leyó tembloroso un infame decreto dando un autogolpe que no se concretó porque no fue apoyado ni por sus ministros, ni por su partido, ni por las autoridades competentes.

Lo previsible es que ahora un sector del progresismo mundial intente reescribir la historia para victimizar al simpático hombre del sombrero, como han hecho ya con Evo Morales, Luiz Inacio Lula da Silva y Cristina Fernández de Kirchner. Y es que a pocos les importa que los latinoamericanos vivan en libertad bajo el amparo de una democracia liberal. Prefieren a los caudillos que mandan sin límites y tiranizan pueblos enteros. A ver quien condena el golpe intentado por Castillo con la misma fuerza que se condenó el cierre del Congreso por parte de Alberto Fujimori hace treinta años. ¿O es que solo es golpe cuando lo hace derecha?

José Guédez Yépez es presidente de la Asociación Causa Democrática Iberoamericana