Elecciones en Perú

Keiko, la polémica heredera que trata de salvar el fujimorismo

Pese a sus escándalos, la hija de Fujimori mantiene sus opciones en las presidenciales del domingo por el temor a las propuestas radicales de su rival

La candidate presidencial Keiko Fujimori, durante su cierre de campaña, ayer, a las afueras de Lima
La candidate presidencial Keiko Fujimori, durante su cierre de campaña, ayer, a las afueras de LimaMartin MejiaAgencia AP

En un país hastiado por la corrupción de su clase política, una candidata acusada de corrupción se ha convertido en la última esperanza de muchos.

Es la paradoja que marcará la decisiva segunda vuelta de las elecciones presidenciales peruanas que se celebran el domingo. La candidata Keiko Fujimori, para la que la Fiscalía pide 30 años de cárcel por lavado de dinero, se disputará la presidencia con Pedro Castillo, un hasta hace poco desconocido maestro de escuela rural que se impuso, para sorpresa de todos, en la primera vuelta con un programa de izquierda radical.

Keiko Fujimori, desgastada por años de escándalos en la más que desacreditada clase política peruana, se ha convertido para muchos en la última esperanza para salvar a Perú de seguir la ruinosa senda del socialismo radical de Venezuela a la que abocaría un triunfo de Castillo.

Pero, con las encuestas pronosticando un empate técnico entre los dos candidatos, la votación puede ser también la última oportunidad de salvarse para la propia Keiko. Ya pasó por la cárcel acusada de financiar ilegalmente su partido con dinero de la constructora brasileña Odebrecht y, aunque recuperó la libertad provisionalmente, el caso sigue pendiente de juicio y la Fiscalía pide para ella 30 años de prisión.

Muchos observadores en Perú creen que solo hay dos destinos posibles para Keiko: el poder o la cárcel.

La desconfianza que inspira Castillo, sobre todo en las ciudades, es la gran baza de la candidata. La política peruana ha sido en los últimos años una sucesión de escándalos y destituciones presidenciales - 4 presidentes han estado en el cargo desde 2017- que han convencido a la mayoría de que el Congreso es un nido de conspiradores que solo miran por ellos y no por el país. Y Keiko, la heredera del polémico legado del fujimorismo, ha sido de las más activas en ese avispero.

Pero el miedo a que Castillo repita en Perú los fatídicos errores del chavismo la han convertido en una inesperada candidata de consenso en todo el espectro del centro a la derecha. Hasta el punto de que ha movilizado una inesperada campaña de apoyo internacional que ha incluido el viaje a Perú para participar en actos de campaña del opositor venezolano Leopoldo López e incluso manifestaciones de apoyo desde España del escritor Mario Vargas Llosa, hasta que apareció Castillo uno de los más notorios críticos del fujimorismo.

Pese al desolador balance de la pandemia en Perú, el país con mayor tasa de mortalidad por la covid-19 reconocida del mundo, la respuesta al coronavirus apenas ha ocupado espacio en la campaña. Fujimori ha tratado de agitar el temor al radicalismo de su rival y ha apostado por mejorar un modelo económico que en los últimos años ha hecho de la peruana una de las economías más dinámicas de la región.

Graduada en Administración de Empresas en Boston, casada con un estadounidense y madre de dos hijos, de Keiko se dice que es una mujer fría y vengativa. Ella presume de su capacidad de gestión para seducir al electorado, pero para muchos, especialmente en el Perú rural y empobrecido que según los sondeos apoya a Castillo, Keiko representa la vieja y corrupta élite política limeña, y su rostro es el de una mujer frívola desconectada de la dura realidad de un país partido por la desigualdad.

De la vida e intereses de Keiko más allá de la política. Su carácter ambicioso quedó patente en su abierta disputa con su hermano Kenji en 2017. Él había pactado con el expresidente Pedro Pablo Kuzcynski el indulto a su padre, Alberto Fujimori, condenado por corrupción y violaciones a los derechos humanos, a cambio del decisivo apoyo en el Congreso para que Kuzcynski siguiera en el cargo. Keiko, empeñada en tumbar al entonces presidente, enfureció. Llevó tiempo restablecer la concordia en la familia Fujimori.

Ahora, Kenji la apoya sin matices frente al enemigo común, y ella se esfuerza en definitiva por mantener un legado familiar, el fujimorismo.

No es una herencia fácil de gestionar para Perú, pero aquí son muchos los que recuerdan que, pese a sus excesos y abusos, fue el gobierno de Fujimori el que controló la hiperinflación que castigó a los peruanos a finales de los 1980 y puso fin a la violencia atroz de Sendero Luminoso. Eso explica que el fujimorismo conserve aún una base fiel de votantes a pesar de todos los escándalos. A ellos se aferra Keiko.

Para la inmensa mayoría que, según las encuestas, aún no ha decidido su voto, Keiko tiene un mensaje claro. Solo hay que fijarse en Venezuela para saber que a veces más vale malo conocido.