Internacional
Líbano-Chipre, la nueva ruta de la “muerte” de la migración a Europa
La crisis económica de Líbano ha multiplicado desde agosto el número de balsas que parten desde Trípoli hacia Chipre
Zeinab ha vuelto a nacer, pero está muerta en vida. La desesperación de no tener un futuro en el Líbano le llevó a ella, su esposo, Nazir, y sus cuatro hijos a embarcarse en un viaje suicida para cruzar el Mediterráneo y llegar a las costas de Chipre. El marido de Zeinab vendía tazas café árabe en la calle, pero con la crisis económica y la pandemia del coronavirus, no llegaba a juntar ni dos euros al día para alimentar a su familia.
Tras varios días a la deriva en altar mar sin víveres ni gasolina en la lancha, su hijo Mohamed, de 1 año y ocho meses, murió por deshidratación. “Estaba muy sediento. Preparé un biberón con agua del mar. Intente usar un pañal para filtrar el agua y no funcionó. Tenia diarreas intensas y no paraba de vomitar. Hice todo lo posible por salvar a mi hijo, pero murió en mis brazos”, rememora Zeinab.
Entonces, decidieron cubrir el cuerpo del pequeño con retazos de ropas, y lo arrojaron amortajado al mar. Mohamed no fue el único que murió en el mar. En la embarcación había 25 personas entre familias libanesas, sirias, de Bangladesh e India.
“Un hombre hindú murió el día antes de mi hijo. Arrojamos su cuerpo al mar con una nota. Otro día, dos jóvenes se lanzaron al mar y después lo hicieron otros cinco”, explica a LA RAZÓN. Nadie vino a socorrerlos hasta que por fin un equipo de militares turcos, que estaban haciendo unas maniobras cerca de Chipre, les rescató, les dieron primeros auxilios y los trajeron de vuelta a Trípoli.
Vendieron todo lo que tenían, los muebles de la casa, las pocas joyas que conservaba del ajuar de novia, para poder recaudar los 15 millones de Libras Libanesas (unos 1500 euros, al cambio en el mercado negro) para reservar una plaza en la embarcación.
“Partimos a medianoche. El traficante nos prometió que después de 2 horas y media habría gente esperándonos en otro bote con agua, comida, ropa limpia. Nos engañaron”, se queja Nazir, el marido. “Ahora ha muerto mi hijo y tenemos menos de lo que tenían antes de intentar cruzar a Europa. Le debemos mucho dinero a la gente”, lamenta, antes de agregar: aquí no hay futuro, no podemos quedarnos, lo volvería a intentar".
Los libaneses están con el agua al cuello por la crisis económica que arrastra el Líbano desde el año pasado y ahora la tremenda explosión del puerto de Beirut ha acabado de hundirlos. La clase media es pobre y los pobres vagan como almas en pena. Más de la mitad de libaneses, unos 2,7 millones, viven bajo el umbral de la pobreza, es decir con menos de 10 euros al día, según la ONU.
La desesperación ha llevado a más de 200 migrantes, refugiados y solicitantes de asilo intentar llegar a las costas de Chipre desde Trípoli (norte del Líbano), pero han sido expulsados y forzados a volver por la guardia costera chipriota, ha denunciado Human Right Watch en su último informe de septiembre. Otros, directamente, han muerto ahogados en el mar y sus cuerpos han sido arrastrados a las playas del norte del Líbano. Aún así muchos siguen jugarse la vida.
Los desperdicios de basura se solidifican en la pasarela de metal que lleva a la vivienda de los padres de Ibrahim, en Bab el Tabaneh, uno de los barrios más desfavorecidos de Trípoli. Ibrahim tiene 21 años y desde hace cinco está buscando trabajo, sin éxito. “No tengo trabajo. Quiero tener mi vida, poder casarme con mi novia, y estoy en casa de mis padres. Por eso decidí marcharme. Para encontrar un trabajo en Europa”, explica.
“Pensé que podía conseguirlo. Vi las fotos de amigos que están ahora en Alemania u otros países de Europa y me dijeron que lo intentara por Chipre que la ruta es más fácil ahora que aún no ha llegado e invierno. Me dijeron que allí te acogen en los campamentos y te dan asilo, que por Grecia era la muerte segura. Me equivoqué”, sentencia.
“Mis amigos me dijeron que porqué no lo intentaba de forma legal. Les dije que estaba desesperado que quería irme de aquí. En Europa tratan mejor a los animales que a nosotros en Trípoli”, critica Ibrahim.
El joven empeñó unas esculturas de la casa de sus padres para reunir algo dinero y el resto se lo pidió a amigos. Cuando reunió el dinero contactó con las mafias y sin decir nada a su familia de sus planes de viaje, por si lo reprobaban, se marchó por la noche con un grupo de personas que iban a correr su misma suerte.
Fue un engaño, la embarcación no se dirigía hacia las costas chipriotas, sino que estaba bordeando la costa libanesa en dirección a Beirut, así que Ibrahim saltó de la embarcación: “Creí que nos iban a entregar a los guardacostas. Decidí saltar me puse a nadar por dos días enteros. Fue terrible”.
“Hubo momentos en que quería morir. Me di por vencido, dejé que mi cuerpo se hundiera, pero había algo dentro de mi que me empujó a seguir nadando, hasta que una lancha de salvamento de Naciones Unidas me socorrió”, relata el joven. Lo más duro para Ibrahim fue volver a ver a su madre. “La había decepcionado. No podía mirarle a los ojos. Si me hubiera muerto en el mar, nunca se habría enterado”, exclama.
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