Moscú
La guerra espacial se enfría en 50 años
«¡Poyéjali!», dijo Gagarin cuando los propulsores de la Vostok-1 rugían y ponían, por primera vez, a un ser humano en órbita.
Aunque aquel «un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad» pronunciado por Neil Armstrong sea hoy más recordado, el «¡allá vamos!» exclamado por el cosmonauta ruso poco después de las 9:00 horas del 12 de abril de 1961 significó el principio de una historia que se sigue escribiendo: la conquista del espacio.
Por ello, el día de hoy es memorable: mientras Rusia celebra 50 años de la presencia del hombre en el espacio, EE UU conmemora el 30 aniversario del primer lanzamiento de un transbordador espacial. El escenario ha dado un giro orbital: si hace medio siglo, ambos países competían ferozmente por la carrera espacial, ahora, van de la mano en las celebraciones.
«Lo que fue en su día la hazaña de un país ahora es la de toda la humanidad», afirma Javier Ventura-Traveset, director de Comunicación y Educación de la Agencia Espacial Europea (ESA) en España. Elegido entre 3.000 aspirantes, Gagarin dio la vuelta a nuestro planeta durante 108 minutos interminables, especialmente para la Unión Soviética gobernada por Brézhnev. No las tenían todas consigo: prepararon de antemano tres comunicados en los que, cómo no, se incluía un desenlace fatal.
Pero si el lanzamiento, cuatro años antes, del primer satélite, Sputnik 1, dejó la moral estadounidense por los suelos, la presencia de un ruso en el espacio podía ser la puntilla. Y por aquellos años lo fue. La NASA siempre fue a rebufo en plena Guerra Fría. En 108 minutos, Gagarin, con 27 años, se convirtió en algo más que un héroe soviético: una leyenda.
Durante las pruebas previas, el astronauta silbó todo el repertorio que conocía. «Veo la superficie terrestre a través de la ventanilla. El cielo es negro. Y rodeando la Tierra y el horizonte, hay una aureola azul muy bonita que se oscurece a medida que se aleja de la superficie», dijo cuando la Vostok 1 se separó del cohete y se desplazaba a 28.000 kilómetros por hora. Y añadió: «Veo la Tierra, qué hermosa es». Poco después de su aterrizaje, cerca del Volga, se topó con una campesina y su hija, que se estremecieron al verle: «¡No tengáis miedo! ¡Soy soviético, como vosotras!», les dijo.
El panorama de la carrera espacial hoy es otro. «De la competición se ha pasado a la cooperación. El mejor ejemplo es la Estación Espacial Internacional. Entonces resultaba impensable que americanos, asiáticos, rusos y europeos en general trabajaran juntos», dice Ventura-Traveset. Y mientras, la figura de Gagarin es venerada por su valor. No sólo por las incertidumbres técnicas que afrontó. «Nadie podía saber los efectos que tendría la misión en su estado psíquico», apuntan en la ESA.
Tradición urinaria
Hay muchos ejemplos que ilustran el misticismo en torno a su figura y que explican los fastos conmemorativos que se celebran estos días en Moscú, donde están reunidas las mayores personalidades de la exploración espacial. Entre ellos Pedro Duque, que recuerda que «su foto está en todas las estaciones espaciales». Pero hay un caso que llama la atención. La leyenda dice que, de camino al histórico lanzamiento, Gagarin hizo parar el autobús que lo llevaba para orinar en una de las ruedas.
Hoy, sigue siendo tradición que los astronautas rusos que salen de la base de Baikonur rumbo al espacio «descarguen un poco de peso» minutos antes.¿Y qué celebran hoy en Cabo Cañaveral? El transbordador Columbia no despegó el 10 de abril de 1981: su lanzamiento se retrasó dos días por problemas con los ordenadores centrales de la nave. «Es una feliz coincidencia, sin más», comentan desde la Agencia Espacial.
Sorprende que en plena Guerra Fría el azar hiciera convenir la puesta en órbita del primer ser humano con, veinte años después, el lanzamiento de la primera nave tripulada, la Columbia. En Cabo Cañaveral la coincidencia es irrelevante. Para ellos, lo importante es el gran salto que dio la humanidad: «Cincuenta años es un periodo muy corto dentro de la Historia, pero el paso para el despegue espacial fue inmenso», comentó ayer el astronauta ruso Dmitry Kondratyev. En este punto están de acuerdo rusos y norteamericanos.
Los dos celebra la hazaña. Cada 12 de abril los 17 centros que tiene la NASA en EE UU celebran la «Yuri night». A ella acuden numerosas personalidades para relatar sus experiencias y festejar con música su aniversario. Pero hoy es especial. En la base Kennedy de Cabo Cañaveral la celebración es doble: «Vamos a reunir a más de 12.000 empleados a la una y a las dos de la tarde para escuchar las palabras del director de la Agencia y de un astronauta veterano, Bob Cabana», explica Allard Beutel, jefe de prensa del centro.
Durante la ceremonia también se anunciará el destino de la nave Endevour, que se jubila el 29 de abril, a su regreso de su última misión, y el de Atlanta, que finalizará su trayectoria el 28 de junio, ya que partirá en su última expedición. La Discovery ya es una pieza más del Museo Smithsonian de Washington. «El vínculo que tienen los ciudadanos con estas naves es inmenso, por eso les vamos a ofrecer una gran despedida. Eso sí, sin fuegos artificiales, por si acaso», bromea Beutel.
El héroe soviético que murió en pleno vuelo
Gagarin fue la mejor arma de propaganda soviética. Tras dar conferencias sobre su aventura, iba a participar en el primer vuelo de la nave Soyuz en 1967. Pero las autoridades no querían perderlo en otra misión peligrosa. Al final, perdió la vida en el aire: un vuelo rutinario en un caza Mig, que se estrelló a las afueras de Moscú en 1968, posiblemente cuando intentaba esquivar un globo sonda. Muchos se negaron a creerlo. Y otros, hablaron incluso de «conspiración».
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