
Entrevista
Anna Grau: «Sánchez Dragó quería vivir en una comuna ‘fachahippy’ con sus ex»
La pareja del escritor durante tres años nos presenta «En la cabeza del dragón», un libro que desmiente sus hazañas sexuales

De todas las mujeres que pasaron por la vida de Fernando Sánchez-Dragó (1936-2023), la periodista y escritora Anna Grau (Gerona, 1967) fue la menos dúctil y la más cuajada en años, vidas y batallas. «Un verso suelto» a quien, en lugar de domeñar, ejercitó en sus mismas artes de seducción. Ocho años después de la ruptura, nos presenta «En la boca del dragón» (La Esfera de los Libros), un libro epistolar dirigido a este maestro que conquistaba apelando a su yo más elevado.
No es su intención mostrar la figura de Dragó el doble de su tamaño natural ni dibujarle. Grau se acerca a él con cincel y empieza a picar, a veces ahí donde más duele. Elimina mucha de la retórica donde se asienta el mito, pero también apela a su extraordinario don fabulador para absolverle de sus faltas. No todas, por mucho que pese a quienes quisieron envenenarle con su ira.
Dice que mil veces le volvería a buscar y otras mil a dejar. ¿Qué significó amarle?
Anteponer su vida a la mía. Un aprendizaje en todos los sentidos; sobre todo, intelectualmente. Él se hacía amar sin límite, pero era necesario equilibrar mi deseo de adorarle y cubrirle de abnegación con su barra libre de exigencias. Eso descabezaba mis planes, mis rutinas con mi hija, mi inde-
pendencia. Pero tuvimos una conexión extraordinaria. Su ruptura fue pasar del absoluto a la nada. No ingresé en un convento, pero me metí en política, casi peor.
¿Le preguntan aún cómo pudo enamorarse de un hombre tan mayor?
Me sacaba 31 años. Para el mundo tenía la edad de mi padre, un año más, por cierto. Pero en su universo mental, mis 46 era una edad para ser su madre. Nunca había hecho nada parecido, ni lo haría después. A mí me pareció de lo más natural. Siempre me atrajeron los hombres mayores y me enamoró su inteligencia, su experiencia, intuición. Era un genio y un magnífico conversador.
¿Por qué su querencia por las mujeres jovencísimas?
Como le digo a él en el libro, le gustaban las amantes sin biografía porque así las aplastaba con la suya. Reconozco, y es un gran honor, que fui el único cisne negro en su historial amoroso. Tenía esa tendencia por los cuerpos poco hechos y andróginos, pero no era un pervertido. Hay muchos infundios, algunos graves.
Él escribió que, en 1967, mantuvo relaciones sexuales con dos «lolitas» japonesas de 13 años.
Pura literatura. Recogió en un libro una conversación con el dramaturgo Albert Boadella. En un arriesgado ejercicio, escribió que se había topado en Tokio con «unas lolitas vestidas como zorritas». Le cercaron desde todos los frentes y fue consciente de haber metido la pata. Explicó que el relato del libro estaba muy literaturizado, que aquello no pasó de ser un coqueteo sin importancia, que «nadie se trajinó a nadie» y que lo de los 13 años era una forma de hablar. Las lolitas no existieron fuera de su pluma y de su bocaza.
¿Entiende que hizo daño?
Sí. Él también lo comprendió y aguantó durante años casi en silencio el insulto de pederasta. Evidentemente, condenaba la pedofilia, la violación y cualquier maltrato. Era un hombre bueno.
No fue lo único que no le perdonó el feminismo de Podemos.
Se le consideraba un machista de manual, pero la gran paradoja es que respetaba y comprendía más a las mujeres que muchos de los que se empeñan en defendernos de hombres como él y en cargarse el amor. No vivió lo suficiente para ver el escándalo de Errejón y la caída de esa «wokesfera» que se llena tanto la boca con la famosa violencia de género. Le habría gustado saber que el imperio de ese potaje ideológico que ha estado a punto del borrado de la mujer y de la lucha por la igualdad está empezando a cambiar.
¿Dragó fue un buen amante?
Su idea de la cópula era muy aventurera y narrativa. Lo que imaginaba y hacía imaginar era tanto o más importante que lo que sucedía. Acostarse con él era como acostarse con la Biblia. Ponía en juego el cuerpo, pero sobre todo la mente y una vida entera. Creía que el sexo es más divertido con narrativa que a palo seco. En la cama era más avanzado que muchos progres, un ejemplo para muchos hombres y mujeres que se definen como feministas.
¿Y qué hay de sus hazañas tántricas?
Era un gran fabulador. También de su vida sexual. Que a su edad tanta gente diera credibilidad a según qué hazañas bélicas es algo que me asombra.
Su particular sentido de la familia le llevó a idear una especie de comuna «fachahippy».
No entendía que una nueva mujer implicaba romper el vínculo con la anterior. Él pretendía formar una tribu de exmujeres y sus nuevas parejas, hijos y parejas de sus hijos, novias y gatos. Todos viviendo en un perímetro reducido y que no saltasen chispas. Amaba a todos e irradiaba buen humor. Le habría gustado vivir en santa compaña y alegre comuna «fachahippy» para tener a todo el mundo enganchado.
De alguna forma, lo consiguió en su velatorio, con las mujeres de su vida llorándole abrazadas.
Fue una explosión de realismo mágico, de vínculos cálidos e inauditos. Nos abrazábamos y consolábamos a la mujer que le tuvo en sus brazos en el momento de morir. No muere un dragón cada día. Y sí, lo digo en el libro, que la próxima vez que alguien me intente dar no sé qué lecciones de sororidad, pensaré en ese instante.
¿Le habría gustado su libro?
Estaría muy contento de tantas páginas en su honor, sin calzarle a la historia más condón que un cambio de nombres propios. Debería servir para replantearse muchas cosas sobre él.
¿Hay amor después de Dragó?
Después de su historia de amor tremenda, no me conformaría con un apaño o sucedáneo. Sería la metamorfosis de una gran pasión en una mediocre.
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