
La crónica
A Sánchez le pesa ya el miedo al coste electoral del rearme
«Sólo podemos ganar votaciones si sale en nuestro auxilio el PP». Este lamento crece día a día en la bancada socialista

Pedro Sánchez acumula dos problemas con el nuevo plan de gasto militar. El más evidente es que no tiene el sostén parlamentario necesario para que el Congreso de los Diputados se lo apruebe. Pero empieza a intuirse otro de fondo que para los asesores del presidente seguro que es más importante que tener que gobernar de espaldas al Parlamento. Los rastreadores de las tendencias sociológicas, mandamases en ese conductismo demoscópico que condiciona todas las decisiones políticas, empiezan a detectar que el liderazgo europeo, en este proceso de llenar los arsenales del continente, no les trae tan a cuenta porque las siglas a su izquierda pueden salir más beneficiadas de su mensaje antibelicista.
Así que, por primera vez desde que llegó a La Moncloa, el presidente empieza a sentir que el viento europeo no sopla a su favor. De momento, no ha conseguido que Bruselas le escuche en su reclamación de financiación europea que no haga crecer la ya abultada deuda pública de España por la vía de subvenciones, a la manera de la pandemia. Por otro, tampoco le están haciendo caso en su reclamación de que se cambie la definición actual del gasto en Defensa. El presidente había solicitado sumar otras partidas como el dinero destinado a ciberseguridad, protección de fronteras o incluso cambio climático.
El dilema que preocupa en Moncloa es cuánto cuesta en votos aguantar el tirón de una discusión comunitaria que se prolongará mucho tiempo y que, según crezca la presión, más incómoda puede resultar en las encuestas. Yolanda Díaz ya ha encontrado la justificación perfecta para salirse una vez más del carrusel presidencial, aunque siga disfrutando del coche oficial y demás beneficios que le otorgan su condición de vicepresidenta de Sánchez: dice que si no se coloca al frente de la pancarta del «No a la guerra» será su archienemigo Pablo Iglesias el que le coma la tostada.
Aunque hasta ahora el presidente siempre ha conseguido superar las pruebas más difíciles, venciendo los augurios de las casandras que le daban por amortizado, la descomposición de la débil estructura sobre la que se montó el Gobierno avanza con una celeridad que, hasta entre los más creyentes en el presidente, empieza a hacer mella la sensación de que puede que esta atmósfera prebélica acabe arrastrando al barco de la coalición.
Ninguno de los socios se fía ya de Sánchez, y el presidente del Gobierno también desconfía plenamente de todos ellos. «Sólo podemos ganar votaciones si sale en nuestro auxilio el PP», comenta, con ironía, un miembro de la dirección del PSOE de Castilla-La Mancha. La desconfianza llega hasta tal punto que tanto la parte socialista como los socios aceptan como probable que acaben no aprobándose asuntos mollares, presentados como cesiones imprescindibles: como la delegación de las competencias de inmigración a la Generalitat, la reducción de la jornada o la conocida como «ley Begoña», la reforma del funcionamiento de la acusación popular, entre otros.
En Moncloa solo ven seguro que ninguno de sus socios dará un paso adelante para asestar el golpe mortal a esa estructura en descomposición. Sumar, Yolanda Díaz, debería ser la primera en salirse del Gobierno si es mínimamente respetuosa con lo que defiende en público. Y en el PSOE, tres cuartos de lo mismo: si Sánchez fuera coherente con lo que predica ante sus colegas europeos debería también romper la coalición y expulsar a Yolanda Díaz de su Gabinete.
«El problema no es lo que llevamos detrás, sino lo que nos viene por delante. Las votaciones que nos quedan por perder». El comentario es de uno de los ministros sometidos a ese ejercicio de fuerza de Moncloa por el que los gurús presidenciales controlan la agenda de todos los miembros socialistas del Consejo de Ministros, deciden dónde van y con quién, como comisarios políticos de un marco en el que rige el veto del presidente hacia todos los que considera que no están siendo los suficientemente amables o considerados hacia su persona, pero, sobre todo, con su familia. Todos, su mujer, su hermano, y hasta el fiscal, son vistos dentro de Moncloa como víctimas de una operación de acoso para derribar a Sánchez. Los próximos meses, en un debate que se anticipa que seguirá vigente en los próximos años, el PSOE y Sumar estarán permanentemente defendiendo posiciones encontradas en política de defensa, en la política fiscal, en la política migratoria y en el papel de la OTAN y los compromisos internacionales de España. La agenda progresista que les queda por ejecutar sólo puede llevarlos a nuevos choques.
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