El periscopio

Las amistades peligrosas

Si tuviera la más mínima dignidad, Yolanda Díaz presentaría su dimisión

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, durante una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados.
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, durante una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados.Eduardo ParraEuropa Press

Su cara el pasado jueves en el Consejo Europeo de Bruselas era de poema. Al presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, le estallaba con fuerza un petardo en las manos. Mientras intentaba negociar en la capital comunitaria el incremento sobre el presupuesto de Defensa, el grupo parlamentario socialista sufría uno de los días más tenebrosos en el Congreso de los Diputados. Su propia vicepresidenta y lideresa de Sumar, Yolanda Díaz, votaba a favor de que España salga de la OTAN. Y para colmo, su en teoría aliado, el partido del fugitivo Carles Puigdemont, JuntsxCat, se alineaba con el PP y Vox para tumbar una de las leyes estrella de esta legislatura delirante, la creación de la llamada Agencia Estatal de Salud Pública.

Los teléfonos de la delegación española en Bruselas echaban humo y el enfado de Pedro Sánchez era evidente en su rostro crispado, con ese tenso rictus que tanto le delata. «Tiene usted amistades peligrosas», le espetó uno de los primeros ministros de la UE ante el estupor de algunos periodistas acreditados en la cumbre. Nunca mejor dicho. Su propia vicepresidenta segunda le traiciona en la votación y su aliado independentista, Carles Puigdemont, le clava un puñal en toda regla votando en contra de varias iniciativas del PSOE. El caos era de campeonato.

Lo vivido la pasada tarde del jueves en el Congreso pasará a los anales de la historia parlamentaria. División y ruptura entre el Gobierno, derrota en toda regla de los socialistas, lamentable actuación del presidente de la Cámara en funciones, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, que hizo buena a la impresentable presidenta Francina Armengol, y una actuación igualmente lamentable de los letrados que, a pesar de ser bastante subordinados al Gobierno, abogaban por la defensa en el Pleno de debatir unas enmiendas procedentes del Senado. Mientras en Bruselas Pedro Sánchez, con su habitual cinismo, tiraba de lo que él llama pedagogía. «Agradezco a mis socios de Sumar su coherencia ante el rearme militar, pero ahora trabajamos por la seguridad sin rebajar el coste social». Échale guindas al pavo, que dice el refrán.

Toda una desvergüenza de una socia comunista como Yolanda Díaz, aferrada al cargo como una lapa, que si tuviera la más mínima dignidad presentaría su dimisión o el propio presidente la cesaría. Pero Sánchez la sostiene porque la necesita. «No la soporta, pero la aguanta», admite un ministro. Y para colmo, Sánchez ya ha comunicado a su entorno de confianza que piensa resistir hasta el final de ciclo aún sin Presupuestos. Algo jamás visto en ninguna etapa democrática.

«Este es un Gobierno cogido con pinzas», dice un «barón» con peso propio en el PSOE. La sensación de agonía política es ya un clamor entre muchos dirigentes, agravada ahora por los últimos acontecimientos. Movida, hay, y mucha. En los últimos días circula por Madrid un rumor con fuerza que apunta a una presunta alianza entre antiguos veteranos nombres del partido vinculados a Felipe González y el todopoderoso presidente de Prisa, Joseph Oughourlian, resistente frente a toda una embestida de La Moncloa.

La gravedad de las últimas rendiciones a los independentistas de Puigdemont, con la cesión de la política migratoria que ha levantado ampollas incluso en las comunidades autónomas gobernadas por el PSOE, es la gota que colma el vaso. Según diversas fuentes de este sector, los llamados «felipistas» buscarían el apoyo de Oughourlian y los potentes medios de Prisa para una campaña de acoso al «sanchismo», máxime ante las ambiciones del «lobbista» José Miguel Contreras para lanzar su canal de televisión a toda costa. La campaña parece ya en marcha y, según las mismas fuentes, estarían próximos a salir muchos asuntos relativos a los procesos judiciales que actualmente atenazan a la familia del presidente.

«El caso Ábalos es la punta del iceberg», advierten estas fuentes, que apuntan a los sumarios que afectan a su esposa, Begoña Gómez, y a su hermano, David Sánchez. «Esto es el final del sanchismo», apuntan incluso muchos dirigentes regionales. Frente a ello, el presidente del Gobierno insiste en que agotará la legislatura, aún sin presupuestos, pero nadie se atreve a aventurar por cuánto tiempo. Su aliado veleta, Carles Puigdemont, ya le ha dejado claro su amistad peligrosa. Tan solo dos días después de la cesión a Cataluña sobre el traslado de los menores migrantes, JuntsxCat le clava en lo más hondo la daga de votar con el PP y Vox otras iniciativas legislativas como la Agencia Estatal de Salud Pública.

Resulta magnífico contemplar las declaraciones de su portavoz, Miriam Nogueras, llamada «la tiburona» incluso por algunos diputados socialistas del Congreso. «Junts no votará jamás algo que huela a nacional y lleve el nombre de España», dice con total desfachatez semejante elementa, que cobra un suculento sueldo de ese Parlamento español del que tanto abomina. Una vergüenza absoluta.

Así las cosas, el «sanchismo» comienza a desangrarse en una huida hacia adelante. Muchos piensan que es ya la crónica de una muerte anunciada, con una legislatura cada días más acorralada, pero conociendo a Pedro Sánchez y su capacidad de resistencia otros no se lo creen. Como en la obra maestra de la literatura francesa de Pierre Choderlos de Laclos, el líder socialista llegó al poder aupado por amigos peligrosos a su izquierda, quienes ahora pueden hacerle la vida imposible, pero será raro que le dejen caer antes que permitir un gobierno del Partido Popular y Alberto Núñez Feijóo. Son muchas las prebendas, la moqueta del poder, los privilegios suculentos y las cesiones regaladas. Como en la novela de Laclos, Pedro Sánchez emula a sus dos grandes protagonistas, el vizconde Valmont y la marquesa Merteuil: «Nacidos para mandar y vengar».