Defensa
Cuatro militares contra cuatro adversidades: el virus, la nieve, el volcán y la guerra
Cuatro uniformados cuentan a LA RAZÓN cómo vivieron sus inéditas misiones
«Servicio y compromiso». Es el lema del Día de la Fiesta Nacional que se celebra hoy y, básicamente, es un reflejo de lo que va a desfilar por el madrileño Paseo de la Castellana. Porque las Fuerzas Armadas llevan en su ADN ese servicio y compromiso con los españoles, pero ha sido en los últimos 19 meses, a través de numerosas misiones diferentes, cuando los militares se han acercado a los ciudadanos más de lo que podían imaginarse, demostrándoles quiénes son, qué hacen y, sobre todo, que están ahí «para ayudar». Operaciones «Balmis» y «Baluarte» contra el coronavirus, borrasca «Filomena», incendios, evacuación de Afganistán, volcán de la Palma... Misiones muchas cargadas de «primeras veces» pero que los uniformados ven simplemente como «nuestro trabajo», porque el día que dieron el paso de ingresar en la milicia asumieron «un compromiso que te puede llevar a servir y a ponerte a prueba de distintas maneras».
Cuatro de esos efectivos han contado a LA RAZÓN cómo vivieron algunas de estas misiones. Son sólo una representación de los más de 120.000 hombres y mujeres que componen las Fuerzas Armadas, de los que 2.500 desfilarán hoy ante esos ciudadanos a los que juraron servir. Y todos coinciden al afirmar que «es un estímulo poder ayudar a España y a los españoles» y que el lema del 12-O de este año «nos viene como anillo al dedo».
Cabo 1º Juan Carlos Munar - “Balmis” y “Baluarte”
«Es una satisfacción saber que ayudamos a los ciudadanos»
El pasado 15 de marzo de 2020, cuando se decretó el primer estado de alarma por la pandemia del coronavirus, el Gobierno sacó a los uniformados a la calle para desinfectar, levantar hospitales de campaña, viajar a China a por material sanitario... Fue el comienzo de un «tirón» militar nunca antes visto y que permitió que los ciudadanos conocieran un poco más a sus ciudadanos. Uno de los que se desplegó –primero en la «Operación Balmis» y después en «Baluarte»– fue el cabo 1º Juan Carlos Munar, perteneciente a la Agrupación de Infantería de Marina de Madrid. Días antes de recibir la orden de salir, tanto él como sus compañeros se estaban preparando por si les requerían y reconoce que, «aunque suene raro, todos teníamos ganas de salir y poder ayudar a los ciudadanos».
Su misión en ambas operaciones ha sido la de desinfectar diferentes instalaciones, muchas de ellas pertenecientes a las Fuerzas Armadas, como residencias, colegios o alojamientos. Y pese a que confiesa que al principio «se hizo extraño, porque es algo totalmente distinto a lo que estamos acostumbrados, todo el personal de la Agrupación tenía muchas ganas». «Todo el mundo se presentaba voluntario y siempre sobraba gente cuando nos decían que teníamos que salir a apoyar en alguna tarea», recuerda.
Pero, ¿qué mueve a un marino de una unidad de seguridad a enfundarse un EPI y ponerse a desinfectar? «La satisfacción de saber que estamos ayudando a los ciudadanos», responde sin dudarlo con una seguridad asombrosa.
Y esa ayuda era recibida por los españoles con «cariño, respeto y muchos agradecimientos y aplausos. Nos agradecían que fuésemos allí a desinfectar y dejáramos todo en condiciones habitables»
Ahora, con el virus mucho más controlado, sólo acierta a apuntar que «ojalá remita del todo y no tengamos que salir más». Pero avisa para tranquilidad de los españoles: «Estamos totalmente preparados para, ante cualquier incidencia, volver a salir a trabajar y ayudar en cuanto nos lo digan».
El cabo 1º Munar es sólo uno de los miles de militares que se desplegaron contra la covid y que en su conjunto han realizado más de 12.500 desinfecciones por toda España, levantado 20 hospitales de campaña o rastreado más de seis millones de contagios.
Cabo Sofía Fernández López - «Balmis» y «Filomena»
«No sé las vidas que pudimos salvar, pero se salvaron muchas»
La cabo Sofía Fernández López, de la Agrupación de Sanidad nº1 de la Brigada Logística del Ejército de Tierra se desvive en halagos tanto a sus compañeros de unidad como a los que define como «nuestros hermanos» del resto de las Fuerzas Armadas. Esta sanitaria se desplegó el pasado mes de enero tras las nevadas de «Filomena», pero antes también participó en «Balmis», desplegándose en el Hospital Gómez Ulla de Madrid y recuerda que «de este cuartel fuimos todos a ayudar en donde se nos necesitó. Aquí no quedó ni el apuntador». Y lo explica con mucha tranquilidad: «Al ser éste un trabajo tan vocacional, era una motivación enorme poder ayudar. Todos deseábamos que nos dieran una misión, porque veíamos que era tan grande la necesidad que todo nos parecía poco».
Meses después, el pasado 9 de enero, volvieron a requerirles para otra misión muy diferente a las que suelen realizar: hacer frente a la nieve y trasladar a los hospitales con sus ambulancias todoterreno a pacientes que tenían que recibir su sesión de quimioterapia, de diálisis o a mujeres que iban a dar a luz. Ellos eran los únicos que podían transitar por las calles cubiertas de nieve y su ayuda fue más que vital. Es más, la cabo no duda en afirmar: «No sé las vidas que pudimos salvar, pero se salvaron vidas».
Durante los diez días posteriores a «Filomena» recuerda que «trabajamos las 24 horas sin descanso», realizando «más de 600 traslados para llevar a ciudadanos a los hospitales».
El día que les dieron la orden de desplegarse no se lo pensaron: «Desde que tomamos la decisión de ser militares tenemos muy interiorizado que, con lo que tengamos, debemos salir a ayudar. Es nuestro trabajo. Obedecemos las órdenes de nuestros jefes sin pensarlo».
Se siente orgullosa y recuerda, por ejemplo, cómo llevaron al hospital a una mujer embarazada de su octavo hijo y que no podía llegar al hospital. O el caso de una niña con una crisis epiléptica cuyos padres no sabían que hacer porque no podían salir de casa: «No sabían cómo darnos las gracias».
Pese a ello, le resta importancia e insiste en que «es nuestro trabajo». «La vida del militar es una vida entera de servicio y compromiso», dice tajante para añadir: «Hace 18 años que entré en el Ejército y lo volvería a hacer sin dudarlo».
Capitán Joaquín González Lázaro - Evacuación de Afganistán
«Queríamos sacar al máximo número de gente posible»
El pasado mes de agosto, más de 150 militares se desplegaron en Emiratos Árabes y Afganistán para llevar a cabo la evacuación de más de 2.000 ciudadanos afganos. Entre ellos se encontraba el capitán Joaquín González Lázaro, del Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo (EADA) del Ejército del Aire. Él era el jefe del «hub» de Dubai, que unía los dos puentes aéreos que se establecieron entre Madrid y Emiratos Árabes y entre este país y el aeródromo de Kabul. Allí estuvo con sus compañeros 12 días «sin parar» y ante sus ojos pasaban desorientados, aún asustados, todos los ciudadanos afganos que lograron escapar de los talibanes. Tiene claro que tenían que sacarles de ese infierno en el que se ha convertido Afganistán por un sencillo motivo: «Habían trabajado para nosotros y cuando las cosas habían estado mal, nos habían ayudado».
Recuerda el «shock» cuando vio a los primeros que bajaron del A-400M en Dubai: «Estaban totalmente sucios y muchos olían mal porque habían pasado varios días en un canal de aguas fecales cerca del aeropuerto. Estaban totalmente desorientados, no sabían si estaban en España, en Estados Unidos o en Pakistán». También le llamó la atención «que había muchísimos niños, muchos de los cuales llegaban sin zapatos ni calcetines y el suelo en Dubai quemaba, incluso con nuestras botas, así que les cogíamos en brazos».
Un cúmulo de duras sensaciones que, sin embargo, algo les compensaba cuando él y sus compañeros pensaban, ya más relajados, que «hemos salvado más de 2.000 vidas». Vidas de familias enteras que abandonaron su país «solo con una maleta o incluso sin ella», cuenta con cierta tristeza.
Y aunque él no pisó Kabul, sí que describe lo que sus compañeros vivieron en el aeropuerto mientras buscaban a los colaboradores de España: «Era una locura. Iban a los controles donde estaban los talibanes y los iban sacando uno a uno de entre la muchedumbre».
Su única frustración: «No haber podido sacar a todos los que habían colaborado con nosotros. Queríamos sacar al máximo número de gente posible, aunque no hubiesen colaborado con nosotros».
Hoy, mientras él desfila por el Paseo de la Castellana, sus compañeros del Ejército del Aire llevan a cabo la segunda fase de la operación de evacuación para salvar más vidas.
Capitán Alberto Pastor - Volcán de La Palma
«Es un un placer y un compromiso dar el 200% por los nuestros»
Si bien es cierto que los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) son los primeros que se despliegan ante una catástrofe y los que suelen estar más cerca de los ciudadanos, un volcán era algo nuevo para ellos. Es un enemigo contra el que no pueden luchar y su misión se ha centrado en atajar las consecuencias de la erupción. Y entre los casi 200 «boinas mostaza» que llegaron a La Palma estaba el capitán Alberto Pastor, un psicólogo acostumbrado a tratar a sus compañeros tras intervenciones traumáticas, pero nunca para ayudar y consolar a los ciudadanos. Su misión: acompañar y calmar a los palmeros que tenían que recoger sus enseres en apenas 15 minutos ante la inminente llegada de la lava. «A nivel personal es algo muy potente, porque se ve el lado más vulnerable de las personas», explica a este periódico.
Pastor ideó un procedimiento para tratar de aprovechar al máximo esos 900 segundos. «Antes de entrar hablaba con la familia para ver si estaban en condiciones y hacíamos una lista de prioridades de cosas para recoger, lo que nos servía para que, si se bloqueaban, volver a la lista y así mantenerles activos». Además, «trataba de darles un rol activo. Yo les decía: “Necesitamos que usted sea nuestro jefe y que nos dé las órdenes a nosotros para ayudarles a recoger”, porque así alejaban un poco las emociones y seguían metidos en la tarea».
Pero «el método no era perfecto», reconoce, y él y sus compañeros vivieron momentos difíciles. «Me acuerdo de una chica que me pidió que hablara con su padre, que estaba en su huerto y no se quería ir, que tenía todo invertido allí. Fui con él, hablamos, le di un abrazo y le dije que estábamos con él. Cuando él se había recuperado llegó su mujer y se derrumbó. Eso es potente».
El capitán llevó a cabo una veintena de desalojos y recuerda a unos vecinos agradecidos pese a haberlo perdido todo: «Recuerdo la humildad del pueblo dándonos las gracias, pero les decíamos que no, que ellos eran los valientes». «Cuando llegaba a la cama, pensaba: “Buff, esto rasca un poco”».
Rascaba, sí, e impactaba, pero al igual que el resto de militares, no duda en repetir una máxima: «Las Fuerzas Armadas estamos siempre que los ciudadanos nos necesiten. Es un placer y un compromiso dar el 200% para ayudar a los nuestros». De hecho, el lema de la UME es «Para servir»...
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