Política
Chesterton y la tolerancia
Siempre he sentido una particular atracción hacia la figura de Chesterton, uno de los más excepcionales y prolíficos literatos del siglo XX. Cultivó con ingenio, sagacidad e ironía, la práctica totalidad de los géneros literarios: ensayo, narración, poesía, novela, y periodismo. Sus brillantes reflexiones forman parte ya de la antología de la Literatura, y es tal la universalidad y atemporalidad de sus pensamientos, que parecería contemporáneo nuestro glosando lo que sucede. Reconozco que recordar al genial inglés me reconforta en estos tiempos que corren, en los que la increencia se muestra como una cualidad –elevada, incluso, a la dignidad de virtud– por representar todo alejamiento del dogmatismo. Pero, como diría Chesterton: «si Dios no existiera, no habría ateos». Hoy sería tachado de antidemocrático por los inquisidores de lo «políticamente correcto» por afirmar que «la tolerancia es la virtud del hombre sin convicciones». Dudo que le afectara, por cuanto respetaba al discrepante, pero practicaba una sana intolerancia hacia las ideas que no merecían ser admitidas ni consideradas. En cambio, hoy los «jueces de la tolerancia» no se conforman con descalificar las ideas del discrepante, sino que extienden el calificativo a la persona, tachándola de «ultra», «extremista» o «xenófoba», adueñándose del lenguaje y del Código Penal. Anunciado estaba: En el momento actual de apostasía, la defensa de las convicciones se considerará una «anomalía» a eliminar. La nueva religión es la dictadura del relativismo, con sus propios dogmas e inquisidores. En eso estamos.
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