"This Closeness": Kit Zauhar desnuda la empatía zeta
La directora estadounidense presenta, en el Cinema Jove de Valencia, su segundo largometraje tras la aplaudida "Actual People" (2021)
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En uno de los momentos más estricta y dolorosamente reales de la película "This Closeness", la pareja protagonista se plantea desayunar tras una noche en la que acabaron bebiendo de más. Entre la resaca, y algo de culpa por una tercera implicada que saca lo peor de ambos miembros del binomio, la conversación se convierte en discusión, los tonos se elevan hasta el grito y las reacciones, controladas, se convierten de pronto en explosivas. El hombre liberal se convierte en macho agresivo, la mujer liberada se convierte en víctima manipuladora. Los estereotipos, y la propia concepción de la película, saltan por los aires. Como si de un estudio zoológico se tratara, la directora Kit Zauhar condensa -y protagoniza- los extremos polares de una relación heterosexual básica, con sus celos y sus inseguridades, pero también con las nuevas dinámicas de poder (todavía anquilosadas en el machismo y en el racismo) que beben directamente de la contextualidad.
Es tal el grado de inmersión en las dinámicas de la pareja, recién llegada a una especie de Airbnb con un incómodo compañero de estancia, que por momentos parece que Zauhar esté haciendo hasta parodia, pero es su sensibilidad para narrar en lo íntimo (un personaje interrumpe a otro en la ducha, la cámara se detiene en las experiencias cotidianas compartidas y la creación de lenguajes comunicativos excluyentes) lo que consigue que su nuevo filme, tal y como ya lo hizo la brillante "Actual People" (2021) acabe funcionando, triunfando en su estudio sobre lo solos que podemos llegar a estar incluso hundidos en lo más profundo de la normatividad.
La directora, sin duda uno de los nombres a seguir en la nueva ola de cine independiente estadounidense, visita estos días Valencia para ser parte del festival Cinema Jove. Y justo antes, por videoconferencia, atendió a LA RAZÓN: "Quería hacer una película sobre lo que significa habitar espacios ajenos, fríos, y eso acabo en una especie de estudio de cómo percibimos a los otros. Como habitamos a los demás, si es que eso tiene sentido", explica ciertamente cohibida la realizadora, antes de soltarse definitivamente cuando habla de su potente guion: "Hay cosas que estaban escritas y otras que no, pero siempre tuvimos claro sobre qué iba a ir la película. Me gusta explorar lo existencial dentro de lo cotidiano", completa, sobre una frase que bien se podría traducir a un cine que se narra en los silencios de desayunar con una taza en la mano, mirando a los insulsos azulejos de la cocina.
En esa dinámica de tiempos modernos, donde se inserta el Airbnb que visita la pareja, o el ASMR (videos de estimulación sensorial, normalmente a través del audio) como salida laboral al que se dedica la protagonista, también podemos encajar al tercer protagonista del filme. Ian Edlund, pálido y larguirucho, da vida al estereotipo del incel americano: chaval blanco, socialmente torpe y obsesionado con el sexo como transacción, se ve embelesado por la atención femenina que encarna el personaje de Zauhar, en una especie de perversión de estereotipos. "Soy una persona que no duerme demasiado bien, así que me acabé obsesionando un poco con el ASMR. Me interesa que sea una forma de intimidad poco agresiva, nada física, y ver cómo eso funcionaba en la película. También incluí al personaje de Ian (Edlund) porque, muchas veces, se narra a este tipo de joven blanco de mediana edad desde los estereotipos, en términos absolutos. O es patético o es secretamente adorable. La mayoría de personas que encajan en ese perfil no son ninguna de las dos cosas", apunta Zauhar.
La directora y protagonista, de ascendencia china, también entendía esta oportunidad para reivindicar su cine más allá de lo identitario. "Siempre es difícil levantar una película, más si no eres un tipo blanco con ideas reaccionarias", bromea Zauhar, antes de evaluar el actual panorama para el cine independiente en Estados Unidos: "Creo que deberíamos ser capaces de trascender lo coyuntural. Todas las generaciones lo han tenido complicado para hacer cine, y todas han encontrado alguna manera de entrar en el circuito. La pandemia no puede ser una excusa. Las crisis no pueden ser una excusa. El arte se tiene que seguir creando, y hay que seguir apoyándolo más allá de los cambios de tendencia, bien sean sociales o políticos", completa la realizadora, que aquí firma con delicadeza matemática una especie de cápsula del tiempo para que las generaciones futuras puedan entender todo lo que hicimos mal, en nuestra era, en las relaciones de pareja.