Mario Banushi, la joven promesa del teatro que no se arruga ante la muerte
La promesa del teatro griego llega a Madrid con una obra sobre el dolor y construida bajo el impacto de los funerales recientes de su padre y su madrastra
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Mario Banushi (1998) tiene entre manos una trilogía que, "como diría un psicoanalista, es un romance familiar". Comienza y termina con "las dos personas que me trajeron al mundo ['Ragada' y 'Taverna Miresia']", pero, entre medias, aparece la figura de su madrastra en 'Goodbye, Lindita'. Un nombre, Lindita, que en albanés significa "día de nacimiento" y que, ironías del destino, la obra comienza el mismo día de la muerte de la propia Lindita.
Se sumerge Banushi en la memoria como "principal herramienta" de su trabajo. "Si no fuera por ella, sería incapaz de crear. Todo lo que no esté relacionado con algo que tenga profundidad y un pasado me parece inútil; tanto para el propio creador como para las personas que comulgarán la obra", defiende el director y autor de la pieza que estará en el Festival de Otoño (Sala Verde, Canal) los días 22 y 23 de noviembre.
El cartel con el que Banushi se presenta en Madrid es el de "la gran promesa del teatro griego", pero ¿quién es este joven que, con apenas un montaje ('Ragada'), conquistó a la crítica de su país? Aunque su origen es albanés, se crio en Grecia desde los seis años y él mismo se define como "un artista joven". Su primer trabajo en el salón de una casa de Atenas impactó tanto que este 'Goodbye, Lindita' ya se estrenó en el Teatro Nacional, "así que comencé a hacer giras", resume. "Además del teatro, como director, también me ocupo de la fotografía y las artes visuales en general. Me interesa todo lo que creo partiendo de algo personal, familiar o de un evento que realmente he vivido, para luego transformar lo personal en universal", se presenta.
Define sus piezas como "elementos hechos a mano". Le gusta que las obras "tengan sentimientos y olores. Sentir intensamente lo familiar, poder verse en los actores y en el escenario. Los colores y el poder de la imagen son un elemento igualmente importante que me preocupa mucho". Además, la evocación albanesa, la estética hiperrealista asaltada por lo extraño, el dolor, lo cotidiano y la exhibición de los rituales de la tradición popular son otras de sus señas.
De esta forma, 'Goodbye, Lindita' supone de alguna manera "mantener espiritualmente cerca de mí a mi madrastra y a mi padre", afirma el director. Asegura que no fue una decisión fácil hacer una pieza tan personal, pero que "nunca" se arrepentirá "del pensamiento que tenía en casa antes de hacer el espectáculo: o lloraré solo y lo viviré llorando o lloraré con otras personas. Así que no escondí mi dolor debajo de la alfombra, lo experimenté e hice algo". Aun así, duda Banushi que alguna vez llegue a aceptar la idea de la muerte: "Soy una persona que hace todo con toda mi energía y toda mi vitalidad".
La pieza no regatea al duelo, "está constantemente en nuestra vida, en todos los sentidos". Mario Banushi cree haber aprendido a llorar porque "todo tiene un final y este es el sentimiento más sensato. Y yo mismo quiero estar arraigado y presente en lo que está sucediendo ahora mismo en nuestra sociedad y en lo que tenemos que decir como artistas-ciudadanos".
Bajo el impacto de las muertes y los funerales recientes de su padre y su madrastra, Banushi se sumergió en una obra "sobre el dolor". Mira de frente a los ritos de la vida y la muerte, que aquí se convocan en torno al cuerpo desnudo de una mujer muerta, rodeada de un grupo de personas que la bañan y la visten: esa es la primera imagen de un 'Goodbye, Lindita' que despliega una serie de secuencias asociadas al duelo y al nacimiento, concebidas "como si fuera un cuento de hadas moderno, una parábola sobre la vida después de la muerte de un ser querido", narra el programa.
"Obra sin diálogos, una serie de extraños sucesos sacan a la superficie un mundo oculto formado por sueños y pesadillas, en el que los muertos y los vivos pueden encontrarse brevemente antes de la despedida final –continúa el folleto–, donde conviven una Virgen Negra como testigo de este proceso, una mujer negra, y se alternan imágenes de triviales tareas domésticas con otras poéticas y rituales pertenecientes a las tradiciones balcánicas".
Retrocede el montaje hasta aquellos Balcanes en los que su autor nació. Le "encanta" recordar y "sentir nostalgia". Dice que, cuando tiene tiempo libre en casa mira álbumes de fotos familiares o vídeos antiguos: "Amo el pasado porque me hace vivir el presente y esperar lo que me deparará el futuro. Es difícil cuando tienes que revivir algo desde el principio para recordar detalles de un evento".
Así presenta un lugar, los Balcanes, inseparable de su obra "desde los elementos de tradición y ritual hasta los colores y referencias para componer nuestro escenario; el sonido, el olor... Sin embargo, esto no significa que alguien ajeno a los Balcanes no pueda estar involucrado en esta historia en particular", puntualiza.
A través de este viaje interior, de resonancias metafísicas, Banushi intenta responder a una pregunta tan antigua como la humanidad: ¿Cómo podemos reconciliarnos con la muerte? ¿Qué tiene que pasar para que se produzca la despedida definitiva? ¿Cómo puede seguir la vida? ¿Qué significa (esta) muerte?