Eduard Fernández: "Las modas me la sudan bastante"
Dirigido por Andrés Lima y con texto de Santiago Loza, el intérprete catalán rinde tributo a su madre transformándose en ella, Ana María, enferma de Alzheimer y fallecida en pleno caos pandémico
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Hace tiempo que Eduard Fernández ya no es ese tipo de 30 monedas, un espejismo de sacerdote cachas y con 15 kilos menos. Pero tampoco es un Eduard Fernández normal ni guerrero, sino una viejecita frágil de voz aguda, Ana María, su madre; de la que no se pudo despedir en esos caóticos días de pandemia. Entre la covid y la pesada carga de un proceso de Alzheimer que ya duraba cuatro años, se la llevaron. Y es ahora cuando el actor quiere rendirle culto.
−Pero no solo a ella, también a la madre de Andrés [Lima, director de la pieza]. Es una despedida de los que se han ido, a las madres de una generación que ha dedicado su vida a limpiar culos, a fregar, a poner platos, a cocinar... Nadie se lo ha agradecido lo suficiente e hicieron un trabajo encomiable. Se renunció a mucho para que otros se encontraran fuera de casa.
−¿Es su forma de cerrar el luto, de hacer terapia?
−Se puede decir de varias maneras. Terapia no es porque eso lo hago en la propia terapia. Es una manera de celebrar una muerte desde mi oficio. Decir adiós desde lo que sé hacer y pasearlo por todos los pueblos de España: por Granada, que a mi madre le gustaba mucho la Alhambra; o Bilbao, con la tía Clari. Es bonito y terrible a ratos porque ella está depauperada en muchos momentos. Es un viaje hacia la nada, la luz, la muerte. Ella quería morir y lo merecía.
[[DEST:L|||"Privatizar la sanidad es celebrar cada accidente"|||Eduard Fernández]]
−¿Le duele?
−Es una alegría. Pasas por momentos duros mientras actúas, cuando narras el dolor, pero, al final, es el amor desmesurado por un hijo.
Llega el actor a la Sala Verde del Canal (la misma que pisó hace cinco años en su última aventura teatral) con Todas las canciones de amor y escoltado por Andrés Lima y Santiago Loza, autor de un texto original que han terminado adaptando a seis manos para cuadrarlo en la propia vida de Fernández, aunque con alguna licencia que dista de la realidad, como que el protagonista de la pieza es hijo único y homosexual. Lo que no quiere oír el intérprete son etiquetas sobre el género (por cierto, su primer monólogo). Nada de «autoficciones»: «Hablando en plata, las modas me la sudan bastante. Yo hago esto. Cuando la moda pase por uno, no cambies», sentencia quien no sabe situar del todo su trabajo. «Es algo raro», dice.
−¿Por qué raro?
−No sé. Es personal, particular, se pierde la perspectiva. Uno se ve con peluca, camisón, vestido de mujer... Yo qué sé qué es. Uno va pasando por fases y cuando entra el público en la sala todo evoluciona. Siento tanto vértigo como ganas.
−¿Quién fue Ana María?
−Una madre que tuvo cuatro hijos y que renunció a muchos para cuidarnos. A los 40 años abrió una tienda con tres amigas y vendían productos dietéticos; y, luego, se metió en la universidad a estudiar. Fue muy inquieta.
−¿Qué le diría de todo esto que ha montado?
−(Imita la voz de su madre) «¡Ay! Ponte un poco más derecho, sácame más guapa...». Y «qué bonito un espectáculo para mí, pero no lo merezco. Mi vida es normal».
[[DEST:L|||"Me jodería morirme ahora porque es muy pronto"|||Eduard Fernández]]
−¿Qué aprendió de ella?
−El sentido de la justicia social y un cierto sentido místico-religioso que está en la obra. Lo más importante es ser buena gente. Le damos mucha importancia a tonterías. Y también tenía un sentido común apabullante. Por su parte, de mi padre saqué el humor y el sentido de la belleza.
−¿Y qué le gustaría que aprendiera su hija Greta de usted?
−Lo que quiera, yo voy a estar a su lado para acompañarla en este oficio que, como dijo Serrat, nadie nos ha enseñado, el de ser padre. La vida es como el teatro, cada día es un día nuevo y no sabes qué va a pasar. El teatro está vivo y es muy distinto al cine. Tengo un respeto medio religioso a las tablas; me parecen algo muy cercano a lo trascendental.
−¿Cuándo fue consciente de que perdía a su madre?
−Cuando empezó con el Alzheimer. Fue un final triste y vejatorio hacia ella misma. Era consciente, a ratos, de su deterioro y lo pasaba mal.
−¿Hablaron de la muerte?
−Sí, se quería morir, y tenía toda la razón, pero no había manera. Decía: «Me meto en la cama y a ver si no me despierto», pero, a la mañana siguiente, ahí seguía. Un día comiendo lentejas le comenté que podía dejar de comer... Miró el plato y dijo: «Creo que eso no va a poder ser». Quería que se la llevara el Señor. Cuando alguien se quitaba la vida lo llamaba «valiente». Y cuando llegó el fin estuvo bien. Uno siente el dolor y la alegría del descanso al mismo tiempo.
−¿Y usted piensa en su muerte?
−No mucho. Pero sí me he imaginado mi entierro de una forma juguetona, y si irían unos u otros. Me jodería morirme ahora porque es muy pronto para mi hija.
[[DEST:L|||"Estuvo bien la muerte de mi madre, ella quería"|||Eduard Fernández]]
−Dentro del «misticismo», ¿cree en el más allá?
−No. Aunque conocí a una gran persona en Brasil, Pere Casaldàliga. Es muy emocionante estar con él. Me ponía a llorar solo por su presencia y le pasa a mucha gente. Es como cuando te cruzas de acera porque viene alguien que te da mala espina, pero al revés. Un tipo que se dedicó a hacer el bien. No te preguntaba por Dios, sino si creías en el «misterio». Y creo que hay cosas más allá de las palabras.
−¿Cómo se pierde el miedo a desaparecer?
−Puedes teorizar, pero hasta que no te lo encuentras...
−Murió en una residencia en la pandemia, pero ni guarda rencor ni reparte culpas.
−Hubo cosas que estuvieron regulares o mal, pero ella se quería morir y estuvo bien que lo hiciera. Todo el mundo fue de culo con la pandemia y mucha gente hizo todo el bien que podía aunque estuviera mal. Lo jodido son los políticos que aprovecharon la ocasión para ganar dinero. Eso me toca los huevos, igual que el que se carguen la sanidad pública. ¡Es una barbaridad! Cuesta mucho construirla y muy poco destruirla. Privatizar la sanidad es celebrar cada accidente.
−Su madre perdió la memoria, ¿es esa una pesadilla recurrente cuando se hace teatro?
−Sí. ¡El blancazo! Mi personaje se queda muchas veces en blanco. Tiene mucho de teatral. En este caso, ella necesita hablar con el público para entender lo que le pasa. Pasan cosas raras a su alrededor y no sabe si es ella o es el mundo, que está al revés. Dice: «No sé si la realidad ha sido tomada por el asombro».
−¿Y cuáles son esas «canciones de amor» de la obra?
−Eso no te lo digo. Hay que ir a verlo... (risas).
- Dónde: Teatros del Canal, Madrid. Cuándo: del 27 de enero al 12 de febrero. Cuánto: desde 9 euros.