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'Bernice': Regreso al drama puro y sin adornos ★★★★☆

Es la primera obra de Susan Glaspell que se monta en España
Eva Rufo y Jesús Noguero, en un momento de 'Bernice'
Eva Rufo y Jesús Noguero, en un momento de 'Bernice'Javier Naval
La Razón

Madrid Creada:

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Autoría: Susan Glaspell (versión de Ignacio García May). Dirección: Paula Paz. Interpretación: Eva Rufo, Jesús Noguero, Rebeca Hernando, Esperanza Elipe y Javier Lago. Teatro Español (Sala Margarita Xirgu), Madrid. Hasta el 8 de diciembre.
'Bernice' es la primera obra de Susan Glaspell que se monta en España. Fue llevada por primera vez a las tablas en 1919 por la revolucionaria compañía Provincetown Players, que la propia autoral fundó junto a su esposo, el también escritor George Cram Cook. Interesada en introducir nuevos temas y formas en la escena estadounidense procedentes de Europa, esta modesta compañía despertó pronto el interés en los círculos culturales de Nueva York y hoy está considerada como uno de los primeros pilares de lo que sería luego el Off de Broadway. La crítica del momento se deshizo en elogios con 'Bernice'; incluso algún informador poco entusiasta con la situación teatral de su país dijo que era "una de las pocas obras importantes que hacemos los estadounidenses". Fue el primer espectáculo de larga duración de una autora que, antes de obtener el Pulitzer en 1931, y al margen de la carreara paralela que ya desarrollaba como cuentista y novelista, había escrito hasta entonces textos teatrales breves de un solo acto.
El argumento de la obra es el siguiente: Bernice acaba de fallecer con solo 35 años. Al domicilio familiar, donde su atribulado padre (Javier Lago) la vela con la única compañía de la criada (Esperanza Elipe), acuden la amiga más íntima de Bernice, Margaret Pierce (Eva Rufo), y el marido de la difunta, el escritor Craig Norris (Jesús Noguero), que acudirá con su rígida hermana Laura (Rebeca Hernando).
La verdadera causa de la muerte de Bernice no solo no se explicita, sino que deviene en misterio según avanza la función y solo al final de la misma se resuelve. Susan Glaspell introduce y maneja con inteligencia ese ingrediente de misterio para tener al espectador bien atento a un conflicto que, en verdad, no se incardina tanto en la concatenación de hechos como en el inevitable choque de personalidades y cosmovisiones de los protagonistas en relación a asuntos eternos como la libertad individual –y especialmente la libertad de la mujer–, la solidaridad, la responsabilidad o la comprensión. Las virtudes, y también la esencia, de este imponente drama, que tiene en apariencia una factura muy clásica, radican en el formidable estudio psicológico de los personajes que hace su autora, sobre todo de Margaret y de Craig, que son los que más recorrido y peso en la trama tienen. Como era de esperar en dos intérpretes de su calibre, Rufo y Noguero, dentro de un elenco muy consistente, hacen un trabajo sencillamente soberbio en esos papeles protagonistas, mostrando la riqueza y complejidad de dos seres que buscan, con mayor o menor acierto, y de manera muy diferente, la justificación ética de sus actos y aun el sentido de su propia vida. Hay mucho de Ibsen en todo el psicologismo que destila la función, pero a la vez hay ya bastante del nervio y la tensión casi violenta que luego imprimirían al teatro estadounidense los seguidores de Glaspell (Eugene O’Neill, Tennessee Williams...). Pero, además, hay una sublimación del lenguaje en algunas escenas que tiene mucho que ver con el teatro modernista y que la aparta una y otra vez del realismo, sin que se note, curiosamente, ninguna fisura en el conjunto. El responsable de esa cohesión es, en buena medida, Ignacio García May, que firma una versión en español donde los diálogos se subordinan en todo momento a la acción sin que se desbarate su belleza literaria.
Con esos mimbres, la directora Paula Paz ha sabido ir muy bien a ese meollo dramático de naturaleza casi existencialista que tiene el texto para plasmarlo en escena de la forma más clara y más reveladora, que es por medio de sus intérpretes, prescindiendo de adornos superfluos y de pueriles moralejas extemporáneas. Es cierto que intenta hacer un recorrido hacia el presente contextualizando cada acto en una época de la historia, la cual se adivina por el cambio de vestuario y por las pistas que da un locutor de radio acerca de los acontecimientos políticos del momento. La tentativa aporta más bien poco, porque los grandes conflictos encuentran por si solos su universalidad de manera inevitable, sin necesidad de empujarlos hacia ninguna parte. Pero tampoco distrae lo más mínimo del verdadero y profundo discurso dramático.
Por último, cabe destacar el elegante diseño del espacio sonoro que hace Yaiza Varona y el trabajo de Mónica Boromello para aprovechar al máximo el pequeño espacio de la Sala Margarita Xirgu con una escenografía de un cierto naturalismo al que no nos tiene muy acostumbrados.

Lo mejor: Al que le guste el gran drama clásico disfrutará de lo lindo con este espectáculo basado en un buen texto y unos buenos actores. No se puede pedir más.

Lo peor: El halo exageradamente beatífico, de corte ibseniano, que desprende el personaje de la difunta Bernice.