"El sueño de la sultana": la utopía feminista de Isabel Herguera
La directora plantea un viaje onírico y animado hasta la India, para indagar en las epopeyas feministas de la escritora Begum Rokeya Hossain
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Una mujer occidental viaja a la India para encontrarse a sí misma. Allí, de vuelta y media por el destrozo de lo tópico y las dotes de un amante intermitente, se encuentra con un libro que imagina un mundo imposible, uno en el que las mujeres son las guardianas del conocimiento. En un abrir y cerrar de ojos, y en unos gloriosos cuadros de animación tradicional, lo típico se transforma en utópico y los sueños en razón. Así, armada como una transfiguración onírica, "El sueño de la Sultana" se presenta ante el espectador como una película de roles desiderativos, de anhelos explícitos y aspiraciones frustradas. Y así, como uno de los mejores trabajos del año en cuanto animación española se refiere, la directora Isabel Herguera debuta no solo en largometraje, si no también en la Sección Oficial de un Festival de San Sebastián que jamás había acogido a una película europea de animación entre las aspirantes a la Concha de Oro.
El libro en cuestión, aquí motor de una película constituida como matriosca de encuentros generacionales imposibles entre mujeres, es el que da título al filme y es obra de Begum Rokeya Hossein. Criada en uno de los ambientes islámicos más opresores de la India de hace tres siglos, esta autora inspira a Herguera para contar una historia de descubrimientos y nuevas verdades, también realidades. La puerta que abría la escritora, osada imaginando un mundo al revés en el que el patriarcado es ciencia ficción, es aprovechada por la directora para cuestionarse su existencia, sus prioridades y hasta su sexualidad, sin por ello caer en la exotización clásica del relato contado desde lo occidental. "El sueño de la sultana", más que una película de animación al uso, bien podría entenderse como un bosquejo expresionista de la feminidad universal, de la combativa y la peleona, pero también de la sensible y la cerebral. No en vano, la historiadora Mary Beard pone voz a uno de los personajes. Sobre el descubrimiento de Rokeya Hosseim, la entidad de un proyecto que llegará a los cines el 17 de noviembre y la buena salud de la animación patria, Herguera responde a LA RAZÓN, quién sabe, si anticipando también una nominación al Goya.
-¿De dónde viene la idea de la película?
-Nació en 2012, aproximadamente. Yo estaba en Nueva Delhi, estaba acabando un corto y entré de casualidad en una especie de galería de arte dedicada a la tribu de los Gond. Siempre me ha interesado mucho, porque me interesa sobremanera el arte popular. Allí vi un libro con una portada roja, con una mujer pilotando una nave espacial. Todo al estilo Gond, claro. Y ahí vi que decía "Sultana's Dream: una utopía feminista". Ese fue mi primer contacto con Begum Rokeya Hossain. Le di una vuelta al libro y descubrí ese país de las mujeres, donde los hombres viven en reclusión detrás del velo y son ellas las que tienen el conocimiento y están al mando del país. Me llamó mucho la atención, más aún sabiendo que la autora había crecido en un entorno muy conservador sin acceso a la educación formal. Me parecía impresionante, porque me llevó a pensar en mi abuela, que tenía más o menos la edad. Ahí fue cuando supe se podía hacer algo con la historia y que tenía valor volver a ella hoy en día.
-¿Y cómo se abarca algo tan desconocido en Occidente?
-Comencé haciendo talleres con mujeres locales para ver la relevancia de la historia hoy en día. Poco a poco, fuimos acumulando material, viendo hacia donde podíamos tirar... Ahí decidimos escribir un guion y desarrollar una animática. En enero de 2020 dimos de alta la producción y, por fin, comenzamos a animar.
-¿Cómo decides qué historia contar? Podrías hacer hasta tres películas completamente distintas...
-Fue un proceso muy lento, y muy complicado respecto a las decisiones que había que tomar. No ha sido fácil. Nos interesaba, por un lado, la historia de Rokeya Hossein, y nos interesaba también lo increíblemente fantasioso de "El país de las mujeres". Todo ello decidimos aunarlo con la historia de esta donostiarra que busca a la autora y su inspiración. Para distinguir esos tres espacios, esas tres historias, decidimos usar tres técnicas diferentes. Eso me gusta personalmente mucho, porque así una no se puede aburrir nunca. En un proyecto de animación, que suelen ser tan largos, siempre tienes que tener algún tipo de estímulo. El cambio de técnica te obliga a pensar de otra manera las cosas, a estimularte. Esos estilos nos ayudaban a experimentar. Y bueno, a nivel de producción también pensé que podía ser más fácil, con un equipo trabajando en cada tramo, aunque luego no fue un equilibrio tan exacto.
-Tras tantos años dedicada a la animación, sobre todo en cortometrajes, ¿es esta su película más ambiciosa?
-Totalmente. La más ambiciosa y también una en la que no tenía idea a lo que me enfrentaba. Pensaba que con mi bagaje de los cortos valía, y nada que ver. Ni a nivel de financiación, ni a nivel de aguante, ni a nada.
-Mucho del trabajo de animación, del "look" de la película, es del dibujante e ilustrador indio Upamanyu Bhattacharyya. ¿Cómo se subió al barco de la película?
-Conozco a Upamanyu desde hace muchísimos años. Yo he sido profesora en Ahmedabad, en el National Institut of Design, donde él era alumno. Él ya ha participado incluso en otros cortos, porque siempre nos hemos entendido bien y existe muy buena relación. Hoy Upamanyu es un grandísimo artista que está desarrollando su primer largometraje, con muchísimo talento. La relación funcionó muy bien y él ya se desplazó en 2016 cuando hicimos una primera animática de lo que iba a ser la película. Luego regresó en 2020 a Europa, a Italia, donde nos quedamos encerrados por la pandemia casi seis meses y nos pudimos dedicar a la película. Cuando se marchó a la India, ya teníamos la película en pie, sabíamos qué historia teníamos que contar.
-Sobre esa historia que contar, quería preguntarle por los riesgos de la etnografía. De ese viaje de reencuentro que muchas veces se vuelve tópico, o se recarga de vacíos que exotizan. ¿Cómo se encuentra el equilibrio para que el retrato cultural sea fiel y no condescendiente?
-Yo he pasado mucho tiempo en la India y, de alguna manera, muchas de estas imágenes se habían ido generando en mis recuerdos y en mis bocetos. Intenté no recrearme tanto en lo exótico y tomármela como una experiencia más personal. Los lugares que la película recrea no son exactos, son bosquejos, reimaginaciones de lugares concretos que conozco muy bien. Lo más importante siempre es la honestidad, bien sea Donosti, India o Italia.
-Uno de los pasajes más bellos de la película, de unos 7 minutos, se cuenta a través de la técnica mehndi, es decir, gracias a la tinta de henna. ¿Cómo llegó a ese tipo de arte?
-Fue durante los talleres con mujeres de los que hablábamos antes. Ellas dibujan con una especie de mangas pasteleras por donde sale la tinta temporal, claro. Normalmente, esa pasta de henna va sobre la piel, pero aquí iba a ir sobre papel. Ellas, al principio, se sorprendieron mucho de que quisiéramos hacerlo así. Entonces empezamos a trabajar el movimiento, replicando los mismos cuatro dibujos, para entender cómo funcionaba la técnica sobre el papel. A partir de ahí, seguimos con los talleres, diseñando escenografías relacionadas con el relato original. Todas eran conscientes de la novedad y se comportaron de manera muy solidaria con el proyecto.
-A la hora de abordar la figura de Rokeya Hossein, ¿has hablado con algún tipo de asociación o fundación? ¿Tiene herederos que protejan su legado?
-No, no. Yo descubrí a Rokeya Hossein en Nueva Delhi y ahí fue cuando me dediqué a rastrearla hasta Calcuta, donde está su tumba. Me recorrí todos los lugares que ella fundó. Pero, por ejemplo, Bangladesh sí la reconoce como una de sus figuras culturales más importantes y le dedica un día. Todo ha sido por mi cuenta, enlazando con gente de la India y con estudiantes especializados. Ni siquiera tenía gran parte de su obra traducida al inglés, así que hubo que hacer mucho trabajo de investigación. Pero, por suerte, eso está cambiando y ya le hablan de ella a los niños en su educación básica.
-Vivimos tiempos de celebración para la animación española. En San Sebastián estarán "El sueño de la sultana" y "Dispararon al pianista", en breves llega "Robot Dreams" y, hace nada, un videojuego animado a mano se convirtió en conversación global sobre el medio nacional. ¿Tan bien estamos?
-Debemos de estarlo, la verdad, porque sé de al menos otros tres peliculones más que están en producción. Y eso que no seré consciente de la gran mayoría en las que se está trabajando ahora mismo. Todos son proyectos muy independientes y, además, fuera de la norma. Me parece que es un momento especialmente importante para la animación dentro del Estado porque no se le ha prestado atención jamás. De pronto, han surgido muchos talentos, muchas personalidades a las que antes no se les prestaba apenas atención.
-Este año, San Sebastián abrió con Miyazaki, Trueba presenta película, tu película compite... ¿Esta tendencia viene para quedarse, la de los festivales más importantes dando cabida por fin, de manera continuada, a la animación?
-Por fin, parece que sí. Parece que nos hemos dado cuenta como industria del valor real, del talento que hay en el medio. Ojalá que sigamos presentes en la Sección Oficial, pero no sé si es una tendencia o una casualidad. ¿Puede tener que ver con la pandemia, por cómo pudo seguir en remoto? Es muy difícil contestar, pero espero que sí.
-¿Para qué sirve, o para qué le sirve, un festival de cine en 2023?
-Para recuperar la pasión por ir al cine. No por verlo en tu casa, si no por compartirlo, respirando imágenes con otros. Es un caleidoscopio de maravillas que alimentan el espíritu durante diez días y que puede durar años. Tienen un valor incalculable.