Saint-Nazaire: la base de submarinos nazis que construyeron republicanos españoles
Docenas de exiliados fueron forzados a trabajar en estos muelles edificados para los U-Boot, la pesadilla de los aliados en el Atlántico
Saint-Nazaire (Francia) Creada:
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La base de submarinos nazis es una cicatriz en el paisaje y la memoria de Saint-Nazaire. Su estructura hecha de hormigón armado, de 378 metros de largo y 18 metros de altura, y un techo de cuatro metros de espesor reforzado por vigas, todavía sobresale en el puerto. Los astilleros que la rodean están dedicados desde hace años a la construcción de los grandes cruceros internacionales, pero ni siquiera la sombra de uno estos megalodones, de varios pisos superpuestos y con una altura más propia de un rascacielos que de una arquitectura marítima, es capaz de ensombrecer esta presencia de árido aspecto militar.
Hoy en día, en su interior, donde todavía pueden apreciarse los números de los muelles y las rotulaciones negras que dejaron los alemanes, se ha ubicado una discreta sala de exposiciones y un reducido auditorio. En uno de sus lados se ha abierto un museo naval que evoca a las viejas factorías de principios del siglo XX que, en este mismo lugar, diseñaban transatlánticos de factura similar al Titanic. Pero, durante décadas, este edificio, de superficie áspera y más bien sombría, ha sido un lugar incómodo para la ciudad y sus habitantes. Y, en parte, todavía continúa siéndolo. El 22 de junio de 1940, cuando Francia capituló ante el Tercer Reich, Hitler no dudó en aprovechar la fachada atlántica de este país para lanzar sus U-Boot, sus conocidas «manadas de lobos», contra los barcos aliados que abastecían a Inglaterra. Aprovechó las oportunidades que brindaba la costa gala para asentar cinco bases para su temida flota de sumergibles: Brest, Lorient, La Rochelle, Burdeos y, por supuesto, Saint-Nazaire, la única que disponía de un dique seco con capacidad para albergar grandes acorazados, como el Tirpitz y el Bismarck, el buque insignia de la Kriegsmarine, que resultó hundido en mayo de 1941 cuando se dirigía hacia este lugar para acometer una serie de reparaciones.
Para erigir estas instalaciones se recurrió a la Organización Todt, dependiente de las fuerzas armadas y el ministerio de Armamento nazi, que tenía como misión levantar las infraestructuras civiles y militares del ejército nazi. Traspasada por las firmes creencias del nacionalsocialismo, esta empresa recurría a mano de obra esclava para sus proyectos. Saint-Nazaire fue la primera de estas bases de submarinos en entrar en funcionamiento: el 30 de junio de 1941 (varios días antes, el comandante Karl Dönitz en persona había pasado revista a las tripulaciones, como prueban varias fotografías).
En 1942, Londres solo tenía víveres para un año por culpa de «las manadas de lobos»
Su edificación, que se ejecutó en pocos meses para las dimensiones de su tamaño y envergadura, continúa siendo uno de los puntos más controvertidos de su historia. En una de las salas, suspendida en uno de los muros, una placa conmemorativa recuerda el motivo. Su inscripción recuerda a los cientos de republicanos españoles hechos prisioneros que se vieron obligados a trabajar en esta construcción. Aparte de los franceses, voluntarios o no, docenas de exiliados de nuestro país fueron empleados en malas condiciones y en régimen de trabajadores forzados, en el acondicionamiento de las bases de Burdeos y de Saint-Nazaire. Esta última esconde, además, una sutil ironía del destino. Está ubicada a setecientos metros de una playa tranquila, de arenas salpicadas de conchas donde docenas de chavales juegan al fútbol. Pero este lugar aún conserva un enorme significado para Francia como recuerda un monumento. Una estatua dedicada a los «sammys», como los franceses llamaban a los soldados norteamericanos de la Primera Guerra Mundial, que pisaron por primera vez suelo europeo en este lugar el 26 de junio de 1917. Con ellos vendría también una música nueva que jamás se había escuchado antes en el viejo continente: el jazz.
Nadie podía prever en esa fecha que, apenas veinticinco años después, por las calles de este pueblo habría patrullas de la wehrmacht y que este emblemático puerto participaría en uno de los mayores enfrentamientos de la contienda que se abrió en 1939: la batalla del Atlántico. Una campaña naval que mantendría en jaque el poder aeronaval de ingleses, americanos y canadienses hasta el denominado «mayo negro», en 1943, cuando la marina alemana fue doblegada.
El objetivo de esta ofensiva era cortar cualquier tipo de suministros a Gran Bretaña y conseguir que Londres claudicara. Una idea que durante un tiempo dejó la impresión de que podía triunfar. Durante el primer semestre de 1942, Alemania solo perdía un submarino por cada 40 buques mercantes que hundía. Una estadista que hizo tambalear la estrategia de Winston Churchill, que había dado prioridad a los bombardeos estratégicos sobre el Reich en lugar de desviar recursos para proteger a los convoyes que cruzaban el océano. De hecho, ese mismo año, como recuerda el historiador Christopher M. Bell en «La batalla del Atlántico» (Desperta Ferro), «los británicos calcularon que sin una ayuda sustancial norteamericana sus existencias de alimentos y materias primas se agotarían en menos de un año».
La razón de este éxito fueron los U-boot: los submarinos alemanes, inmortalizados por el cine, que partían desde Francia y tenían en Saint-Nazaire uno de sus principales refugios. La importancia de esta base quedó clara desde el principio por los ininterrumpidos y sucesivos intentos de destruirla. La Royal Air Force no cesó de bombardearla durante todo el conflicto. Pero los ingenieros alemanes habían ideado un tipo de protección que impedía que las bombas derrumbaran sus muros y techos. De hecho, a lo largo de toda la guerra, no se dañó a un solo sumergible que estuviera en su interior.
El 88 por ciento de los U-Boot fueron hundidos y con ellos murieron alrededor de 33.000 hombres
Los ingleses organizaron contra este enclave una de las operaciones más célebres de la Segunda Guerra Mundial. Para inutilizar una de sus esclusas, la que permitía el acceso de grandes embarcaciones, desarrollaron un plan en marzo de 1942. Un ataque combinado aéreo, naval y terrestre. La RAF atacaría desde el aire y una flotilla, con el HMS Campbeltown a la cabeza, se empotraría contra la compuerta. Varios comandos distraerían la atención de los alemanes. Lo que no sospechaban las fuerzas del Reich es que este destructor estaba cargado de explosivos. Horas después de haber concluido el ataque y de que la wehrmacht hubiera reducido a los aliados, esta nave explotaría causando docenas de muertos y heridos entre los defensores de la base. Los daños que causó resultaron tan graves que la entrada quedaría inutilizada hasta después de 1945.
Pero Saint-Nazaire continuaría operativa. Poseía otro acceso al mar, más discreto y, por él, seguirían saliendo y entrando los U-Boot. En la base aún se conservan grafitis, marcas, inscripciones y dibujos que estos hombres dejaron en los muros. Algunos de ellos hacen referencia al hedor de los submarinos (una mezcla de lubricante, sudor, moho, gases y aire encerrado). Durante años, estas tripulaciones gozaron de una leyenda que los reflejaba como unos «caballeros de las profundidades». Unos soldados valientes y abnegados, que apenas superaban los veinte años y que se encontraban al margen del ideario nazi. La realidad era muy distinta. La mayoría superaba las dos décadas de vida, estaban bien entrenados y comulgaban con las ideas del fascismo, el Tercer Reich y la «guerra total». Su patriotismo y lealtad con el régimen de Hitler era total.
Pero eso no les eximió de su terrible final. Cuando la guerra acabó, habían perdido alrededor de 33.000 hombres y se habían perdido el 88 por ciento de sus submarinos. De hecho, una estadística afirma que «la mitad de los U-Boot construidos jamás hundió un solo barco enemigo, mientras el 2 por ciento de los comandantes fue responsable del 30 por ciento de las pérdidas causadas por estos». La estrategia de Dönitz de atacar en superficie y en grupos que iban desde 12 hasta 16 submarinos resultó un éxito, pero solo por un tiempo limitado. Los aliados no tardaron en reaccionar. La entrada de Estados Unidos en el conflicto, la desencriptación de Enigma y, sobre todo, el desarrollo tecnológico fueron definitivos. los ataques aéreos, las cargas de profundidad, las granadas antisubmarinas (que hundieron hasta 17 submarinos en 50 ataques), el torpedo autodirigido acústico y la implementación del sonar acabó con ellos.
Sin embargo, Saint-Nazaire resistiría hasta el final de la guerra. Esta base se convirtió en un bastión de la resistencia nazi en Bretaña. A pesar de los bombardeos (que arrasaron con el 90 por ciento de la ciudad), los alemanes se mantuvieron aquí hasta el final. Solo se rindieron pocos días antes de que cayera Berlín. Cuando los aliados entraron, descubrieron un U-Boot. Una de las pocas unidades que sobrevivieron al conflicto.