Paco de Lucía, las dos caras de un genio
Cuando se cumplen 10 años de su fallecimiento, dos biografías se acercan a la enigmática personalidad de un tótem para el flamenco y la cultura
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Antes de Paco de Lucía (Algeciras, 1947 - Playa del Carmen, 2014), el flamenco era un misterio, un rito de hermetismo tribal y códigos ancestrales. “Antonio Mairena era de silla de enea, copa y nudillos en la mesa. Y no iba más allá de decir: ''esto es muy grande, es muy grande''. Quien le dio riqueza y precisión léxica al flamenco fue Paco de Lucía”, explica Manuel Alonso Escacena haciendo una doble referencia a la riqueza de melismas de la guitarra del genio de Algeciras, sin parangón en la técnica del instrumento, y también a su capacidad verbal para expresarse, inédita entre los artistas jondos hasta ese momento. De hecho, la biografía que acaba de publicar Escacena llega con el subtítulo de “Paco de Lucía. El flamenco ilustrado” (Almuzara libros) y, cuando quedan solo unas semanas para que se cumplan diez años de la muerte del gran guitarrista, aparece otra, “El enigma de Paco de Lucía” (Lumen) escrita por el periodista César Suárez. Ambas se asoman, de maneras diferentes, a la personalidad dual e impenetrable de un hombre que, como dice Alonso Escacena, “tomó una forma moribunda de arte en manos de una generación quejumbrosa y le dio una vitalidad que lo hizo accesible a jóvenes de todo el mundo. Respetando en todo momento los cánones tradicionales de ritmo y forma”.
La aportación de Paco de Lucía al flamenco ha pasado a la historia sin discusión, por más que en su día pudiera provocar escoceduras. Está impresa en el frontispicio del templo del arte flamenco y de la cultura española. Sin embargo, con el tiempo, la que se ha vuelto más enigmática ha sido su personalidad. De Paco de Lucía hay contadísimas biografías: la primera, de hecho, fue escrita por un americano, Donn Pohren (no traducida), y no hubo una segunda, escrita por fin en español, hasta que en 1994 publicó Juan José Téllez “El hijo de la portuguesa” (Planeta). Y nada más desde entonces -frente a la veintena de títulos que hay sobre Camarón-, hasta ahora. En su biografía, Alonso Escacena, de profesión abogado, plantea una querella con sus hechos y fundamentación jurídica para adentrarse en la psicología del artista. “Para entendernos, podemos decir que era bipolar o ciclotímico. No es que lo fuera clínicamente, pero pasaba por estados psicológicos muy fuertes y contradictorios”, explica en conversación con este periódico. Paco de Lucía vivía del tormento a la fiesta, de la introspección a la chufla. Dentro de sí se daban fuerzas que lo arrastraban en direcciones opuestas.
“Su interior era muy complicado -dice César Suárez-. Él toma un legado y deja una herencia increíble. Pero dentro vive con ansia de perfeccionismo, con un tormento por ir más allá de los cánones y sentir que traiciona a la tradición. También con un síndrome del impostor agudo. Y, de repente, el éxito internacional y todos los premios que le iban cayendo. Todas esas capas se van dando en su interior”. Muchos de estos conflictos provienen de la infancia del guitarrista, marcada por la severidad de su padre, Antonio Sánchez, que nació en la miseria y trató de convertir a su hijo en una estrella del flamenco. Le obligaba a practicar, a “hacer manos”, durante horas. Le robó la infancia al talentoso Paco y eso podría haber destruido a cualquiera, pero no a él, que era lo suficientemente duro. Por un lado le empuja a trabajar, por otro le protege de terminar en espectáculos de dudoso gusto en la España de los niños prodigio: le conduce hacia el flamenco serio. A los 16 años ya es un adulto y viaja a Estados Unidos en la compañía de José Greco. Sin embargo, esa reclusión, esa disciplina y exigencia, marcaron una cara del rostro de Paco de Lucía. Pusieron la semilla de lo que luego será una verdadera neurosis del artista, la de sentir la mirada escrutadora del padre constantemente, el juicio sumarísimo y la sentencia: eres bueno, pero no lo suficiente. Sus primeros años también marcarán su manera de entender vida familiar o la obsesión con nunca pasar penurias económicas. También, claro, se perdió la escuela, algo que se pasó la vida enmendando con lecturas de todo tipo. De su capacidad intelectual baste decir que podía responder entrevistas en inglés sin haberlo estudiado nunca.
Ambos biógrafos han contado para sus libros con Casilda Varela la primera mujer del guitarrista, nacida de familia aristocrática educada, culta y acomodada. Ella vivió al lado del Paco torturado, alguien que vuelve de las giras en delicada situación psicológica, que padece cuando toca y cuando no lo hace, insatisfecho permanentemente. “Ella lo define como atormentado. Pero claro, luego me fui a hablar con su amigo Manolo Nieto y le decía eso y te contestaba: ''eso sería con su mujé. Yo me descojonaba con él''. Porque con el resto del mundo era un bromista insaciable”. Su personalidad era magnética, pero siempre la ejercía en segundo plano. Era la individualidad sublimada, pero casi siempre tocó con otros músicos, era solitario y fiestero, bromista y hosco, agudo y grave.
Otros aspectos del genio levantan más discrepancias entre los biógrafos. Uno de ellos es el estrellato. “Claro que se sintió como un Rolling Stone. No puede no haber pasado. Llenaba teatros de dimensiones del Carnegie Hall. Vivió el fenómeno fan. Otra cosa es que, cuando se acaba la fama, se va a su casa a comerse un potaje de su madre, regresa a las estructuras profundas que le arraigan a la vida”, dice Alonso Escacena, que explica que, a veces, entregaba un millón de pesetas en casa de lo recaudado en gira y su padre le daba 500 pesetas para que se fuera a tomar algo esa noche. Para César Suárez, “no era un ególatra, supo tenerlo a raya. No le hubiera venido mal algo más de autoestima en ese sentido, pero sentía que lo que hacía no valía mucho y que le halagaban por peloteo. Él apreciaba sobre todo la opinión de otros guitarristas, de la gente que sabía. Yo creo que porque él veía detrás a los ojos de su padre, esa mirada que nunca se le fue de la cabeza”. Añade Alonso: “Ser una estrella mundial y vivir sencillamente solo se puede dar si se es andaluz. O siciliano. Él se iba a dormir a casa del padre cuando estaba enfermo y a pasar la noche con él por si quería algo. Podía haber contratado a 78 cuidadoras, pero iba él, porque para un tío de pueblo, su padre es dios”.
En la historia de Paco de Lucía no podemos seguir sin mencionar a Camarón. “Fue un talento puro del que sacó lo mejor, cuando el mundo lo ignoraba. Cuando el público empezó a hacerle caso, ya estaba en el peor momento de su vida -dice Alonso-. Todo lo bueno que hizo Camarón fue a la sombra de la familia Lucía y fuera de ella, nada. Juanito Valderrama era lo más, porque tenía compañía propia. Su primer guitarrista fue Ramón de Algeciras, hermano de Paco. Y su cantaor de alivio era Camarón. Eso se sabía muy poco. ¿Qué quedó de eso? Nada ¿Volvía loca a la gente? No. ¿Era una leyenda? No. Nadie se fijó en él y Valderrama no supo sacarle nada. Pero cuando graba con el acompañamiento de Paco, su voz se vuelve prodigiosa porque Camarón se adaptaba a su guitarrista. Estoy convencido -y no lo he escrito porque me matan los gitanos- que Camarón habría sido uno más de no haber sido por Paco, porque él daba cien notas en un compás cuando los demás daban treinta. Y ahí la voz de Camarón se elevaba a la máxima dificultad”. Sin embargo, Camarón se harta de la personalidad del padre del guitarrista, que controla las grabaciones que saca con él y su hijo y rompe para “buscar caminos nuevos”. El primer disco que graba sin Paco de Lucía se llama “La leyenda del tiempo”. “Ricardo Pachón llama a Paco de Lucía para que toque en el disco, pero éste le dice que, por respeto a su padre, no puede participar. Sin embargo, como me contó a mí Pachón, las mezclas finales de ese disco las hace Paco de Lucía. Porque Tomatito y Camarón dijeron que hasta que no fuera él y dijese que estaba bien, no se hacía. De hecho, había una seguiriya que no les salía hasta que llegó Paco y les dijo que estaban todos fuera de compás, menos Camarón. Y lo arregló él. Él seguía estando detrás incluso entonces”, explica Alonso.
Paco mantuvo siempre hacia Camarón una lealtad inquebrantable y volvió a grabar con él cuatro discos, cuando eso le obligaba a renunciar a giras lucrativas por grabar con su amigo, que estaba en una situación mucho menos boyante. Sin embargo, hacia el final de su vida sucedió un desagradable episodio a cuenta de los supuestos derechos de autor que le correspondían a Camarón. Alguien le intoxica para que diga en una entrevista en ''Informe Semanal'' que se le deben unas cantidades. Pepe de Lucía no acierta a explicar bien el caso y el asunto empieza a difundirse en la escena flamenca. Poco después, Camarón se muere. Y en el entierro, Paco de Lucía escucha la frase “ahí va el ratero ese”. “Cogió una depresión bestial. Casilda decía que entró en un bucle horrible. Al morir, no había ya ocasión de arreglarlo. Se le quedó enconado y eso fue muy duro para él, porque un artista necesita de emotividad para funcionar”, dice Alonso que quita todo fundamento a las reclamaciones legales sobre el asunto. “Aunque ya sabes que la ley, para los gitanos...”. Curiosamente, el propio Paco sufrió el robo de sus propios derechos de autor que José Torregrosa, arreglista para Phillips, le había sustraído añadiéndose como autor de una composiciones que él solo transcribía.
De estos asuntos más escabrosos no se ocupa la semblanza de Suárez: “Bueno, temas como si se drogaba o no, si era mujeriego, la vida familiar que llevó o no, la separación, la relación con su segunda mujer... cosas de la intimidad que no eran el sitio ni mi estilo tratar”. “Mi objetivo era rebajar la gravedad del flamenco, que se sitúa en una rigidez e inaccesibilidad que echa para atrás. Creo que hay que bajarlo de los altares sobre todo cuando es una manifestación popular, que se transmite como una herencia que se recibe y un legado que deja. Hay en la historia de Paco de Lucía una conexión con los antepasados, de los primeros guitarristas a Montoya, Sabicas o Niño Ricardo, de los que él toma mucho. Me parecía importante mostrar de dónde venimos”.
Con su proverbial claridad de ideas, Paco de Lucía aseguraba “que rompía formas pero no moldes. Él lo dice: no se puede romper el molde y nunca lo rompió”. “Hubo otros, muchos otros buenos artistas flamencos en su generación y anteriores. Pero todos se murieron y lo dejaron donde estaba. Pero Paco, no. Él lo cambió todo”, sentencia Alonso Escacena.