Paco de Lucía, un rebelde contra la pureza
Mañana se presenta su fundación en el Teatro Real con un homenaje, “Infinito”, que se rinde al excelso guitarrista ocho años después de su muerte. Música, cante y baile, y nombres como Miguel Poveda, Niña Pastori, Sara Baras, Farruquito... Los que hagan falta para honrar al mito
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Fue el más famoso guitarrista de flamenco, y, quizá, de cualquier otro género musical, que ha habido en España. Un revolucionario absoluto y el gran innovador de ese instrumento –un científico, en suma–, además de su más celebrado embajador, puesto que abrió ese arte, hasta entonces marginal y menospreciado por las ensimismadas élites, a otros ritmos, e incluso a la endogámica música clásica. Discípulo de los guitarristas Niño Ricardo y Sabicas, fue su padre, Antonio Sánchez Pecino, un tocaor buscavidas de áspero carácter, quien lo introdujo en el universo sin fin de las seis cuerdas; y, en sus años de formación, actuó con su hermano Pepe bajo el nombre de «Los Chiquitos de Algeciras», de donde eran oriundos. Nacido Francisco Sánchez Gómez, tomó el apellido para la leyenda, Lucía, del nombre de su madre, a quien veneró como si fuera una deidad.
Hace ocho años y medio que falleció para no morir nunca. Porque los genios como él, excepciones de la naturaleza, son eternos y salen cada día, como el sol que sustenta la vida. No hay más que poner cualquiera de sus discos para que el ciclón de su arte te sacuda el alma. Pero para que su figura y méritos sean aún más recordados se ha creado una fundación que lleva su nombre. Presidida por su viuda, la mexicana Gabriela Canseco Vallejo, tiene entre sus valedores a los hijos de su primer matrimonio, los hermanos Sánchez Varela –Casilda, vicepresidenta, y Lucía y Curro, patronos–, y a Antonia Sánchez Canseco –patrono–, nacida del segundo. Además de a Alejandro Sanz, Sara Baras o el presidente de Universal Music Iberia, Narcís Rebollo, también patronos.
Esa institución, surgida del amor hacia la persona y por amor a la genialidad en el arte, ha hecho posible que se le rinda un homenaje, enmarcado en el Universal Music Festival, en el que el talento y el sentimiento tomarán hasta el último centímetro del Teatro Real. Una nómina de oro de cantaores (Miguel Poveda, Niña Pastori, Pepe de Lucía...), músicos (Al Di Meola, John Mclaughlin, Carles Benavent, Jorge Pardo, Josemi Carmona, Antonio Sánchez...) y bailaores (Sara Baras, Farruquito, Farru, Joaquín Grilo...) darán lo mejor de sí por amor incondicional a Paco, el maestro, el amigo.
Su hija Casilda lo explica: «El homenaje pretende celebrar el nacimiento de la fundación, pero también, y sobre todo, es una celebración del nacimiento de mi padre y quiere celebrarlo a él. Se trata de poner énfasis en su legado». Su hermana Lucía abunda en la razón de ser de esa institución y relata cómo cristalizó: «Quienes formamos parte de la fundación teníamos claro que había que mantener la vigencia y el legado de mi padre, y descubrirlo y acercarlo de paso a gente que aún no lo conoce. Fueron muchos meses de conversaciones hasta que se pudo concretar. Y hemos tenido a gente alrededor que nos ha ayudado a defender el proyecto, como Alejandro Sanz, que trató mucho a mi padre. O los músicos que lo acompañaron a lo largo de su carrera, que son amigos nuestros porque los conocemos de toda la vida. Mucha gente nos dio ideas, las fuimos definiendo y de ahí salió esto».
Hay que retrotraerse a una España que caminaba hacia el fin de las prohibiciones pero que aún no había sido bendecida por el milagro del color, para vislumbrar a un guitarrista joven y bello que, a pesar de llevar magia en la sangre, tenía que lidiar con una tiranía añadida, la de «la pureza» del flamenco, una suerte de santo tribunal que perseguía a los infieles. Porque son muchos los que creen que aquel preclaro guitarrista habitó desde su misma génesis en las alturas, que su modo de entender la guitarra flamenca nunca fue puesto en entredicho y gozó de consenso, y no fue así. Hasta su consagración, De Lucía padeció el desprecio de los suyos. Venía de una tradición muy arraigada, de un territorio gobernado por una fuerza despótica y cerril. Pero él tuvo la valentía de rebelarse contra eso («al que le guste, bien; y al que no, que se vaya al carajo», declaró) y transgredir los cánones en pos de nuevos sonidos y cauces que lo llevaran a otros mundos. Pues enseguida entendió que el río se le quedaba pequeño y quiso conocer el mar, y más tarde el océano inabarcable en el que navegó como nadie la mayor parte de su vida profesional. Su hija Casilda destaca sus aportaciones en lo musical: «Lo suyo fue genialidad y revolución. Introdujo las armonías en el flamenco actual. El flamenco siempre ha sido rítmicamente muy complejo, ha tenido una profundidad expresiva y una capacidad de emocionar que no deja lugar a dudas, pero armónicamente la gran revolución la hizo él».
Decepción institucional
¿Y cómo ha sido tratado institucionalmente este artista tras su muerte? Lucía no oculta su decepción: «Hay instituciones que nos han apoyado y que pretenden que perviva su figura y su legado, como el Ayuntamiento de Algeciras, que está poniendo en marcha el Centro de Interpretación y ha creado el Festival Internacional de Guitarra Paco de Lucía, al igual que el Ayuntamiento de Palma, que también ha creado un festival que lleva su nombre. Pero más allá de eso no ha habido una respuesta internacional a la altura de su figura». Casilda subraya el papel protagonista que tuvo su padre en la internacionalización del flamenco y su carácter inequívocamente español: «Fue el gran embajador del flamenco. La música de nuestro padre se escucha en cualquier rincón del mundo. Estás en Atenas tomando una cerveza, o en Japón, o en Vietnam, y suena. Pero es que, además, en todas partes lo identifican con España, cosa que no pasa con otros artistas, que la gente no tiene tan claro de dónde son. El vínculo de Paco de Lucía con España es clarísimo en el mundo entero», defiende.
Hay grandes guitarristas de flamenco en la actualidad, y todos copiaron, en mayor o menor medida, a De Lucía. Pero ¿existe alguien comparable a él? Casilda cree que no, y lo argumenta: «Se lo pregunté el otro día a una mujer guitarrista y me dijo que no, y que dudaba mucho que llegue a existir alguien que reúna tantos elementos como él: solista, creador, compositor, armonicista... Acompañaba al cante, al baile, y encima tenía magia sobre el escenario. Y es muy difícil que todo eso se dé en una misma persona». Lucía lo enfatiza: «Era un diez en todo, componiendo, acompañando, tocando por todo, en fuerza escénica, en imaginación, en curiosidad, en capacidad de explorar...».
El maestro de la guitarra clásica Andrés Segovia llegó a decir que De Lucía no era ni flamenco ni músico, que tan solo tenía unos «dedos listos», aunque terminó claudicando ante la incontestable magia de su toque. Pero él fue mucho más que un tocaor: fue un músico superdotado que no creía sin embargo en la genialidad –con la sola excepción de Camarón, a quien siempre consideró un genio absoluto– y sí en el talento acompañado de trabajo diario y de un permanente cuestionamiento de la propia valía. Y eso fue lo que le hizo crecer y llevar a lo más alto una profesión que durante muchos años se consideró propia de gentes de mal vivir. Lucía relata lo que significa que tu padre sea alguien al que se considera un genio: «Cuando naces con algo así, para ti es lo normal. No tienes otra referencia. Crecimos con eso y lo asumimos de una forma natural. Quizá porque él también lo vivía así, igual que mi madre. Aunque, claro, sentíamos mucho orgullo cuando veíamos cómo la gente se le acercaba y lo llamaba “maestro” de una forma casi reverencial. No como a un famoso, sino como a una leyenda».
De Lucía se llegó a lamentar por no haber podido pasar más tiempo con sus hijos mayores, ya que entonces tenía que «salir a cazar». Por ello, trató de que no le volviera a suceder con los dos hijos que tuvo más tarde. Casilda habla de la relación sentimental con su padre: «Nosotros, sus primeros hijos, tuvimos una relación con él quizá más difícil cuando éramos pequeños, por sus ausencias, porque pasaba muchos meses al año fuera de casa, y eso dificulta la comunicación. Pero él supo manejar eso bien, como supo manejar todo en su vida, y luego recondujo la relación hacia una forma de amistad muy bonita. Fue nuestro gran consejero ya de mayores. Porque de mayor, a un padre lo sigues necesitando tanto como cuando eres niño», termina su hija.