Sevilla legendaria: de Hércules a Julio César
Desde el misterio de su fundación, a lo largo de los tiempos, la ciudad hispalense ha generado en sus calles leyendas, misterios y coplas inolvidables


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La inveterada costumbre humana de vivir en grandes urbes provoca indefectiblemente leyendas y mitos sobre las más célebres. La ciudad te persigue donde quiera que vayas, y si es Sevilla, es inevitable sucumbir a su cartografía mítica, que cuenta con todos los arquetipos narrativos. Sevilla es pura geografía mítica, enclavada en las estratégicas riberas del Guadalquivir y centro durante siglos de un emporio y una administración de Indias que florecieron sin cesar, como acreditan especialmente documentos de al menos hace 600 años. Pero aparte del arte, la literatura y el patrimonio material, se pueden rastrear las hermosas reliquias del patrimonio legendario, que no van a la zaga. Desde el principio, Sevilla está cuajada de leyendas como la que hace a Hércules o Melkart (griego o fenicio) fundador mítico de la ciudad, después de derrotar al monstruoso Gerión, que la gobernaba. Da fe de todo el escudo de Andalucía, pero también la Alameda de Hércules (que por otra parte es fundador de toda España, con sus pilares del non plus ultra). Se cuenta que, en un arco de la desaparecida puerta de Jerez recogía una inscripción latina que aparece luego versificada en la célebre copla: ”Hércules me edificó / Julio César me cercó / de muros y torres altas / el rey santo me ganó / con Garci Pérez de Vargas”. Pero aparte del rey santo hay que citar al rey sabio que, según es fama, le dio el escudo del NO&DO a la ciudad, con esa madeja que recoge cifrada la conocida expresión de Alfonso X en gratitud por la lealtad sevillana.
El mapa de la ciudad está repleto de todo tipo de mitos desde entonces, con especial predilección por lo que se fundan en los albores de la edad moderna y en la era del puerto de Indias: hay gitanos piadosos, donjuanes arrepentidos, conversos y caritativos, monjas de clausura hermosas y dolientes o criaturas malévolas que pululan por las calles en la mitología literaria, religiosa, popular o esotérica de Sevilla. Nombres como el Cachorro, Mañara, la Sierpe y demás –que darían para una biblioteca borgeana de mitologías varias– solo pueden ser aquí brevemente evocados.
Varias son las leyendas sobre el rey Pedro I el Cruel: una habla de su enfermiza obsesión por la belleza de doña María Coronel, quien, después de refugiarse en la ermita de San Blas e ingresar como monja en Santa Clara, al ver que el monarca no cejaba en su empeño, llegó a echarse aceite hirviendo en la cara para desfigurarse. Una vez que el rey dejó de acosarla, ingresó en otro convento y acabó por fundar el de Santa Inés, en el que hoy reposa para siempre su cuerpo incorrupto. De Pedro I también se cuenta otra leyenda que tiene que ver con la calle Cabeza del rey don Pedro. Parece que el rey mató en duelo al hijo del conde Niebla por un asunto amoroso y fue testigo del suceso una anciana con un candil. El rey prometió la cabeza del culpable, pero cuando la anciana testificó ante las autoridades, es decir, ante el propio rey, al ser interrogada, evitó denunciar al monarca de palabra y se limitó a colocar en respuesta un espejo frente al rey como diciendo “aquí tenéis al asesino”. Para cumplir su promesa sin daño, don Pedro mandó a cortar la cabeza a una de sus estatuas y dejarla en una hornacina para que fuera expuesta tras su muerte. Hoy la leyenda quiere verla en las calles sevillanas, y también el candil, en la calle Candilejo, con la que la testigo se alumbraba en ese lance.
Otra leyenda del callejero, con más firme base histórica, implica también una decapitación: es la de bella Susana ben Sunón, o conocida como “la fermosa hembra”, hija de un judío converso. Tuvo amores, según es fama, con varios nobles poderosos –quizá incluso el obispo– de los que tuvo descendencia. Su padre y otros judíos, que habían organizado una rebelión para terminar con la persecución a su pueblo, acabaron ejecutados, quién sabe si delatados por la chica, en una traición de amor, y sus cadáveres fueron expuestos como escarmiento. El testamento de Susana, a su muerte, desveló que su última voluntad, arrepentida de sus pecados, era que su cabeza fuese cortada y expuesta para siempre, sujeta a un clavo, como ejemplo para los jóvenes, sobre la puerta de la que fuera su casa. Y parece que la cabeza permaneció en esas calles –en torno a la de la Muerte, luego Calle de Susana–, después el clavo y hoy un azulejo que muestra su calavera. En torno a ella ahora hay también otros azulejos que explican la leyenda de esta mujer célebre.
También la calle de Escarpín (o Barrabás) y Lope de Rueda abundan en leyendas de amoríos con venganzas que se reflejan en coplas como: “En la calle Escarpín / mataron a Barrabás / si vives como él vivió / lo mismo que él morirás”. ¡Y cómo olvidar la tradición donjuanesca de la ciudad en la historia del otrora seductor y luego piadoso Miguel de Mañara y su hospital! En cuanto al bestiario de Sevilla, es singular la historia de la sierpe que da nombre a una emblemática calle, que abundaba en todo tipo de pillos, indianos y fulleros, en un ambiente único que solo los literatos del siglo de oro supieron evocar. La leyenda más conocida que da origen a su nombre refiere que en el siglo XV hubo una serie de desapariciones misteriosas de niños de corta edad y que, tras pensarse en un criminal, resultó ser una enorme serpiente que habitaba en las cloacas y túneles subterráneos de la ciudad. Se encontró, se mató y fue expuesta en la calle entonces llamada Espaderos y que fue conocida desde entonces como calle de la Sierpe o calle Sierpes. La leyenda es reflejo, obviamente, de la antigua leyenda del dragón