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El día que Franco trajo la Dama de Elche a España

La iniciativa final de que el busto viniera a España, tras unos años de negociaciones, fue francesa y Francisco Franco aprovechó los intereses de Philippe Pétain de congraciarse con España para acordar el regreso
Efe

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Todo giró en torno a Pierre Paris, un arqueólogo francés enamorado de España. Paseaba por nuestro país buscando y comprando obras para enviarlas al Museo del Louvre. En 1897 recibió una carta de un erudito de una ciudad pequeña, Elche. Se trataba de Pedro Ibarra. En la nota decía que su cuñado había encontrado en el yacimiento de La Alcudia un busto antiguo, una imagen de Apolo usada en ceremonias religiosas. Pierre Paris llegó a Elche, vio la obra, no corrigió a Ibarra, pagó y se la llevó a Francia. En el tren, mientras viajaba con su trofeo, escribió que le acompañaba la «Dama de Elche». Treinta años después, en 1927, Pierre Paris inauguró la Casa de Velázquez en Madrid. Era un colegio para acoger a estudiantes franceses de arte. Colocó en su despacho una réplica de la Dama de Elche, y fue entonces cuando al diario «El Imparcial» del 30 de noviembre de 1928 se le ocurrió: estaba bien tener una copia, pero lo mejor era que la original estuviera en suelo español sin perder la propiedad francesa: la Casa de Velázquez.
Las autoridades francesas se negaron. Las tornas cambiaron cuando en 1940, el gobierno de Vichy quedó en manos del general Pétain. El militar fue embajador en la España de Franco hasta que Francia se rindió a Alemania en junio de 1940. Pétain, al objeto de congraciarse con la dictadura española, pidió la reconstrucción de la Casa de Velázquez, destruida durante la Guerra Civil. El francés quería y necesitaba ese lazo con España. Se iniciaron entonces las negociaciones. No era la primera vez. En 1935, Juan de Cárdenas, embajador de la República española en Francia, quiso acordar un intercambio de piezas con André Mallarmé, ministro de Educación. La Guerra Civil truncó esa negociación, que consistiría en que el Estado español lograra algunas piezas emblemáticas, entre ellas la Dama de Elche, y cediera otras.
La Francia de Vichy tenía muchas prisas por negociar en 1940. Agradecía a Franco su neutralidad en la Guerra Mundial, y pretendía calmar las pretensiones españolas sobre el África francesa. A esto quería sumar la reconstrucción de la Casa de Velázquez, que era una concesión del Estado. Demasiadas demandas para no ser aprovechadas por España. Pedro Sáinz Rodríguez, ministro de Educación, pasó a la ofensiva. Concedió a Pétain la negociación, y ordenó una investigación exhaustiva del patrimonio español en Francia y del francés en España. En julio de 1940 encargó a Juan de Contreras, marqués de Lozoya, director general de Bellas Artes, y a Francisco Íñiguez, comisario general del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, la realización de una investigación de los objetos artísticos españoles en el país vecino. Lo llevaron a cabo tres empleados de Patrimonio Nacional: Joaquín María de Navascués, Luis Pérez Bueno y Marcelino Macarrón.
El Estado se ponía en marcha. En un mes el informe estaba terminado. El tiempo apremiaba para aprovechar la ocasión. José Félix de Lequerica, embajador español en Vichy, que fue implacable con los exiliados republicanos, envió el informe a Ramón Serrano Suñer, ministro de Exteriores. Se trataba de una cuestión de Estado; es decir, de una operación que iba más allá del arte o de las emociones, incluso del interés museístico o arqueológico. Era política pura. De hecho, del lado francés fue el mariscal Pétain quien se ocupó personalmente del asunto. El ministro de Educación presentó al Consejo de Ministros el proyecto de acuerdo el 30 de octubre de 1940. La idea era que no fuera un acuerdo entre gobiernos, sino entre Estados; es decir, que no se tratara de una cuestión entre dos gobiernos amigos, sino de un pacto histórico entre dos naciones que deseaban recuperar su patrimonio cultural.
La reunión clave tuvo lugar en el Museo del Louvre. La comisión española expuso su plan: la vuelta de la Dama de Elche, la «Inmaculada», de Murillo, y las coronas visigodas de Guarrazar. A cambio, el Estado español entregaría una copia del «Retrato de doña Mariana de Austria», de Velázquez, realizada en su taller, un retrato de Antonio de Covarrubias pintado por El Greco, un tapiz del siglo XVIII, «La riña en la Venta Nueva», producido a partir de un dibujo de Goya, y 19 dibujos del siglo XVI de Antonio Carón. La tienda de Francisco I, capturada por las tropas españolas de Carlos V en la batalla de Pavía, y que constituía la única demanda gala, no fue incluida.
El convenio fue firmado en París el 21 de diciembre de 1940. Por parte del Estado español puso su rúbrica Iñiguez, comisario del Patrimonio Nacional, y firmó Louis Hautecoeur, director general de Bellas Artes del régimen de Vichy. El Acta del Patronato del Museo del Prado había aceptado que sus piezas fueran objeto del intercambio. En compensación, la Dama de Elche estaría en una de sus salas.
El permiso para la reconstrucción de la Casa de Velázquez era simbólico, una muestra de aceptación del régimen de Vichy por la España de Franco. François Petri, embajador francés en Madrid, escribió a su gobierno que las negociaciones debían acelerarse para que el Estado español renovara la concesión para esa residencia cultural francesa en plena Ciudad Universitaria. Por esta razón, en noviembre de 1940, Pétain ya tenía preparada la entrega a España de todas las piezas demandadas; entre ellas, la Dama de Elche. En prueba de sus buenas intenciones, el Estado francés de Vichy envió a España «La Inmaculada Concepción de los Venerables», obra de Murillo, que el mariscal Soult robó en Sevilla en 1810. No por casualidad la obra del pintor sevillano llegó a Madrid el 8 de diciembre, día de la Inmaculada. Era un buen gesto.
El envío de las piezas se hizo desde la localidad francesa de Montauban. La Dama de Elche, que fue resguardada en el castillo de Chèverny, al sur de París, antes de la invasión nazi, llegó al lugar de la partida el 1 de diciembre. Allí también estaba el Tesoro de Guarrazar, hallado en 1858. Era un conjunto de coronas visigodas cuyo descubridor vendió al gobierno francés. En 1941 se recuperaron seis coronas, entre ellas la de Recesvinto, pero algunas siguen en el Museo Cluny de París. El timiaterio de Calaceite, del siglo VI a.C., encontrado en Teruel en 1902 también fue vendido al Museo del Louvre, y regresó en 1941. La diadema de Moñes (Asturias) también fue recuperada por el Estado español entonces.
El 8 de febrero de 1941 las piezas llegaron a la frontera. Del tren francés pasaron al español, y pusieron rumbo a Barcelona. Las obras fueron escoltadas por la Policía Armada, y en la Ciudad Condal fueron recibidas por Patrimonio Nacional. Un día después arribaron a la estación de Atocha, en Madrid, a poca distancia del Museo del Prado. Aguardaban el marqués de Lozoya, director general de Bellas Artes, y el director del Instituto Francés, Guinard.
La culminación de la operación de Estado fue la verificación de las piezas. Ramón Serrano Suñer, el ministro falangista de Asuntos Exteriores, tras comprobar la exactitud del envío, firmó el recibí el 27 de junio de 1941. Todas las piezas estaban, incluida la Dama de Elche. La devolución, si es que así puede llamarse al viaje de una obra patrimonial legalmente adquirida, se trató de una operación de Estado, no particular ni ideológica, motivada más por cuestiones geopolíticas y diplomáticas que por ensoñaciones históricas. La iniciativa final para que la Dama de Elche viniera a España fue francesa, del régimen de Vichy, y el Estado español aprovechó la ansiedad de Pétain por congraciarse con Franco.