Objetos universales: Las lámparas maravillosas
Las pinturas en cuevas prehistóricas fueron posibles gracias al uso de un foco que se hizo común en la sociedad romana en la Antigüedad y que dio lugar a leyendas
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Las lámparas prehistóricas se fabricaban tallando una cazoleta sobre la piedra donde se depositaba el material inflamable, normalmente sebo animal. Las primeras lámparas de grasa cuya función es indiscutible proceden de Laugerie-Haute (Francia) y son del periodo Gravetiense (33.000-22.000 a.C). Se han encontrado lámparas de este tipo talladas en arenisca en las cuevas de Lespuge ( Alto Garona) o la Mothe y Lascaux (Dordoña). Los experimentos realizados con reproducciones de estas lámparas determinaron que una lámpara permitía moverse en la oscuridad de las cuevas, pero que se necesitarían varias para iluminar una estancia. Fueron estas lámparas de grasa las que permitieron la realización de pinturas tan memorables en el corazón de cuevas como las de la Cámara de los Bisontes de Altamira (Cantabria) o los caballos y los uros de Lascaux, pinturas cuya finalidad ha sido objeto de múltiples interpretaciones, desde la función simbólica a funciones propiciatorias sobre la existencia de ganado en épocas de carestía. Sin embargo, el combustible utilizado para la realización de las pinturas probablemente no fue la grasa, ya que ésta arroja un humo negro en su combustión cuya impronta hubiese quedado en las paredes de piedra siendo probable el uso del tuétano ya que su combustión deja menos rastro.
El uso de este tipo de lámparas continuó en la Edad del bronce en las ciudades griegas como las encontradas en Camiros (Isla de Rodas) y fue en época romana cuando se explotó su producción masiva con el nombre de lucernas, fabricadas mayoritariamente en cerámica y decoradas con escenas eróticas, luchas de gladiadores, patrones florales o historias mitológicas. Su bajo coste de producción y del aceite de oliva que utilizaban para la combustión las convirtió en un objeto frecuente en todo el imperio romano, extendiéndose su uso en época medieval. Estas lámparas de aceite eran utilizadas en la iluminación doméstica y en las tumbas para alumbrar el camino de los difuntos, en la fiesta de las Parentalia, que se celebraban entre los días 13 y 21 de febrero. Esas fechas tenían un carácter funerario y expiatorio, eran días considerados nefastos, se cerraban los templos y no se celebraban matrimonios. Los familiares visitaban las tumbas de sus antepasados y los dejaban coronas de flores, sal, pan empapado de vino y leche colocando las lámparas de aceite sobre las tumbas. Estas costumbres paganas se mantuvieron durante muchos años en el cristianismo, llegando a reprobar Agustín de Hipona el comportamiento de su propia madre Mónica, cuando visitaba la tumba de su marido.
Velas y celebraciones
Estas lucernas han dado lugar a leyendas y supersticiones registradas desde la Antigüedad clásica a la época moderna. Plutarco escribió de una lámpara que ardía sobre la puerta de un templo a Júpiter Ammon. Según los sacerdotes, la luz permaneció encendida durante siglos sin combustible, y ni el viento ni la lluvia podían apagarla. San Agustín describió un templo egipcio sagrado consagrado a Venus, con una lámpara que ni el viento ni el agua podían extinguir, hecho que para él era obra del diablo. En 527 A.D., en Edesa, Siria, durante el reinado del emperador Justiniano, los soldados descubrieron una lámpara siempre encendida en un nicho, sobre una pasarela, elaboradamente cerrada para protegerla del aire. Según la inscripción, fue encendida en el 27 d.C. La lámpara había estado encendida durante 500 años antes de que los soldados que la encontraron la destruyeran. De estos y otros hechos similares dio fe en su obra «Teatro Crítico Universal» el escritor Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) criticando la fantasía de los mismos. Al mismo tiempo que se usaban las lámparas de aceite en el mundo romano empezaron a regalarse velas fabricadas con sebo de animal para la celebración de la fiesta de las Saturnalia, una fiesta en honor de Saturno introducida alrededor del 217 a. C. para elevar la moral de los ciudadanos después de una derrota militar sufrida ante los cartagineses en el lago Trasimeno.
Oficialmente se celebraba el día de la consagración del templo de Saturno en el Foro romano, el 17 de diciembre, con sacrificios y banquete público festivo (lectisternium). Las celebraciones duraban una semana terminando después del solsticio de invierno, al que denominaban «sol invictus». Tras el Edicto de Milán del año 313 el cristianismo fue permitido en las fronteras del imperio romano y en el año 317 el papa Julio I hizo coincidir esas fechas con el nacimiento de Jesús de Nazaret para ir eliminando de forma progresiva las celebraciones paganas. La luz de las velas anunciaba la llegada de Crsto en el cristianismo adjudicándole importancia en diferentes tiempos religiosos, como el Adviento o la Pascua. Lámparas de aceite y velas utilizan también los judíos en su fiesta de Janucá, una fiesta que conmemora la reedificación del Segundo Templo de Jerusalén y la rebelión de los macabeos contra el Imperio seléucida. La tradición judía habla de un milagro, en el que pudo encenderse el candelabro del templo durante ocho días consecutivos con una exigua cantidad de aceite, que alcanzaba solo para uno, y desde el siglo III a.C, se encienden las velas del candelabro de nueve brazos. En el mundo islámico se siguieron usando las lámparas de aceite siendo en las historias de las «Mil y una noches» tan maravillosas como en las leyendas romanas, albergaban sueños y genios que cumplían los deseos del propietario.