David Trueba saca el color a Eugenio, el cómico catalán de alma negra y humor blanco que se libró de la censura franquista
El cineasta recupera en su último trabajo, «Saben aquell», la cara más amable de la figura del humorista catalán a través de la sólida interpretación de un David Verdaguer en estado de gracia
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Hay artistas que se constituyen, se dibujan, se edifican, que se fabrican a sí mismos con el dedo de la creación apuntando hacia su propio centro, evitando el designio de lo externo, artistas que como describe Umbral en «Mortal y rosa» «se van lentamente completando» y hay otros, que nacen con el marchamo del estrellato estampado en la frente, que ya llegan a la vida con la cualidad innata del talento. Eugenio era de los primeros. Camisa y pantalones negros, inconfundibles gafas con cristales ahumados, un taburete, un vodka con naranja y un cigarrillo de Ducados cuyas caladas le proporcionaba las pausas exactas para coordinar de manera estratégica la gestión de sus silencios: esas eran las herramientas escénicas del humorista catalán, el basamento sobre el que se erigió el personaje: «Me familiaricé con él a través de la tele, pero cuando conocí a gente un poquito más mayor que yo de Barcelona, ya contaban que Eugenio había salido de los locales "underground", que entonces se llamaban así porque eran como bares muy pequeños, nocturnos, donde la gente bebía y fumaba y se subían al escenario a cantar o tocar. Cuando le veías en directo en ese tipo de locales, dejaba una impresión incluso más potente que en la tele», reconoce David Trueba en entrevista con LA RAZÓN sobre el primer contacto generacional que tuvo como espectador con la figura de Eugenio.
"Había gente en Barcelona que se enfadaba con Eugenio porque nunca contaba las cosas en catalán"David Verdaguer
«Yo ahora mismo tengo 40 años y recuerdo descubrir a Eugenio tarde, también en la tele. En ese momento era un señor más mayor que el de la época que situamos en la película. En Barcelona lo petaba mucho y lo querían bastante, pero había gente que se enfadaba un poco porque nunca contaba cosas en catalán, recuerdo eso. Pero era extremadamente querido y aunque me pilló tarde, reconozco que fui muy fan de más mayor», admite David Verdaguer haciendo uso de esa voz porosa, de caverna, radiofónica y profundamente densa que tan bien empasta con la interpretación de Eugenio que el actor de «Los días que vendrán» lleva a cabo en «Saben aquell», el último trabajo de Trueba que llega este miércoles 1 de noviembre a las salas y en donde se recupera con el dinamismo luminoso del biopic la historia de amor vivida con Conchita, su primera mujer y sus inicios profesionales como humorista.
El Eugenio de Trueba no juega a la imitación, al simulacro caricaturizado, sino que se mimetiza con el Eugenio real para perfilar la progresión de un tipo emocionalmente críptico que perteneció a la generación de cómicos surgida a comienzos de la década de los setenta en una España que estaba desperezándose y aprendiendo a quitarse los grilletes narrativos de la censura: «Los 70 en España fueron una auténtica explosión del humor, lo recuerdo perfectamente. Hay que pensar que el humor pasaba por el filtro de la censura y por tanto no se podía improvisar porque en los locales no se permitía que se hiciera algo que no estaba en guion puesto que si pasaba el censor por ahí decía “esto no lo han presentado”. Se llevaba mucho el cómico de rutina fija y el mejor era Gila. Pero Gila, como todo el mundo sabe, tenía un guion muy pautado y hacía siempre lo mismo. Lo que ocurrió con la aparición de Eugenio, la gran diferencia, fue que a partir de la muerte de Franco se permite hablar en el escenario sin haber sometido a censura el texto de lo que se va a decir con lo cual comienza un mundo del espectáculo muy distinto al que había en la noche de antes: empiezan a aparecer travestis, cantantes protesta que hablan en las canciones o que tienen un discurso más radical y aparece este tipo de cómico improvisador entre los que estaba Eugenio. Digamos que lo de enlazar los chistes de manera estudiada viene más tarde, pero al principio era muy de ir contando según reaccionaba el público y eso es algo muy setentas», contextualiza el cineasta sobre el ambiente cultural predominante en la época en la que se sitúa la historia dentro de las costuras de una España acartonada que estaba desesperada por reírse.
Verdaguer, que dota al personaje de una espontaneidad y un empaque sobresaliente, encarna la etapa más iniciática y menos viciada de la vida de este «intérprete de cuentos» como le gustaba reconocerse, que estudió dibujo en la Escuela Massana y trabajó como joyero en los años 60, década en la que conoció al amor de su vida, Conchita Alcaide, delineante andaluza aficionada a la música y con dotes para la canción con la que comenzó su camino artístico formando el dúo musical «Els Dos».
Trueba privilegia la figura de Conchita (interpretada por Carolina Yuste) en representación de las mujeres a las que nadie se preocupó de homenajear durante demasiado tiempo: «Es muy importante para mí, una vez que estudias el personaje, acotarlo. No me gusta nada el género en el que cuentas desde que nace hasta que muere alguien porque me parece que es anti narrativo. El Quijote no te cuenta la infancia del Quijote. Empieza con un señor mayor que decide irse de casa y poco a poco vas entendiendo al personaje, que es como debe ser. A mí cuando cuentas la peripecia completa y además hay tres actores de la misma persona me horroriza», admite entre risas antes de proseguir.
«Sabía que ese tipo de película no la iba a hacer y se tiró a la basura todo el planteamiento inicial que había hasta que me permitieron empezar de cero. Y al empezar de cero yo me di cuenta que también la película podía ser un retrato de una mujer que siempre ha quedado en segundo plano y a la que le rindo homenaje constantemente, que es mi madre. Las mujeres de la generación de mi madre. Personas que nunca jamás cayeron en el rencor o en la frustración pero que hubo una enorme renuncia en su vivir para sacar adelante la casa, para sacar adelante a sus hijos y en algunos casos, para sacar adelante las carreras de sus maridos y nunca jamás se les reconoció la importancia que tuvieron en ese equilibrio. El verdadero equilibrio de Eugenio fue Conchita. Equilibrio que se ve claramente roto cuando ella muere y que tiene que ver con el hilo en el que puedes caer en muchísimas ocasiones, especialmente si vives y perteneces al mundo del espectáculo. ¿Quién mantiene ese alambre? En primer lugar, la cabeza de las personas que están preparadas tanto para el éxito como para el fracaso y en segundo lugar las relaciones personales y familiares que sostenemos», explica.
No hay en «Saben aquell» una intención morbosa de hurgar en la sombra del personaje y en una decisión consciente de alejamiento, el autor de «Vivir es fácil con los ojos cerrados» obvia el relato de los episodios más disolutos de la vida de Eugenio relacionados con las adicciones, la depresión y el gusto por lo esotérico en el tramo final de su vida. «Eugenio no sería Eugenio sin la figura de Conchita. Ella renunció de alguna manera a su carrera artística para dar un paso al lado para que Eugenio triunfara. Te encuentras con dos protagonistas que se quieren, que se encuentran, que se acompañan. Es verdad que toda esa época más oscura de adicciones que vivió Eugenio existió, pero vino después de Conchita. No nos hemos metido en el barro, pero tampoco se niega nada. Podríamos decir que Conchita se inventó a Eugenio», aduce Verdaguer.
El humor de Eugenio, era un humor blanco, inofensivo, creado por acumulación, «como dice Casablanc en un momento de la película, Eugenio no imita, no hace chistes de gangosos, ni de maricas, ni de política», pero sin embargo su vigencia dentro del imaginario popular español justifica la reivindicación de perfiles como el suyo. “Siguen funcionando muchos de los chistes de Eugenio. Me sorprende hasta que punto sigue usándolo la gente. En estos dos o tres años que he estado trabajando en esta película me han llegado infinidad de referencias o de políticos que mientan la forma de sus chistes. Cuando repasas la colección ingente de chistes de Eugenio, que son miles, es verdad que hay un gran porcentaje que ya han muerto, han fallecido, porque el humor es muy de su momento. Pero hay otros que viven y que gozan de una salud increíble. Su puesta en escena era muy buena y muy poco repetible. El otro cómico que ha salido y que tenía una personalidad apabullante es Chiquito de la Calzada y no tiene nada que ver con él. Por un lado, la seriedad y por otra el surrealismo. No podían ser más antagónicos y sin embargo permanecen los dos como ejemplos de cómo hacer el humor y ahora a ver quién se atreve a imitarlos”, apunta Trueba.
"Lo que hay ahora mismo es mucha autocensura, porque la gente no quiere poner en peligro su estatus"David Trueba
Cuando preguntamos a ambos por el omnipresente y tedioso debate de la supuesta censura cultural que inunda actualmente el escenario invertebrado de las artes, Trueba se muestra seguro de dónde radica el problema. “Mira, hay una enorme mentira detrás de la supuesta existencia de la censura cultural. Claro que se puede hacer el humor que quieras, lo que no se puede es querer ser millonario y maldito al mismo tiempo. A veces la gente se queja de que la han censurado en no sé dónde y les digo: “no, no, es que no te han censurado en tal sitio". Si el espectáculo lo paga Iberdrola o lo paga Movistar están preocupados porque tienen un número de usuarios que podrían molestarse ante un tal “x”. ¿Qué ocurre? Que si trabajas para ellos tienes que asumir los condicionantes. Siempre pongo el ejemplo de Lenny Bruce con este tipo de cosas (conocido por su forma de comedia abierta, de estilo libre y crítica que integraba sátira, política, religión, sexo y lenguaje soez). “Es que en la época de Lenny…”, dice la gente, ya pero a Lenny Bruce no se le ocurría cobrar de la Shell o de la Texaco o poner anuncios detrás de su espectáculo. Lo que no puedes ser es millonario y maldito. A eso me refiero. Si tu quieres hacer un humor salvaje, que va a contracorriente, claro que lo puedes hacer y lo debes hacer. Ahora, no esperes la subvención del Estado, que te den el Premio Princesa de Asturias, la medalla de tal cosa y encima hacerte rico. Pero censura claro que no, y ahora mismo hay menos que nunca. Lo que hay ahora mismo es mucha autocensura, porque la gente no quiere poner en peligro su estatus. Una vez puesto en peligro tu estatus, puedes hacer lo que quieras”, completa sobre el pecado de la generalización populachera que tan buena prensa tiene.
"Trabajando me soporto más que viviendo muchas veces"David Verdaguer
El mismo día en el que Conchita muere aquejada de un cáncer, Eugenio tiene que salir al escenario a actuar porque el reino del entretenimiento nunca para, nunca frena, no se detiene, ya saben. “Quizás es el único trabajo, el de los actores, en el que si te encuentras mal trabajas igual o si te ha muerto alguien tienes que lidiar con ello trabajando. Es curioso eso. Esta cosa tan extendida del “show must go on”. Es algo con lo que yo no estoy muy de acuerdo, porque a veces no puedes y no pasa nada. Sí que es verdad que, en el caso de Eugenio, esa máscara que tenía y el humor le ayudaban siempre a tirar hacia delante y según cuenta Trueba aquí y también Marina Rosell me lo contó sí que actuó la noche en la que su mujer falleció y dijo esas palabras: “les veo muy serios esta noche. ¿Qué es que se les ha muerto alguien?”. Él no se dio tiempo para estar triste o pensar, sino que siguió. Y aquí creo que fue un error. Yo como actor he llegado a actuar muy triste o muy jodido por separaciones o cosas de la vida en general, pero me ayuda mucho mi trabajo. Trabajando me soporto más que viviendo muchas veces”, indica Verdaguer. Quizás a Eugenio le pasaba algo parecido. Su presencia en el escenario, antes de pronunciar cualquier palabra, ya generaba risa, ya lograba deshacer al público, lo desarmaba físicamente. Pero detrás de todo aquello, el silencio. Siempre el silencio. Tan negro como su barba, tan tupido como su pena.