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Sabina se quita el bombín frente a León de Aranoa

El director presenta en el marco de la segunda jornada del festival, “Sintiéndolo mucho”, el documental absoluto y definitivo sobre el ruiseñor aguardentoso de Úbeda, el poeta de todas las generaciones

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Cómo rodar la cotidianidad de un artista cuya vida parece haberse escrito para ser cantada, de alguien que, sin atisbo de delirios de grandeza se hubiera conformado con enseñar literatura machadianamente en cualquier instituto y acabó subiéndose a un escenario con un bombín que nunca le tapó el hueco por dónde nacían las ideas. Sin mostrar las costuras desabridas de puchero de pobre y subrayando con fidelidad la importancia de la voz y la guitarra exiliadas, Fernando León de Aranoa ha conseguido firmar con “Sintiéndolo mucho”, el documental definitivo, absoluto, angular, sobre Joaquín Sabina (intento acometido tímidamente hace unos años por el cineasta Holandés Ramón Gieling y su “Joaquín Sabina, 19 días y 500 noches”), un músico que lleva años abjurando de la pureza de sus canciones, esas que quieren ser “crónicas del exilio, del amor, de la angustia, de tanta sordidez acumulada que nos han hecho pasar por historia” y exigiéndole al tiempo mucho menos de lo que le debe.
Trece años ha pasado el director de “El buen patrón” observando al ruiseñor desplumado de Úbeda a través de la cámara, acompañándole en sus renuncias, en sus miedos escénicos –qué reveladora fragilidad agarrada a la boca del estómago muestra el músico minutos antes de salir a cantar en Las Ventas–, en su transcurrir fuera de las luces y las tablas, en sus viajes en furgoneta, sus cánticos improvisados en la ducha, sus borracheras compositivas en Rota, sus incursiones a la cantina Tenampa de la Plaza Garibaldi durante sus giras por México para refundar la memoria de José Alfredo y Chavela o su proverbial admiración por el capote de José Tomás y el sufrimiento que le invade cuando, horas antes de tocar en Aguas Calientes, el torero –que también se encuentra allí– es corneado y Sabina, en un rapto de presente indicativo, parece dispuesto a traspasarle nada menos que su propia sangre.
La relación generacional de Aranoa, que se bajaba durante la segunda jornada del Festival de San Sebastián de una furgoneta como un músico más, acompañado de toda esa troupe de la que ha formado parte durante el rodaje y escoltado por Leiva (que además de cerrar el triángulo creativo del documental, lo produce y constituye una constante en la composición y producción musical de Sabina en los últimos años), con la música de Sabina, comenzó con el descubrimiento febril de los primeros tocadiscos.
“Me topé con el doble que hizo con Viceversa, que fue como su primer disco con una vocación más rockera y eso me pilló con 18 años. Fue lo primero que escuché de Sabina en el verano en el que empezaba a comprar vinilos, porque me acababa de comprar justo un tocadiscos. Enseguida tuve esa sensación que él describe en el documental de que el disco me hablaba. Después escuché su trabajo anterior en la Mandrágora y a partir de ahí todos los demás que vinieron. A veces de forma discontinua, pero siempre me ha gustado mucho, me ha resultado una música, una poética, que habla de universos y de personajes que me interesan, que me resultan inspiradores. Cuando luego tuve la suerte de conocerle personalmente, justo después de rodar “Los lunes al sol” mediante un amigo común que nos presentó, trabamos una cierta amistad y hace trece años, es él quien me dice: “oye voy a empezar a escribir un disco con Benjamín Prado y más músicos” y como dice una de sus canciones, “¿te vienes conmigo?” y dije “vámonos””, cuenta en entrevista con LA RAZÓN.

Poco pudoroso

Envalentonado por la concepción lúdica, casi como de juego experimental que supone rodar sin un plan establecido y acercarse al universo personal del músico, el cineasta tiene una primera toma de contacto con la intimidad regulada de los versos de Sabina en su viaje de iniciación a Rota, profético destino del artista con apellido de árbol cuyo reclamo para establecerse durante alguna que otra temporada que otra allí fue la presencia de Felipe Benítez Reyes (engrosada después por la compañía de otros asiduos como Almudena Grandes, Miguel Ríos, Benjamín Prado o Luis García Montero): “En ese primer rodaje en Rota, que rodé en formato cuatro tercios porque me fui con una cámara Panasonic casi doméstica y un set de micrófonos que había aprendido a utilizar el día anterior porque normalmente yo no hago eso, sentí que tenía que ir solo y por consiguiente hacerlo también todo yo técnicamente, lo cual era muy arriesgado, pero me lancé. Siento que este trabajo empezó un poco como el proceder de un músico ¿no? de forma más o menos caótica, más a la deriva de lo que estoy acostumbrado cuando hago ficción, empezando por el hecho de que en el segundo caso todo responde a un plan. En este caso sentí que tenía que integrarme en ese caos que ellos arrastran, experimentarlo, vivirlo, grabarlo mientras sucedía y dejarme llevar. Ha sido un viaje largo, divertido, apasionante. Ha habido periodos en los que, o porque Joaquín estaba girando o porque yo rodaba una película interrumpíamos el trabajo, nos reencontrábamos. Joaquín es alguien maravillosamente poco pudoroso y por eso se ha dejado grabar con tanta honestidad”, reconoce.
Particularmente sensible resulta ese momento en el que Sabina vuelve a una raíz de la que siempre se sintió lejos y cerca, regresa a su pueblo, Úbeda, un lugar “en el que nunca pasaba nada interesante” para dar una suerte de pregón, unas palabritas desordenadas de agradecimiento en el Ayuntamiento ante unos paisanos que parecen salidos del mismísimo provincianismo entrañable del municipio argentino de Salas en “El ciudadano ilustre” y todas las correspondencias sentimentales en los quiebros imprevistos del recuerdo se agolpan en su garganta cuando lee emocionado unos versos escritos por su padre.
“Creo que Joaquín es alguien que se parece mucho a lo que canta. En sus canciones recoge lo que es en cada momento. Incluso lo que canta ahora, tiene que ver con quién es él hoy y eso hace que su música siga siempre viva, en constante evolución. Él habla del personaje del bombín, del que sube al escenario pero me gustaba mucho la idea de oírle cantar fuera de él: en los camerinos, en las furgonetas, hasta en la ducha. Que las canciones fueran apareciendo a retazos. Ver ese lado y verlas de ese modo, no perfectamente terminadas en el estudio, porque para eso ya están los discos. Me interesaba mucho contar al Joaquín que yo conozco. Para mí esto era la oportunidad de compartir con el espectador eso que yo siento como privilegio desde hace veinte años, que es, conocerle y poder estar un rato, una noche, unas horas, los días que sean”. Hasta 19.
Y es que en “Sintiéndolo mucho”, asistimos por primera vez, en términos audiovisuales y con el privilegio del que está dentro, al despojo visceral de las vergüenzas de Sabina, al retrato aguardentoso y desembarazado de su meticuloso trabajo como filibustero de la palabra (una parte importante heredada del coqueteo de su padre con la tinta, poeta de campanario, que era inspector de policía pero le gustaba escribir), procesionamos hacia la tristeza o el amor sintiéndonos parte indivisible del relato de sus letras y eso ocurre porque Aranoa reivindica la valía de exponer al personaje a situaciones vivas y no basarlo todo en lo puramente testimonial.
“No hay impostura, es alguien reaccionando al toque, como se suele decir. El documentalista Robert Drew decía aquello de “elige para tu documental a alguien que esté más preocupado por lo que le esté pasando que porque tú estés ahí”. Este es el caso de Sabina. A Joaquín lo que está viviendo le arrastra, ya sea porque está escribiendo un disco o viviendo una situación compleja. Era llamativo lo poco que le importaba nuestra presencia. Creo que eso es porque hablamos de alguien que está muy en paz consigo mismo: por eso no le importa mostrar lo bueno, pero también lo menos bueno. Está muy conforme con sus defectos y con sus virtudes y a mí me da mucha envidia, ojalá llegar ahí algún día”, afirma.
Aquí no hay archivos de televisión, ramilletes excesivos de declaraciones de amigos, documentos cronológicos o loas a destiempo. Solo está frente a un espejo muy pequeño, el hombre sin bombín que para escribir necesita escapar de la vida doméstica, se enciende los cigarros sin culpa y pólvora republicana y sigue queriendo ganarle la guerra a Sísifo. ¿Y saben qué? De momento, va ganando.